JUAN CARLOS GRUSKY

25.09.2013 23:08

 

JUAN CARLOS GRUSKY

EL ASPID IV O EL DEDO

Esto ocurrió en Polonia. Tiempo inmemorial. Tal vez, principio de siglo. Como todos los días; como cualquier día.
En Polonia, los vacunos y caballares, en invierno, viven en caballerizas o cobertizos, por el enorme frío, claro.
Seguramente, él no lo sabia. Pero que iba a ocurrir, iba a ocurrir; tal como sucedió.
El hecho en si, es sumamente sorprendente y su desenlace, increíble, pero real. ¿...?....
Démosle un nombre, como el de mi tío: Lucas.
Quien transmitiera todo esto, no dio muchos detalles respecto de Lucas, pero sí, del suceso.

Queda sentado que Lucas era muy buen mozo, joven, alegre; bromista.
Y como todas las mañanas se levantó, pero en ese día , con inquietud, presentimiento, desconfianza.
En Polonia, por ser de clima sumamente frío, los bosques son de coníferas; mi papá decía que allá no se conocen las espinas.
Y Lucas se preparó para ir al bosque a traer leña. Tiempos lejanos de carros y caballos. Partió. No hacia frío, más bien el clima era templado; casi cálido, ese día.

Lucas llegó, observó y se decidió a cargar un trozo de madera en el carruaje. Colocó su mano izquierda debajo del trozo y cuando iba a abrazar la madera con su brazo derecho para levantarlo, sintió clavarse en la punta de su dedo índice de la mano izquierda, los cuatro colmillos escalofriantes; aterrorizado e instintivamente levantó la mano a la altura de su pecho y vio la feroz mordedura. El áspid lo había envenenado. Ni pensar en suero antiofídico. No Había. Ni hacer una quemadura; el tiempo huía como el agua del río; como la gota de lluvia hacia el suelo; como el viento cruzando entre las hojas.
En fracción de segundo: lo decidió. No tenía otro atenuante.
No le quedaba alternativa. Era una minúscula beta de luz  hacia la vida. Todo lo demás significaba el fin. Y en ese lapso fugaz.
Velozmente tomó el hacha, cuyo filo semejaba una navaja; apresuradamente, colocó la mano sobre un tronco: levantó el hacha y la descargó con furia sobre la tercera falange del dedo envenenado. El dolor lo torturó y cayó hecho un ovillo; el dedo envenenado, inmóvil, yerto sobre el tronco y él, debatiéndose en atroz dolor y en un baño de sangre. Pero se repuso. Se serenó. Con trozos de su camisa hizo vendas, con las que ató su herida.

El tiempo cura las heridas y ésta también sanó, pero el dedo emponzoñado quedó para siempre sobre el tronco, en el bosque.
Transcurrió el tiempo. Cierto día Lucas fue al bosque a buscar leña y una curiosidad, lo aguijoneó hondamente. Pensamientos, como: ¿Qué se habrá hecho? ¿Estará en el mismo lugar?
¿ Se habrá desintegrado? Lo empezaron a martirizar y fue derechamente al tronco, donde hacia mucho tiempo, dejó parte de su anatomía.

Auscultó todo con calma y paciencia. Buscó y buscó y encontró el tronco. No tardó en visualizar el dedo, que estaba en el mismo lugar y en la misma posición en que quedó cuando lo cercenó. Estaba todo negro y Lucas lo tomó en sus manos, sin darse cuenta que en sus manos habían pequeñas heridas.
Cosas del destino. Lo que había sido carne, se transformó en un polvo negruzco, que se esparció por sus manos y el hueso estaba intacto; las falanges no se desprendían.

Se lo llevó a su casa.

Desde entonces, Lucas empezó a sentirse mal, mal; cada vez más mal y sólo quedé yo para referir su historia, que sucedió en Polonia; que Lucas no murió de la picadura, porque se trozó el dedo, pero que después fue a buscarlo, nadie sabe para qué..