Una tortuga paseandera

25.09.2013 09:27

 

Una tortuga paseandera

DIARIO EL LITORAL DE SANTA FE

María Luisa Miretti (*)

“No me he preocupado nunca por autodefinirme. Pero diría que soy una lectora, si vamos a buscar una característica totalizadora. Ojo: que también leo árboles y plantas y animales, porque todo lo que nos rodea se lee.” (María Elena Walsh)

 

Decir Manuelita es recordar el personaje que supo afrontar los conflictos de la vida al partir en busca de nuevos horizontes y es decir María Elena Walsh, a quien le deseamos ¡felices 80 años!

Toda su obra fue gestada para un receptor activo, concebido como un sujeto pensante, capaz de asociar y de relacionar, mientras alimenta su fantasía y desarrolla su imaginación. Esta afrenta le significó romper con los estereotipos y el famoso didactismo que tanto dañara a la LIJ (Literatura para Niños y Jóvenes), porque pensaba con respeto en ese receptor niño o niña, a quien, por ser pequeño de estatura, históricamente se lo alimentaba con una literatura sosa y estupidizante.

María Elena Walsh acaba de cumplir 80 años y nuestra LIJ no puede permanecer silenciosa; necesita hacer público su reconocimiento a la juglaresa y poeta, que supo jugar con las palabras cantadas, leídas o recitadas-, dándoles mayor profundidad y expresividad estética, desde un mundo simbólico en el que se conjugan realidad y fantasía.

Eximia poetisa y narradora, ha poblado la duermevela de niños y grandes con hipotéticas hazañas y aventuras (emblemática aquella rana perdida en el río Paraná que logra retomar el curso hacia su país Brasil-, gracias a la solidaridad de otros animales que la auxilian).

El beneficio de los 80 de María Elena, que no pueden silenciarse, tienen el valor agregado de una tarea que privilegió la infancia, sacándola de su sopor pedagogizante, cuando todo lo que se escribía y leía debía atenerse a la lógica y a la razón y sólo responder a la currícula escolar, ya que lo que estuviera por fuera de esos cánones podía resultar riesgoso para la integridad psicofísica de niños y niñas en su proceso formativo. Muchas generaciones pasaron por esa trituradora y fue tan significativa que, a la hora de volver a recomendar o decidir un título, cada cual retornaba a los patrones heredados y así sucesivamente, hasta que la lectura infantil fue sinónimo de tedio o de tareas para el maestro, sin posibilidad de pensar en su disfrute placentero.

Fue María Elena Walsh, desde las plataformas iniciales surcadas por Tallon (y su famoso sapito Glo glo glo), Nalé Roxlo con su corazón de grillo y el Gallo Pinto del gran Villafañe (con su Maese Trotamundos y otras figuras emblemáticas), el acercamiento al nonsense y su clara admiración por Edward Lear y Lewis Carroll, o su ojo crítico revelador desafiando la censura- en el ensayo “Desventuras en el País Jardín de Infantes”, las que abrieron puertas y ventanas para dar aire nuevo, fresco y vigorizante a la LIJ.

Decir Manuelita es aludir a esa tortuga paseandera que vivía en Pehuajó y que un buen un día se cansó y se fue a París “un poquito caminando y otro poquitito a pie”, y acercarnos al maravilloso mundo de María Elena y recordar a una Vaca Estudiosa de la Quebrada de Humahuaca, que como era muy vieja, muy vieja, estaba sorda de una oreja, pero a pesar de que ya era abuela un día quiso ir a la escuela; o el famoso Mono Liso, que bailaba el twist, cantando La naranja se Pasea de la sala al comedor, no me tires con cuchillo, tírame con tenedor; el Brujito de Gulubú, haciendo cosas sin ton ni son, mientras una Reina Batata se sentaba en un plato de plata, o una gallina muerta de risa se ponía el gorro y la camisa. Mambrú lanzaba estornudos de lechuga y aserrín y la tetera de porcelana estaba lista para tomar el té, sin olvidar aquella Cigarra que fue un ícono popular en los ‘70 en aquellos versos inolvidables: “Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí resucitando...”, o aquella “Serenata para la tierra de uno”: “Porque me duele si me quedo/ pero me muero si me voy...”.

Como el periplo del héroe, Manuelita partió con la intención de resolver un conflicto, caminó, encontró y perdió, tuvo éxitos y fracasos, amó y aborreció, sorteó obstáculos, atravesó y superó infinitas pruebas, tuvo quien la ayudara pero también quien intentó obstruirle el camino, hasta que logró finalmente encontrarse a sí misma, con deseos de regresar al punto de partida, decididamente vital y fortalecida, similar al ciclo de la vida.

Esta audaz paseandera “honró la vida”, afrontó, enfrentó y venció tabúes y estereotipos, se manejó con sus propios códigos, sin aceptar promesas vanas ni sometimientos foráneos y privilegió su libertad interior, en favor de su propia identidad.

María Elena hoy puede comprobar en sus 80 que ya es un clásico, porque siempre es posible volver a visitarla y descubrir con asombro nuevas maravillas en sus textos, gozar de sus hazañas, volver a la escuela como la vaca estudiosa, o dudar a la hora de vestirse o de tomar el té, bailar un twist o salir hacia nuevos rumbos, en rechazo a rutinas suicidas.

(*) Coordinadora Maestría Literatura para niños. Facultad Humanidades y Artes - UNR