ADN - MAPA GENÉTICO DE LOS DEFECTOS ARGENTINOS

 

raulcelsoar 16/10/2008 @ 11:56
 
 

ADN

Mapa genético de los defectos argentinos

 

© 2004, Jorge Lanata

 

JORGE LANATA

 

Hotel Argentina

 

"El argentino tiene una mentalidad de huésped de hotel, el hotel es el país y el argentino es un pasajero que no se mete con los otros. Si los administradores administran mal, si roban y hacen asientos falsos en los libros de contabilidad es asunto del dueño del hotel, no de los pasajeros a quienes en otro sitio los espera su futura casa propia, ahora en construcción. (...) Quizás algún día los argentinos nos convenzamos de que este hotel de tránsito es nuestro único hogar y que no hay ninguna Argentina —visible o invisible— esperándonos en ninguna otra parte."

 

denevi2.jpg

MARCO DENEVI

 

"Olvidadizo de que ya lo era, quise también ser argentino."

 

 

JORGE LUIS BORGES

JORGE LUIS BORGES

 

 

¿Fuimos alguna vez argentinos? Y, de ser así, ¿cuándo dejamos de serlo? ¿Fue Argentina una Nación, o hemos sido los argentinos, al decir de Marco Denevi, tan sólo "huéspedes de hotel"? ¿Fue alguna vez nuestro este país? Y si fue nuestro, ¿quiénes somos nosotros? ¿Qué cosas me argentinan con los pescadores de península Valdés, un viajante de Santa Fe o una maestra de Formosa? ¿Argentinados en qué? ¿En qué lugar de nuestra historia duelen los muertos de la Independencia? ¿Dónde los de antes y después? ¿Dónde los que murieron afuera, solos, expulsados por el espanto de la misma sangre? ¿Hijos de qué sueño somos?

 

Los diccionarios sirven para combatir la angustia: allí nadie duda, las definiciones son claras y las preguntas, imposibles; muestran el recorrido turístico que la Academia se permite sobre las palabras: nos dicen lo que ya se sabe. Veamos entonces qué se sabe sobre esta materia de la que no sabemos casi nada:

 

NACIÓN: entre los factores que requiere una nación están el sentimiento de un pasado común y la idea o convicción de un futuro compartido. En ciertos momentos históricos la religión, los idiomas o la raza pueden ser elementos vigorizantes de la formación nacional.


Los vínculos entre "nación" y "territorio" son azarosos: existió una nación judía antes de la creación del Estado de Israel, y también los mongoles se consideran una nación aunque son un pueblo seminómade. Suiza es el mejor ejemplo de que el idioma común tampoco alcanza: hay cuatro lenguas oficiales y otros países muestran que las religiones pueden vivir separadas como grandes minorías (Alemania y Estados Unidos, por ejemplo).

 

Hay, en toda nación, un elemento subjetivo de naturaleza central: la voluntad de cada uno de los individuos que la componen, voluntad de unirse y ponerse en un mismo plano con el otro. Escribió Edgar Morin, en el capítulo "Identidad nacional y ciudadanía" de su libro La tete bien faite, que "uno es verdaderamente ciudadano cuando se siente solidario y responsable. Solidaridad y responsabilidad que no vendrán de exhortaciones piadosas ni discursos cívicos, sino de un sentido profundo de filiación (defilius, hijo), sentimiento mini-patriótico que debería cultivarse de manera concéntrica en la propia nación, en Europa, en la Tierra".

 

La presencia de la voluntad en términos de convivencia aparece en un ensayo de Bertrand Russell, titulado Sociedad humana: ética y política, y volverá a llevarnos a las tranquilas aguas del diccionario: "En cada comunidad —escribió el creador de la lógica matemática— incluso en la tripulación de un barco pirata, hay acciones obligadas y acciones prohibidas, acciones loables y acciones reprobables. Un pirata tiene que mostrar valor en el combate y justicia en el reparto del botín. Si no lo hace así, no es un buen pirata. Cuando un hombre pertenece a una comunidad más grande, el alcance de sus obligaciones y prohibiciones se hace más grande: siempre hay un código al cual se ha de ajustar bajo pena de deshonra pública".

 

ETHOS: la palabra proviene del griego y significó, primitivamente, estancia, lugar donde se habita. En la tradición aristotélica llega a significar modo de ser y carácter, pero no en el sentido pasivo de temperamento como estructura psicológica, sino en un modo de ser (activo, no estático) que se va adquiriendo e incorporando a la propia existencia. El segundo significado de la palabra ethos es hábito, costumbre. Así, el término fue empleado en el mundo helénico con dos significados: a) con eta (e larga), éthos tiene relación con el concepto de carácter; y b) con épsilon (e breve), éthos denota el concepto de costumbre. Sin embargo, en el paso del griego al latín se debilitó uno de sus significados, ya que en latín sólo existe una palabra para expresar los dos significados de ethos: este término es mos (en plural, mores, de donde viene la palabra moral) y significa costumbre.

 

La moral es un conjunto de juicios relativos al bien y al mal, destinados a dirigir la conducta de los humanos. La ética, por otro lado, es una reflexión sobre la moral. La ética, como filosofía de la moral, se encuentra en un nivel diferente: se pregunta por qué consideramos válidos unos y no otros comportamientos.

 

Heráclito, uno de los más importantes filósofos presocráti-cos, en el año 500 a. C. advirtió en el ethos una cualidad casi mágica que resulta aún hoy, sin embargo, del todo real. "El ethos es el daimon del ser humano", escribió en su aforismo 119. La traducción más llana sería: "La casa es el ángel protector del ser humano". Pero, aunque en aquellos buenos viejos tiempos las diferencias entre filosofía, poesía y ciencia no eran tan notables, Heráclito no se refería al daimon ("ángel protector") como una metáfora: el ethos, la casa, no estaba constituido solamente por cuatro paredes y un techo, también formaban parte de ella las relaciones de sus habitantes entre sí, las tradiciones y los sueños. Aquella amalgama que hacía del ethos una verdadera casa era fruto de la presencia del daimon, un ángel bienhechor. Sócrates llamó "voz interior" al ángel de Heráclito, pero guardando el mismo sentido. "Una voz profética dentro de mí —definió— proveniente de un poder superior. Una señal de Dios". Aunque sonara místico, nada estaba más cerca de lo concreto: se referían así a la conciencia, al sentimiento íntimo de lo justo.


Una nación, entonces, no podría sino estar compuesta de ciudadanos, vinculados por la lealtad y una memoria común, basada en la reciprocidad.

 

Ernest Renan va más allá al proponer que "una nación es un alma, un principio espiritual"; en ella se deben "haber hecho grandes cosas juntos, querer hacerlas todavía. Se ama en proporción a los sacrificios soportados, a los males sufridos. La existencia de una nación es (perdónenme esta metáfora, pide Renan) un plebiscito todos los días, del mismo modo que la existencia del individuo es una perpetua afirmación de vida".

 

¿Qué sucederá, entonces, cuando esa visión trascendente se nubla, cuando esos vínculos del saber íntimo del bien y el mal se tuercen, cuando el sentido de pertenencia histórica recíproca deja de percibirse como un valor, cuando la ley se transforma en una ficción que sólo resulta útil a los tentáculos del poder? ¿Una nación puede dejar de serlo?

 

En un ensayo sobre la demonización del nacionalismo, el profesor Pedro A. Talavera Fernández, de la Universitat de Valéncia, señala: "Cuando parecía inapelable e inaplazable la construcción de una unión política europea, y cuando ya se habían puesto en marcha mecanismos encaminados a depositar en una instancia supranacional las funciones de los viejos y supuestamente obsoletos Estados nacionales, ha germinado con una inusitada ferocidad en este final de siglo una tendencia opuesta, reflejada en el recrudecimiento del nacionalismo de Estado, del etno-naciona-lismo, del nacionalismo fundamentalista y del regionalismo (...) El proceso disgregador de la Europa oriental ha dejado clara una cosa: que la soberanía no es una pre-condición para el desarrollo o la estabilidad política; de ahí que la reivindicación de la nación y la lucha por la autodeterminación parecen responder a motivaciones que van más allá de una mera ambición de poder político o status económico. Necesariamente debemos buscar en ello un sentido y una motivación más profundos."


Esa búsqueda debe, necesariamente, incluir una palabra que se ha colado con naturalidad algunos párrafos atrás y que no podrá escapar de la definición:

 

ESTADO: es la Nación jurídicamente organizada. El sentido "objetivo" de nación no puede prescindir de un componente subjetivo: en la larga marcha de la Historia, han puesto al "ángel protector" a escribir códigos, delimitar fronteras, distribuir poderes fácticos y llevar adelante el confuso gobierno de las oficinas, que no es otra la definición de burocracia. Si la nación es la "comunidad nacional", el Estado es la "comunidad como destino".

 

Hundidos en la zona blanda de la globalización, hay quienes creen que las preguntas respecto de la nación y lo nacional son sospechosas, xenófobas y anticuadas. Son los mismos observadores internacionales que, durante el siglo XX, vieron derrumbarse estados multinacionales como el Imperio Austrohúngaro y la Unión Soviética, reunirse a la Alemania sin Muro de Berlín, disgregarse a Checoslovaquia y Yugoslavia y luchar por su independencia al País Vasco, Kosovo o Palestina. Todo eso sin mencionar la vuelta a escena de un nacionalismo, en este caso sí, xenófobo y reactivo frente a los inmigrantes orientales en Europa. Pero sería un error confundir a una banda de adolescentes con poco pelo y demasiado acné, más cerca de La naranja mecánica que de Mi lucha, con la problemática compleja de una comunidad que busca afirmar su identidad para, a la vez, poder ser en sí y en los demás.

 

La etimología de "identidad" no deja dudas sobre su sentido: proviene del latín y significa "el mismo, lo mismo". Nadie puede "ser parte" del mundo, sin "ser" en primer lugar. El concepto de identidad no contradice el de integración, sino que forma parte de la misma cadena causal: en tanto soy, puedo integrarme. Nadie puede formar parte del mundo sin formar, antes, parte de su casa.

 

En un encuentro sobre "La identidad nacional mexicana como problema político y cultural", organizado a fines de 1999 por la Universidad Nacional Autónoma de México, Enrique Al-duncín señaló: "En la época de la globalización todas las culturas, especialmente las dominantes, irrumpen en nuestros hogares a través de los medios de comunicación (...) en todos los Puntos del orbe cada ser humano se enfrenta a costumbres, tradiciones y concepciones ajenas a la propia, lo cual impacta directamente en la toma de conciencia de nuestras diferencias, o sea, de nuestra identidad. (...) Se es gracias al grupo social al cual se pertenece, por ello la identidad se determina a partir de valores compartidos. No decidimos por nosotros mismos quiénes somos, lo hacemos a partir de la interacción social, de la lucha y del reconocimiento de nuestra existencia por parte de otros. (...) Somos el resultado de colapsos políticos y al mismo tiempo de reacciones de defensa, de revancha, de pactos económicos, de ajustes de cuenta históricos, de la toma de conciencia de los pueblos, de quienes son y de su identidad."

 

"Debemos, primero, clarificar nuestra identidad —propuso, en el transcurso del congreso citado, Daniel Manrique—. ¿De qué México formamos parte? ¿Del México 'de a mentiras', que es el oficial, formal? ¿O del México 'de a deveras', el México indígena, el rural y el campesino, el urbano, mestizo, del arrabal, de los barrios populares? Entiendan, entendamos que nuestra identidad no es imagen, ya no es de facha, no es de fachada, nuestra identidad ahora es de actitudes, de acción (...) Ya no se vale decir nada más que somos muy mexicanos y que queremos defender nuestra identidad a ultranza. Tenemos que llevar la identidad no sólo en las venas y en la piel, sino también vivir con ella. Tener identidad es tener dignidad en las relaciones humanas."

 

En ese sentido, ¿los argentinos podemos "ser" de una manera unívoca? Hemos pasado toda nuestra vida histórica como país tratando de ser otros. Aprendimos a los tumbos y dando vergüenza ajena que no somos franceses; aprendimos a las guerras y al desguace que no somos ingleses; siempre supimos que no somos norteamericanos, aunque lo intentamos, y nos llenamos la boca soñando en un porvenir hispanoamericano, pero blanco y lo más europeo que pudiera salimos. Por eso esta búsqueda del Yo en el país de Nadie se parece a una pesadilla siempre interrumpida: generales que se avergüenzan de su propia tropa, el país ficticio imponiéndose por decreto al país real, argentinos creyendo que somos lo que queremos ser, la verdadera identidad caminando dos pasos atrás o dos adelante, pero siempre en otro sitio.

 

 JORGE LANATA  PENSAMIENTOS Y REFLEXIONES   TEMAS