ABORÍGENES

 

 


PRIMITIVAS POBLACIONES ABORIGENES


Antes de su descubrimiento, por obra de Cristóbal Colón en 1492, América era un continente ignorado para la civilización europea. Pero no por ello fue un territorio inhóspito. Desde miles de años antes, seres humanos del extremo oriental de Asia, en oleadas sucesivas, habían atravesado el estrecho de Behring, según la teoría más aceptada, y con el correr de los siglos se fueron distribuyendo por todas las regiones del hemisferio occidental hasta el confín austral, constituyendo así las distintas tribus y naciones con diversas manifestaciones culturales.

Podrá aceptarse la suposición de que hábiles navegantes fenicios en sus correrías por los mares hayan llegado a las costas del NE de Brasil como así también en Norteamérica. Sin que se hayan asentado en las costas americanas, son dudosas estas incursiones. Distinto el caso de los vikingos de quienes se sabe que estuvieron en las costas de Terranova. Con todo eso, sólo vestigios han sido reconocidos de su efímera presencia.

Multiplicados y esparcidos en tierras  americanas, los primitivos habitantes aún antes del descubrimiento, podían señalarse en distintos pueblos entre los cuales corresponde destacar a los aztecas, mayas e incas, con culturas altamente diferenciadas de los grupos que  arribaron al sur del continente.

Refiriéndonos a nuestro país, cabe recordar una clara definición sobre el particular: "Entendemos por población indígena la que ocupaba el territorio actualmente argentino en el momento  histórico de su descubrimiento por los  españoles" (1)

Los investigadores y eruditos han clasificado a estas poblaciones aborígenes según su procedencia, culturas,  épocas de llegada y lugares de asentamiento. Para aquellos grupos con similares  características se han aplicado diferentes denominaciones. Así tenemos  para los pobladores del este de la gran región chaqueña la designación genérica de raza guaycurú, que ocupaba con preferencia el norte del litoral fluvial, es decir, las zonas bañadas por los ríos Pilcomayo, Paraguay y Paraná, comprendiendo de manera especial las provincias de Formosa, Chaco y Norte de Santa Fe.

Si bien difieren algunos autores en asignar los grupos que componían la raza guaycurú, para nuestro interés aceptamos a los tobas, pilagaes, mocovíes, abipones, payaguás, frentones, etc. "naciones todas que hablaban un idioma nasal gutural muy difícil de conocer" (2). Dichas lenguas eran variables entre los núcleos poblados, pero alcanzaban a entenderse.

Eran de cultura primitiva, si bien sabemos que rendían culto a los muertos. De ellos nos han llegado, exhumados sobre todo de las costas de nuestros ríos y arroyos, restos de cerámica y otros elementos de rústica calidad, cuyos ejemplares valiosos pueden apreciarse en el Museo Arqueológico de Reconquista y en poder de algunos convecinos.

INTERESANTE RESULTO EL HALLAZGO DE UNA MASCARILLA DE TERRACOTA, DESCUBIERTA EN LO QUE SE LLAMO "LA LOMA DE GIULIANI" EN EL LOTE, 207. CERCA DEL ARROYO EL REY A QUINIENTOS METROS DE LA PLANTA URBANA DE AVELLANEDA.

ESA ALTURA, EXTRAÑA EN TERRENO LLANO, ES POSIBLE QUE HAYA SIDO UN TUMULO INDIGENA, POR OTROS RESTOS DE POCO VALOR HALLADOS ALLI, SEGUN NOS INFORMO D. LUIS GIULIANI.

SOBRE EL PARTICULAR. CABE DESTACAR LOS TRABAJOS DE INVESTIGACION REALIZADOS HACE CUARENTA AÑOS POR UNA EMBAJADA CIENTIFICA DEL MUSEO DE LA PLATA. CON LA DIRECCION DEL DR. A. REX GONZALEZ. QUE HICIERON EXCAVACIONES EN LA ISLA DEL INDIO, PROPIEDAD DE LOS SEÑORES AGUSTIN Y EVARISTO VENICA, EN JURISDICCION DE LA COLONIA AVELLANEDA, REGION VECINA AL RIO PARANA.

EN 1966, EL INTERES DE UN GRUPO DE ESTUDIOSOS DIRIGIDOS POR EL DIRECTOR DEL MUSEO ARQUELOGICO MUNICIPAL DE RECONQUISTA, PROF. DANTE RUGGERONI,  INICIO IMPORTANTES TAREAS DE EXPLORACION EN LA MISMA ISLA. CON OCHO EXPEDICIONES QUE SE SUCEDIERON HASTA 1975. FECHA EN QUE SE DIO A PUBLICIDAD EL NOTABLE TRABAJO CON LA OBRA "ARQUEOLOGIA DEL PARANA. YACIMIENTO DE ISLA DEL INDIO" QUE CONTO CON EL AUSPICIO DEL ENTONCES INTENDENTE MUNICIPAL. PROF. MANUEL ROSELLI  Y DEL DIRECTOR DE CULTURA, DR. CARLOS A. FABRISSIN.

LA PACIENTE DEDICACION DE NUESTROS PIONEROS DE LA ARQUEDLOGIA. SIN DISPONER DE MUCHOS RECURSOS, PERMITIO EL DESCUBRIMIENTO DE ELEMENTOS INTERESANTES EN  DISTINTOS LUGARES DEL NORTE SANTAFESINO.

COMO PREMIO A TALES INQUIETUDES,  EN l987,  EN OPORTUNIDAD DE TRABAJOS DE DRAGADO  EN PUERTO RECONQUISTA,  A 14 METROS DE PROFUNDIDAD,  SE HALLO UNA PIEZA VALIOSA DE ARENISCA. CON LA IMAGEN DE UN ROSTRO HUMANO. SE TRATA DE UNA ESTATUILLA HISPANOABORIGEN MUY SIMILAR POR LA TECNICA A LAS QUE SE HALLARON EN LAS REDUCCIONES JESUITICAS DE LAS PROVINCIAS DE MISIONES Y CORRIENTES: PIEZA QUE PUEDE APRECIARSE EN EL CITADO MUSEO DE RECONQUISTA. ENTRE LOS NUMEROSOS ELEMENTOS QUE TRASUNTAN LAS CARACTERISTICAS DE LA CULTURA AUTOCTONA DE ESTA PARTE DE AMERICA.

Sus poblados o tolderías con elementos precarios, se levantaban en las orillas de los cursos de agua y su alimentación la obtenían de frutas silvestres,  de la caza y la pesca. Por eso eran nómades e intervenían en frecuentes luchas con otras tribus impulsados por  su belicosidad y espíritu de supervivencia. Usaban lanzas, arcos y flechas, garrotes, cuchillos y boleadoras.

Los indígenas eran celosos por su tribu y obedientes a su cacique o jefe. Armaban guerras entre las distintas  naciones y no solían aliarse, si bien no  cejaban en la lucha para rechazar el  invasor blanco que quería posesionarse de sus agrestes dominios.

Con esta actitud, resultó difícil lograr su incorporación a la civilización a pesar de los procedimientos conciliatorios que usaron los conquistadores y la paciente labor de los misioneros, aunque no faltaron los episodios sangrientos ante la indómita rebeldía de los naturales o inspirados por el temor a la cruel ambición de algunos jefes  extranjeros.

No podemos atribuir solamente a los abusos de los españoles la casi total desaparición de algunas tribus de aquellas épocas. Las contínuas guerras entre sí, el mal epidémico de las pestes en especial la viruela, el abuso del alcohol y la frecuencia del aborto entre las mujeres de todas las tribus, como también lo señala Azara, forzosamente debían crear motivos para la decadencia y la extinción.

Aparte de estas consideraciones, cabe consignar que las uniones matrimoniales de españoles e indias produjeron la descendencia de mestizos que, si en principio mantuvieron las costumbres de sus mayores, en sucesivas generaciones se adaptaron de mala gana a los regímenes impuestos por una nueva sociedad, aunque no desapareció en ellos su ancestral identidad. En efecto, mostraron siempre su aversión a las reducciones y no perdieron su carácter de crueles, desconfiados y ventajeros, manteniendo su odio al blanco por no olvidar a los usurpadores de las tierras de sus antecesores.

Sin detenernos más sobre los aspectos generales de una raza indígena, daremos algunas referencias sobre el tipo, carácter y costumbres de los abipones, considerados como rama de los guaycurúes que poblaron hace 250 años las tierras en que hoy está comprendida la colonia Avellaneda.

Su hábitat comprendía un amplio dominio en la margen derecha de los ríos Paraguay y Paraná y desde el Salado al sur, en la provincia de Santa Fe hasta más allá del Bermejo en el Chaco. Por el oeste, sus tolderías alcanzaban la parte este de la provincia de Santiago del Estero. Conviene advertir que los límites de las distintas naciones indígenas nunca fueron fijos y precisos por las luchas continuas que hacían variar las posesiones.

 

Los abipones, a su vez, se dividían en tres grandes ramas que respondían a sus respectivos caciques. Así tenemos al norte a los naguegeguehe, dirigidos por Alaiquín, llamado también Debayakaikin, al que los españoles decían "Petizo"; los yacoinagas, conducidos por Naré, fundador de san Fernando (Resistencia), frente a Corrientes; por último, los rukakees, en nuestra región que obedecían a los caciques Nerugini e Ichoalay (3).

El Dr. Cervera, refiriéndose a los abipones, los describe como de "ojos negros, nariz aguileña, barba escasa o nula y tez morena", y agrega: "parecidos a los tobas, aunque más feroces y en guerra contínua con los vecinos... de cuerpos altos y miembros fornidos (según el P. Techo)... pintado el cuerpo imitanido los colores del tigre, con plumas de avestruz en nariz y labios y orejas. Acostumbrados a punzarse, arañarse y lastimarse el cuerpo desde chicos para no sentir dolor, con cruentos sacrificios y tormentos que sufren impasibles. Se arrancan los pelos de la frente y parte anterior del cráneo como los frentones... usan en invierno pieles y llevan escudo de cuero de ciervo; amigos de las borracheras y fiestas que concluyen en luchas sangrientas, son inconstantes y feroces, sucios y desgreñados... supersticiosos y con hechiceros médicos, son polígamos y compran la mujer. Todas estas tribus y otras más que no poseían ni religión, ni creencias y sumidos en la más ciega superstición y barbarie, fueron el azote de las poblaciones" (4). Fue Corrientes la ciudad que más sufrió las depredaciones de los bárbaros de la selva sin que el Paraná pudiera servir de defensa natural ante los invasores.

Sorteando los pequeños fuertes que la rodeaban, Santa Fe y sus estancias vecinas fueron también castigadas por el flagelo de las invasiones indígenas. "Sus ataques eran repentinos, sus procederes despiadados, pues no sólo no respetaban sexo ni edad, sino que los abipones al invadir mataban si podían a los pobladores y se llevaban en triunfo las cabezas de los muertos, ocasionando su solo nombre y la presencia de sus hordas, el terror de las poblaciones" (5). Agreguemos que la ciudad de Córdoba y los pueblos de Sinsacate, Río Seco, Cruz Alta, Jesús María y los poblados sobre el camino a Buenos Aires sufrieron también las depredaciones de los indígenas.

Haciendo honor a la verdad,  frente a episodios de barbarie de los abipones, los misioneros encontraron también rasgos de generosidad y conducta dócil que permitieron su provechoso sometimiento a las sanas costumbres en las que eran instruidos. Y aquí debemos hacer elogio a un ilustre personaje que con sus nobles disposiciones fue un eficaz intermediario entre sus congéneres y los civilizadores para alcanzar la paz en las luchas por la dominación. Fue un valiente caudillo a quien se llamó "el caballero abipón". Era el cacique Ichoalay.

Nuestro hombre, hijo de una abipona rukakee, había sido criado según las severas costumbres de su raza y por lo tanto preparado para la actividad permanente de la lucha armada, convirtiéndose así en el ejemplar perfecto del guerrero abipón. De vigoroso y distinguido aspecto físico, unía a su valentía una notable solvencia moral.

Adquirió sus nobles cualidades en oportunidad de haber servido a una estancia cerca de Santa Fe como cuidador y domador de potros. La convivencia con españoles y criollos, en ambiente civilizado, morigeraron los impulsos recónditos de su estirpe con lo que se granjeó el beneplácito de su patrón, más aún, había llegado a adoptar su apellido, Benavides, y ser un mensajero de absoluta confianza.

Sin embargo, una simple cuestión de salario con su empleador, causó su disgusto y su regreso a la vida errante y silvestre, donde organizó arremetidas violentas contra poblados cristianos.

No perdió los buenos sentimientos y las normas de conducta que conoció en su juventud. Así fue conformando una recia personalidad que le valió llegar a ser jefe de su tribu. Desde su elevado sitial se convirtió en paladín de la convivencia pacífica con los españoles y fue gran defensor de esta idea en la histórica conferencia de Añapiré (1748) entre jefes y patrones de estancias españolas y caudillos indígenas, donde surgió el proyecto de crear reducciones con los padres jesuitas. Celoso cumplidor de lo pactado llegó a hacer la guerra a quienes resistieron el convenio y le significó el rencor y enemistad de cacique Oakerkaikin (o Debayakaikin), indómito caudillo a quien había jurado darle muerte.

Establecida la reducción de San Gerónimo del Rey, Ichoalay, por sus condiciones y natural ascendiente entre sus paisanos, heredó el cacicazgo y se puso al servicio de los PP. Jesuitas a quienes secundaba en la enseñanza de la doctrina cristiana a los componentes de su tribu. Fue tan activa v provechosa su colaboración que con su jefatura la reducción de El Rey tuvo una era próspera en forma tal que el P. Dobrishoffer afirmó   que "después de Dios se debieron a Ichoalay los progresos de San Gerónimo". Fue eficaz cooperador en la fundación de la reducción de San Fernando (actual ciudad de Resistencia, capital del Chaco).

El P.Brignel lo instaba a que recibiera el bautismo, pero un día le contestó: "Déjeme que mate primero a Oakerkaikin. Mi cabeza esté llena de preocupaciones de venganza. Cuando me haya vengado, me bautizaré". Esta actitud, franca y sincera, denota una cabal comprensión del cristianismo. Y cumplió con su cruel propósito, aunque no  en forma directa.

Su ingreso a la religión católica fue una decisión que tomó después de haber sanado de viruela maligna gracias a los solícitos cuidados del P. José Lehmann que lo bautizó, con el nombre de José Benavides, el 11 de abril de 1755, siendo padrino el Teniente de Gobernador D. Francisco Antonio de Vera, con asistencia del Cabildo Secular, del clero y de todo el pueblo de Santa Fe, con canto de Te Deum y repiques de campanas.

A este punto, nos place transcribir párrafos debidos a la pluma de Mons. José Alumni, historiador del Chaco, al referirse a Ichoalay: "Así fue conquistado por la Fe de Cristo, merced a las enseñanzas y al heroísmo de los misioneros jesuitas "El caballero abipón", figura noble y digna de esa raza fuerte y belicosa que, al extinguirse para siempre hundiéndose en el seno de su selva milenaria, junto con la ferocidad innata de sus almas y su legendaria bravura, nos dejó la simpática figura de Ichoalay, "El caballero de San Gerónimo". Y cuando la tempestad se abatió sobre las nacientes reducciones (la expulsión de los jesuitas), el altivo y leal caudillo bajó a Buenos Aires para enrostrar al mismo Bucarelli la ruptura del pacto que los españoles habían hecho con los abipones.

Le puso plazo para que los misioneros jesuitas regresaran a sus pueblos, y cumplido el mismo, la venganza del indio dio cuenta de los últimos restos de esa incipiente civilización, y volvió a la selva para ocultar en ella la amargura de su decepción de caballero y de cristiano" (6).

No obstante esta manifestación, se sabe que el cacique Benavídez no abandonó su pueblo de San Gerónimo, desde donde, indispuesto con los nuevos preceptores reinició la lucha contra sus tradicionales rivales y enemigos, los mocovíes de San Javier y San Pedro, hasta que perdió la vida en uno de los sangrientos encuentros que diezmaban a los indígenas.

Extraído del libro "LA COLONIA NACIONAL PTE.AVELLANEDA Y SU TIEMPO" lra. Parte, del Doctor Manuel I. Cracogna 
 

BIBLIOGRAFIA CITADA POR EL DR. CRACOGNA:

(1) FLOREAL ROSSI. Geografía de la República Argentina, 5ta. Ed., 1980, p.180

(2) MANUEL CERVERA. Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe, 2da. Ed., Universidad del Litoral, Santa Fe 1979, t. I p.233.

(3) JOSE ALUMNI. Mons. El Chaco, p.85. Ed. Resistencia 1951.

(4) MANUEL CERVERA. Ob. cit. ps. 316/17.

(5) MANUEL CERVERA. Ibídem. p.433

(6) JOSE ALUMNI. Ob. cit. p. 90.

 

 

 

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