Falacias

 

 
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Falacias

 

Una breve lista de falacias muy sonadas.

 

Por Jorge Pinedo *
 
 

Falacia 1: El fin el neoliberalismo.

 

Si el deceso de la Historia fue proclamado primero y los acontecimientos siguieron sucediendo a medida que el planeta Tierra continuó girando, el capitalismo en principio y el neoliberalismo por extensión hubieron de haber sucumbido (el remilgo de los tiempos verbales es acorde) durante el reciente Septiembre Negro de Wall Street & sucursales globalizadas.

 

 

Nada de eso. Cuando George W., Nicolás de Bruni y la troupe neoliberal que les hace de claque se entusiasman, presurosos, en el salvataje de las aves de rapiña (bancos, financieras, aseguradoras) multinacionales y de cabotaje, no hacen otra cosa que aplicar algo que en estas argentas pampas se conoce desde hace demasiado. Pionero en la política Hood Robin de quitarles a los pobres para engrandecer a los ricos fue José Alfredo Martínez de Hoz, que a punta de bayoneta dictatorial aplicó la visionaria fórmula tablita mediante. Su fiel discípulo Domingo Cavallo hizo lo propio tres décadas más tarde, haciendo de las tablas un telúrico corral inolvidable.
 
Los carajésimos miles de millones de dólares destinados a reflotar a los ricos surgen de las arcas del Estado, alimentado éste por los dineros provenientes de los impuestos garpados en forma directa o indirecta por el público, ciudadanía, pueblo. Que es quien va financiar, otra vez, la farra de los poderosos. Para peor, Günter Grass ya avisó que los pobres del primer mundo les van a endosar el garrón a los del tercero: nos. Con un 21 por ciento de IVA no hay libido que resista.
 
 
Falacia 2: El cambio de hora destruye la Nación.
 
 
Así como cualquier ocasión es buena para un brindis, nunca es tarde cuando la dicha es buena y a caballo regalado no se le miran los dientes; es decir, en la espesa sopa del todo-tiene-que-ver-con-todo ahora sucede que el cambio de hora a partir del Día de la Madre último anticipa el mismísimo Apocalipsis. Provincias disidentes con el Gobierno central aprovechan la boleada para erigirse como los Santos Patronos del Valiente Reclamo; los periódicos que son Tribuna de Doctrina (conservadora) anuncian no menos irreversibles que terminales disturbios metabólicos y la Potencia Catódica augura una inminente guerra entre dos localidades vecinas que quedaron a ambos márgenes del Huso Horario. Filosos aceros a fin de rasgar vestiduras, urgen.
 
Parecería que nunca naides ha trasnochado en una festichola o que jamás fue necesario levantarse al alba para ir a laburar tras una noche de angustioso insomnio. O peor, que a ningún terráqueo se le haya desacompasado el metabolismo en su primer día de vacaciones, cuando la rutina cotidiana se revierte. Pues cuando los afortunados viajeros que gastan nalgas por más de diez horas en un avión aterrizan con cuatro o seis horas de diferencia, nada chillan. Muy por el contrario, el mambo propio del jet-lag les parece divertidísimo, encantador, glamoroso. Que se claven las agujas y a dormir la siesta.
 
 
Falacia 3: Valija para la campaña.
 
 
Ahora que el tiempo ha transcurrido y deja ver con mayor claridad el paisaje del comic Antonini Wilson & su traviesa maleta, repiquetea en córnea y tímpano aquella memorable frase de Don Vito Corleone en cuerpo y figura de Marlon Brando: Usted insulta mi inteligencia. Sobreviene a colación del meneadito discurso acusatorio acerca de que las ochocientas lucas verdes portadas por el rechoncho poliagente estaban destinadas a la campaña electoral: un agravio al intelecto. Bebamos ácido litúrgico y deliremos suponiendo que así fuera: ¿quién sería el bobeta que habiendo valija diplomática y todas las vías con que un Estado cuenta para mover guita tendría que valerse de un medio tan mediocre? Es cierto, no obstante, que el Gobierno comete torpezas; pero de ahí a ser tonto, hay una crucial distancia. Una vez más, la injuria retorna a quien la propala: no se acusa de corrupción sino de bobería. Eso es menospreciar la inteligencia (del público).
 
 
Sin precipitarse en plausibles teorías conspirativas de la CIA, del tipo ¿y si el émulo de Maxwell Smart hacía de lave-rap narco? O ¿si salvaba los morlacos porque se veía venir la debacle de Wall Street, como cuando en el último semestre del 2001 los cueveros locales zarpaban con las Samsonite por Ezeiza? Se aceptan ideas.
 
 
Falacia 4: Perdida para la foto.
 
 
Cual Fernando el Breve en escenografía de Tinelli, la Presidenta deambula por los pasillos sin ton ni son, tropezándose contra las paredes. O, sentada en la privacidad del baño, habla por celular con la Tota y la Porota. O, agazapada tras los cortinados de terciopelo, se recita a sí misma: “A mí los hombres me esperan y la alemana que se arregle. Néstor va a morir de celos”. ¡Papelón, de banda a banda en la tapa de los diarios del Mundo Libre! Sueña el mini King Kong de cabotaje el sueño de los nabos y de su semisonrisa escapa un hilo de baba que moja la almohada mientras se tira peditos prr prr prr. Si no fuera impotente, tendría una erección.
 
 
Falacia 5: Se viene el Armagedón, se viene.
 
 
Si se suman 4+3+2+1, en tanto falacias, el resultado no da 10 sino el Fin de los Tiempos (argentinos). Algo así como la superfalacia que no es otra cosa que la misma de siempre, corregida y aumentada. Reza una letanía según la cual el equipo de Gobierno en pleno se estaría apeñuscando en el estribo del helicóptero a fin de practicar el look Fernando DLR mientras las masas tefloneras invaden la histórica Plaza, el vice se catapulta como sí positivo y, por qué no, los huéspedes de Marcos Paz se yerguen en fieles custodios del Tiempo Nuevo (sin Neustadt, claro). De un santo porrazo terminan los flagelos:
 
 
hiperinflación, recesión, violencia en las calles, fábricas de armamentos que estallan por los aires, hordas primitivas de desocupados, corrida bancaria, clausura de medios de difusión, cárcel a los opositores, muerte a los disconformes, desguace del Estado, guerra sucia y de la otra, relaciones carnales, acero y caramelos, desabastecimiento, bah: el Imperio de La Bestia.
 
Chocan los planetas: ya se sabe qué es lo que hay que hacer.
 
* Psicoanalista, antropólogo (UBA).
 

 

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Colaboración de Susana Ilari