MERCEDITAS

15.09.2013 00:03
raulcelsoar 20/11/2009 @ 15:37

MERCEDITAS

Merceditas - Chamamé
Letra y música de Ramón Sixto Rios

 

MERCEDITAS

Qué dulce encanto tiene
en mis recuerdos Merceditas
aromada florecita
amor mío de una vez.

La conocí en el campo
allá muy lejos, una tarde
donde crecen los trigales
provincia del Santa Fé.

II

Así nació nuestro querer
con ilusión…con mucha fe
pero no se porque la flor
se marchitó y muriendo fue.

I(bis)

Como una queja errante
en la capiña va flotando
el eco vago de mi canto
recordando aquel amor…
porque a pesar del tiempo
transcurrido es Merceditas
la leyenda que palpita
en mi nostálgica canción.

II(bis)

Y amándola con loco amor
así llegué a comprender
lo que es querer, lo que es sufrir
porque le dí mi corazón.

MERCEDITAS

de https://www.magicasruinas.com.ar/pieilustra035.htm

Mercedes Stickler, esa "gringa santafecina de dulce encanto" que deslumbró y enamoró al compositor Sixto Ríos, que le dedicó el chamamé "Merceditas", un hito en la música del Litoral, falleció ayer en el hospital de Esperanza, próximo a esta capital, víctima de una enfermedad terminal.

Mercedes tenía 84 años y en las últimas semanas se presentía este final, cuando fue internada en la sala de Oncología del Hospital Iturraspe, de esta capital.

Stickler seguía viviendo en la localidad de Humboldt, 60 kilómetros al oeste de esta capital, en cuya zona rural acompañó a su familia en las labores de campo. Hacía más de 10 años que vivía sola, luego del fallecimiento de su hermana, única familiar directa que poseía.

A comienzos de este año, el gobernador Carlos Reutemann le rindió un homenaje, distinguiéndola como ciudadana destacada de la provincia.

Sixto Ríos la conoció en una visita a los campos de la zona cuando Merceditas era una adolescente. Impactado por su belleza de alemana gringa, cuyos ascendientes llegaron a colonizar estas tierras, el folklorista le dedicó el chamamé que por décadas fue una de las composiciones características del Litoral argentino.

 

Merceditas también correspondió a aquellos sentimientos del joven poeta que le dedicó su obra. Nunca contrajo enlace, y cada vez que alguien le recordaba su pasado se refería a la canción como "un homenaje que pocas veces entendí, pero que mucho me halaga".

"Fue una linda historia de amor; para nosotros, un mito viviente", reflexionó Germán Calau, presidente comunal de Humboldt.

Merceditas también correspondió a aquellos sentimientos del joven poeta que le dedicó su obra. Nunca contrajo enlace, y cada vez que alguien le recordaba su pasado se refería a la canción como "un homenaje que pocas veces entendí, pero que mucho me halaga".

Aquí, Cosquín

 

En la última edición del festival folklórico de Cosquín, Mercedes fue invitada porque, según dijeron los organizadores, se le haría un homenaje. La mujer estuvo en Cosquín durante tres días, pero el homenaje nunca se produjo.

José E. Bordón en Diario LA NACIÓN

Un amor errante

SIXTO RIOS

Se conocieron en un club de Humboldt, Santa Fe. Fue amor a primera vista pero ella, aferrada a su terruño y a su familia, no aceptó dejar todo por él, un empedernido viajero. La escritora Silvia Miguens narra la historia de amor que vivió e inmortalizó Ramón Sixto Ríos en su canción Merceditas.

 

Con el último acorde, Ramón giró la guitarra y se abrazó a ella como quien abraza a una mujer que ama. Pero todavía no la amaba. Por el momento sólo le echaba el ojo. No obstante, ansioso porque los aplausos no terminaban, saludó con la guitarra en alto y abandonó el escenario del Club Sarmiento de Humboldt. Y es verdad, aún no la amaba, pero con sólo vislumbrarla entre el público intuyó que esa mirada transparente era la de su musa.

Dejó la guitarra y corrió al salón. Cuando ella le aceptó el baile su corazón dio un vuelco, la gringuita del vestido blanco sólo le pidió tiempo, tiempo para terminar el refresco. Carmín sobre carmín, se dijo a sí mismo viendo que la boca de ella naufragaba en el vaso de granadina. Algo torpe, aunque sin perder encanto, el hombre le extendió la mano y se presentó como Ramón Sixto Ríos. Mercedes Strikler Kahlow –murmuró la muchacha entregándole la suya–. Él la tomó y cuando besó la mano supo de inmediato que le auguraba dulces momentos. Mercedes se disculpó, y quiso llevarse un dedo a la boca porque se dio cuenta de que había unas gotas de granadina. Él, sin soltarla, le aconsejó disculparse siempre… pero por la inmensa dulzura de sus ojos. Ella bajó la vista y se entregó al baile.

A los pocos días, la primera vez que Ramón visitó la casa de los Strikler, hizo saber a Mercedes que tenía 26 años, que había nacido en la ciudad de Federación allá por el año 1913, que estaba de paso pero debía regresar con la compañía a Buenos Aires por otro compromiso teatral, y que estaba enamorado. Mate y bizcochos de por medio, fue anoticiado de que un 16 de diciembre de 1916 Alberto Strikler y Margarita Kahlow vieron nacer a la pequeña Mercedes, ahí en Humboldt, tierras adonde había llegado el abuelo Strikler con otros tantos suizos, casi a final del siglo haciendo parte de una de las tantas corrientes inmigratorias propiciadas por Sarmiento.

El enamoramiento fue a primera vista, como todos, pero también a primera vista ambos se dieron cuenta de que Ramón como entrerriano de ley era más río que tierra; mientras que ella, pese a llevar el cielo en los ojos y el sol en el pelo, era tierra y no tan río.

 

UN AMOR ERRANTE MERCEDITAS, LA LEYENDA QUE PALPITA

 

 

Se conocieron en un club de Humboldt, Santa Fe. Fue amor a primera vista pero ella, aferrada a su terruño y a su familia, no aceptó dejar todo por él, un empedernido viajero. La escritora Silvia Miguens narra la historia de amor que vivió e inmortalizó Ramón Sixto Ríos en su canción Merceditas. Con sólo vislumbrarla entre el público intuyó que esa mirada transparente era la de su musa Él era proclive a la emigración; nacido en Federación vivía en Buenos Aires y la música lo llevaba a todas partes. Ella, a pesar de ser resultado de la inmigración, o justamente por eso, se aferraba a esos parajes santafesinos en los que el abuelo Strikler fundó la colonia Humboldt. Le pertenecía, debía lealtad a sus ancestros, a ese concepto se amarraba Mercedes.

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Desde muy chica, con sus padres y Ernestina, su hermana menor, siguieron sembrando los surcos abiertos por el abuelo. Sus días transcurrían en las tareas de campo, especialmente con el tambo. Después de morir don Alberto, doña Margarita se volvió a casar. Esto no cambió las circunstancias de Mercedes, al contrario, trabajó más aún. No estaba en sus planes inmediatos, ni futuros, abandonar su tarea pastoril ni a su madre. Por lo tanto, con el corazón herido a causa de su propia cobardía, o conciencia, rechazó la propuesta del caballero andante. Ramón, sin resignarse del todo, se fue a la Capital prometiéndole regresar en seis meses, y le rogó que postergara la respuesta hasta entonces.

Pero Mercedes supo que no debía, ni podría, irse de Humboldt. Aun si su vida no resultaba cómoda ni sencilla. Carecían de luz eléctrica y el trabajo de tambo, especialmente el ordeñe, empezaba muy temprano: a la una de la mañana ya estaba en pie comenzando las tareas, único modo, el madrugón, de abarcar todas las tareas rurales, cuidar los pollos, trabajar en la quinta, y muchas otras actividades con las que, aun sin pretenderlo, volvió a acostumbrarse a la ausencia del amor, el de Ramón y el de cualquier otro candidato. De todos modos nunca estaba quieta; alternaba sus días de campo con las salidas a Humboldt, a diez kilómetros, donde con su hermana iban a bailar, especialmente si era carnaval.

Mucha tarea y muchos sueños alimentados, y luego desechados, se sucedieron hasta el día, seis meses más tarde, en que Sixto volvió a la casa y, entregándole el estuche azul con los anillos de compromiso, le propuso casamiento. Una vez más, Mercedes no se sintió capaz de desafiar su destino y el presente; tenía por entonces 24 años, era incapaz de abandonar a su gente y todo aquel ámbito. No se animó a desprenderse a sí misma de su tierra. Consideraba que todas las especies mueren fuera de su hábitat. Una vez más dijo “no” y, como justificativo, mientras le repetía su acongojado no, le señalaba esos campos donde aún se respiraba el espíritu de los primeros suizos. Volvieron a poner distancia el uno de la otra.

Sin embargo, ni Mercedes ni la distancia pudieron impedir que Ramón, en su melancolía, quedase Merceditas Strikler Kahlow prendado de su musa. A los pocos meses, dicen que seis, Mercedes descansaba de su jornada campesina preparando la cena y escuchando la radio, cuando le llamó la atención un chamamecito. “Enseguida me di cuenta –recordaba–: la letra tenía frases enteras que Ramón me había dicho personalmente”. Al parecer, el tema Merceditas era un éxito en la Capital. Más adelante, Ríos le dedicó: Pastorcita de las flores y Las glicinas y, aunque éstas no tuvieron igual repercusión, causaron profunda emoción y nostalgia en la bella suiza de Humboldt.

Pero, como suele suceder, musa y esposa parecen no ir de la mano. Mercedes no había querido casarse con Ramón, ni se casaría con nadie; y él se casó con otra, porque la soledad nunca es buena. Dicen que Ramón no se olvidó de Mercedes, aunque nunca se sabe. En cuanto a “la suiza”, por esos años además de sus tareas y de gozar de los recuerdos, disfrutaba de su soltería, era dueña y artífice de su libertad. Solía subirse a su moto, con campera de cuero y botas, echando al aire su melena rubia y la música que había inspirado; también tarareaba su chamamé cuando desafiaba el viento pero a caballo, como si aquella historia de amor fuese sólo una leyenda pueblerina.

Mientras tanto a Ramón, en Buenos Aires, una vez más le fueron negadas las mieles del amor. Enviudó después de dos años de matrimonio. La Providencia, no contenta con que Ramón tuviese que olvidar a Mercedes, le imponía la tarea de olvidar a su esposa muerta. Años más tarde, una revista porteña publicaba una nota donde una tal Mercedes Strikler, confesaba ser la mujer que había inspirado al compositor Ramón Sixto Ríos en su famoso tema, Merceditas. Cuando la entrevista llegó a manos de la familia, corrieron a mostrársela a don Ramón que nada corto, aun habiendo pasado cuarenta años, le escribió reiterándole la invitación de viajar a Buenos Aires. Sólo entonces ella aceptó, y en el reencuentro por fin Ramón pudo murmurarle al oído las palabras de amor como si fuese un secreto a dos voces. El chamamé Merceditas formaba parte del paisaje musical argentino, y por ende del mundo, pero Ramón no había podido ofrecérselo aún de cerquita y al oído, como aquello que era en realidad: un poema de amor.

Aún habiendo pasado cuarenta años, él le escribió reiterándole la invitación de viajar a Buenos Aires

Que dulce encanto tiene
en mis recuerdos Merceditas
aromada florecita
amor mío de una vez.
La conocí en el campo
allá muy lejos, una tarde
donde crecen los trigales
provincia de Santa Fe.

Así nació nuestro querer
con ilusión...con mucha fe
pero no se por qué la flor
se marchitó y muriendo fue...
Y amándola con loco amor
así llegué a comprender
lo que es querer, lo que es sufrir
porque le di mi corazón.
Como una queja errante
en la campiña va flotando
el eco vago de mi canto
recordando aquel amor...
porque a pesar del tiempo
transcurrido es Merceditas
la leyenda que palpita
en mi nostálgica canción.

Pero a veces el desencuentro no cede su sablazo. En este caso fue la muerte la que dejó ir a Ramón de los brazos de Mercedes. A “la chica suiza de Humboldt” no le quedó entre las manos nada más que el recuerdo de ser la musa inspiradora de una leyenda. La vida se le fue más rápido de lo que imaginó. Cómo saber, en realidad, qué fue lo que llevó a Mercedes a no aceptar el amor de Ramón. Tal vez, no se creyó capaz de tener algo para ofrecer a cambio de un gran amor.

Lo cierto es que no le fue mejor por ser leal a sus ancestros. Empobrecida, al fin la vida se le acabó. Ni sus días de deidad inspiradora ni el reconocimiento de los suyos por cumplir con su deber, fueron atenuante o justificativo para que le fuese concedido el milagro de demorar su partida. Nadie vive sino el tiempo que le fue asignado, 84 años en su caso. Aquel domingo 8 de julio, Mercedes murió en el hospital de Esperanza. Nunca más oír los versos y la melodía de su canción; los sueños se le fueron entre los dedos, como se le había escapado el camino polvoriento de los pagos de Humboldt, al paso de su moto o de los cascos del caballo.

El tiempo de la melodía, y el del amor, se le acabó sin tregua ni piedad. Una enfermedad terminal puso fin a su condición de musa y al goce que provoca la fuerza arrolladora de un amor que nunca se concreta. Sin embargo, poco antes de morir se concedió la paz a sí misma y a Ramón, que la esperaba con nuevas palabras de amor, confesando: “Simplemente, me arrepentí”. Silvia Miguens

Fotos: Gentileza Diario El Litoral Ramón Sixto Ríos

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VIDEO DEL TEMA MERCEDITAS

interpretado por ERNESTO MONTIEL