LOS AÑOS SESENTA Y SETENTA

 

Entre 1960 y  1970 tuvo lugar un cambio cultural profundo en la Argentina, en cierto modo contradictorio, porque si bien la sociedad se puso a tomo con las nuevas modalidades culturales de liberalizar las costumbres, de informalidad e individualismo, por otra parte los movimientos de protesta juvenil se tiñeron de autoritarismo. La juventud politizada despreciaba el consenso democrático y intentaba a los gobernantes militares con métodos violentos que contribuían a generar más represión.

 

Alrededor de 1960 se consolida una etapa muy prolongada de bienestar y crecimiento económico a escala mundial, “los años dorados”, la transformación social mayor, más intensa, rápida y universal de la historia de la humanidad”, según  Hobsbawm. Sus efectos llegaron también a la Argentina.

 

Líder de esta época fueron el presidente Kennedy con su tesis de “la nueva frontera”, que propuso a la sociedad norteamericana alcanzar las regiones no exploradas de la ciencia y el espacio y ponerles fin a la discriminación y la miseria; Martin Luther King, símbolo de la lucha contra la discriminación racial, asesinado en 1968; el papa Juan XXIII quien convocó al Concilio Vaticano Segundo (1962-1965) para "aggiornar" a la Iglesia Católica y comenzó el diálogo ecuménico con los hermanos cristianos separados; el general Charles de Gaulle, expresión de la identidad de Francia.

 

El "estado de bienestar" y la planificación estatal fueron aplicados en la mayoría de los países, fueran éstos capitalistas, socialistas o tercermundistas. La seguridad y la asistencia social, la educación, los problemas de las minorías y el desempleo, se convirtieron en cuestiones que el Estado debía resolver con recursos públicos. Países europeos escasamente desarrollados, como era el caso de Italia, dieron el gran salto hacia la prosperidad mediante una hábil combinación de estrategia industrial y turismo de masas. España seguiría pronto ese mismo camino. Más tarde avanzaron por la senda del desarrollo las naciones del sudeste asiático.

 

Ésta fue asimismo la época en que los países del llamado Tercer Mundo, recientemente descolonizados, se agruparon en el Movimiento de No Alineados (Conferencia de Bandung, 1955). Sus dirigentes, Jawaharlal Nehru (India), Gamal Abdel Nasser (Egipto), Achmad Sukarno (Indonesia) y el mariscal Tito (Yugoslavia), si bien simpatizaban con la URSS, pretendían acudir al bloque capitalista o al comunista según sus necesidades de desarrollo y de defensa.

 

En 1969 Estados Unidos ganó la carrera espacial que corría con la URSS y en la que invirtió ingentes recursos durante más de una década: con admirable precisión científica la nave Apolo XI depositó al astronauta Neil Armstrong sobre la superficie lunar en un paseo espacial proyectado por las pantallas de TV en todo el mundo. Pero la política exterior de Washington sufrió una dura derrota en el sudeste asiático, en la guerra de Vietnam, donde el ejército del Viet-Gong (comunistas), sostenido por la China de Mao Tse Tung, venció a las fuerzas de Vietnam del Sur, apoyadas por EE.UU. Esto ocurrió en 1975, pero desde no menos de siete años antes las dificultades generadas por el conflicto aceleraron una serie de cambios culturales e ideológicos.

 

Parte de la juventud norteamericana se negó a alistarse en el Ejército. Los universitarios justificaron su actitud en la filosofía hedonista del alemán Herbert Marcuse, docente en la Universidad de Berkeley. La informalidad en la ropa, la liberación sexual, el feminismo y el pelo largo forman parte de la revolución pacífica de los hippies, simbolizada en las flores y en el uso de alucinógenos. "Hagamos el amor y no la guerra" era la nueva consigna.

 

Otra vertiente del estudiantado leía y asimilaba las consignas revolucionarias del Libro Rojo de Mao y se identificaba con Ernesto “Che" Guevara, el argentino que murió en Bolivia en 1967 cuando intentaba instalar un foco guerrillero en la selva. La suma de  las rebeldías juveniles tuvo su emblema en la movilización de los estudiantes y obreros de París, el Mayo francés, que en 1968 estuvo a punto de derribar al presidente De Gaulle. Ese fue el punto de inflexión de una serie de creencias y costumbres que colapsaron entonces, como la autoridad paterna y la obediencia a las normas de las iglesias establecidas.

 

Pero en la Europa del Este, la “primavera de Praga” que buscó liberar a Checoslovaquia de la dependencia de Moscú concluyó dramáticamente con la llegada de los tanques rusos para restablecer el orden en los países del Pacto de Varsovia. En América latina, la protesta de los estudiantes mexicanos en la plaza de Tlatelolco, en reclamo de cambios políticos, terminó en una masacre ordenada por el gobierno. Por otra parte, las guerras tribales y las pavorosas hambrunas que azotaron distintas zonas de África indicaban asimismo las dolorosas cuestiones que la descolonización había dejado pendientes.

 

En la Argentina las costumbres se aflojaron en el curso de los años sesenta. La gente se adaptó como pudo a los nuevos modelos. El cambio afectó especialmente a las mujeres y a los jóvenes de clase media.

 

Ellas se reducían sus polleras a proporciones mínimas, se soltaban el pelo, ingresaban a la Universidad, trabajaban fuera del hogar, eran más permisivas en su conducta sexual y controlaban la natalidad asistidas por técnicas modernas. En 1970, constituían el 25% de la fuerza labora, con mayoría en la docencia primaria y secundaria y en enfermería; el 34% de los empleados administrativos y el 45% de los jefes y supervisores calificados. Sin embargo, la discriminación salarial subsistía y la presencia femenina era escasa en los cargos directivos. Por otra parte, en los gobiernos constitucionales de la época hubo menos representantes mujeres que en 1952.

 

Los jóvenes tenían ahora sus modelos propios, tomados de sus pares y no de los adultos. Sus padres los estaban educando apoyados en los consejos de los psicoanalistas para que no se les coartara la libertad. Imitaban a las juventudes inconformistas del Primer Mundo, de ropa colorida y pelo largo, y adoptaban la revolución musical y mediática de los Beatles ingleses (1962) y otros conjuntos de rock. Se pensaba que los jóvenes nunca tenían la culpa, sus padres sí.

 

La pareja divorciada y vuelta a casar era la nueva realidad de las clases medias. En la Argentina era impensable todavía una ley de divorcio, pero el artículo 67 bis del nuevo Código Civil simplificaba el trámite, si bien no autorizaba legalmente una nueva unión.

 

Las ocupaciones de la mujer fuera del hogar provocaron el crecimiento explosivo de la matricula de los jardines de infantes. Paralelamente al leve aumento del promedio de vida, hubo más población de la tercera edad. Los problemas insolubles en materia de jubilaciones revelaban que una cosa era el estado de bienestar en Suiza o en Alemania Federal y otra muy distinta en Sudamérica. Contar con la jubilación de un país europeo rico se volvió el "sueño del pibe" del antiguo emigrante. Para paliar los problemas de la ancianidad, el ministro de Bienestar Social, Francisco Manrique, creó en 1971 el Instituto Nacional de Jubilados (PAMI) que funcionó bien en una primera etapa.

 

La Argentina conservadora, anterior a 1943, había sido dominada por la clase alta tradicional de estancieros y profesionales que impusieron su estilo y sus gustos. Prosperaba por debajo de ésta una clase media cuya amplitud distinguió a la sociedad argentina de la latinoamericana, en la que la brecha se abría entre una minoría de muy ricos y una mayoría de muy pobres. El peronismo (1943-1955) exaltó a la clase obrera sindicalizada, cuyo nivel de vida mejoró proporcionalmente más que el de los sectores medios. En los sesenta, el valor social de la gente de ingresos medios parece interesar más al mercado.

 

Este sector tiene acceso entonces al simpático Citroén y al Fiat 600 (apodado "Fitito"), al departamento en cuotas y al veraneo en Mar del Plata o en el balneario más informal de Villa Gesell. Ya no viaja en tranvía, medio de transporte que se suprimió en 1962, sino en colectivo o en auto particular. Los que vivían en Buenos Aires soñaban con mudarse al centro, en un proceso inverso al de comienzos de siglo, cuando los inmigrantes se fueron de los conventillos a los barrios.

 

En la década de 1960, el supermercado empieza a competir con el almacén de la esquina; pero todavía la tarjeta de crédito se reservaba para los “ejecutivos” de empresas, personajes rodeados de cierto halo de prestigio, promovido por los chistes de la revista Tía Vicenta.

 

La gente media se veía reflejada en la amplia oferta de consumos culturales, libros, revistas, películas, espectáculos y programas de TV. Por una cuestión de identidad, estos sectores consumían discos y casetes de música folklórica: la voz de Mercedes Sosa, el piano de Ariel Ramírez, la guitarra de Falú, el charango de Jaime Torres y la poesía de Atahualpa Yupanqui.

 

En la televisión abundaban las peripecias del típico hogar de clase media baja que se reunía a comer los ravioles caseros cada domingo. Hacia 1970, la audiencia de TV era masiva e incluía a los sectores de bajos ingresos.

 

Se instalaban revistas policiales, deportivas, de chimentos y fotos de actualidad de investigación y opinión. En 1966 una sola editorial publicaba 1.640.000 ejemplares mensuales de revistas.

 

El libro argentino fue best-seller. Entre los más vendidos figuraban los que respondían ala búsqueda de identidad cultural de los sectores medios: Buenos Aires, vida cotidiana y alineación, de Juan José Sebreli (1964), Los que mandan, de José Luis de Imaz, el medio pelo en la sociedad argentina, de Arturo Jauretche (1966) y las novelas de Manuel Puig, Beatriz Guido, Silvina Bullrich y Marta Lynch, entre otros autores preferidos del público.

 

“Actualmente un buen escritor argentino se vende tanto o más que uno europeo o norteamericano. No nos podemos quejar”, dice en 1964 Ernesto Sábato, autor de   sobre héroes y tumbas, uno de los libros más admirados en los 60. Por cierto que, como observa Andrés Avellaneda,  un rasgo maduro de la literatura argentina es que por primera vez los autores nacionales  -Borges, Cortázar- sustituyen a los extranjeros en la búsqueda de maestros y de referencias.

 

Y quizás también por primera vez en la historia cultural argentina, estaban de moda los escritores latinoamericanos. Se leían ficciones de Mario Vargas Llosa, Jorge Amado, Alejo Carpentier. El primer suceso editorial del colombiano Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, fue publicado por una editorial argentina en Buenos aires. Autores nacionales como María Granata. Los viernes de la eternidad, y Héctor Tizón, Fuego en Casabindo, se inscribieron en la corriente literaria del “realismo mágico”.

 

La historia tenía públicos amplios siempre que se ocupara de temas polémicos y de hechos contemporáneos. Félix Luna, uno de los  historiadores más leídos, comenzó a editar la revista de divulgación Todo es Historia (1967). En las Universidades y en centros como el Instituto Di Tella, trabajaban investigadores formados en la corriente de la historia económica y social: Tulio Halperin Donghi, Ezequiel Gallo, Roberto Cortés conde, Francis Korn y Carlos Sempat Assadourian, entre otros.

 

Pero los libros de historia nacional que más contribuyeron a moldear a la sociedad, en el marco de la teoría de la dependencia  divulgada por Fernando Enrique Cardoso y E. Faletto, fueron los textos de  Juan J. Hernández Arregui, José María Rosa y Jorge Abelardo Ramos, estos últimos en varios tomos accesibles a cualquier bolsillo.

 

 

copiado de https://www.odonnell-historia.com.ar/reciente/illiahoy.htm

 

 

INDICE HISTORIA ARGENTINA