EL GRITO CIUDAD

 

 

POEMAS DE ARMANDO BANDEO

 

 

EL GRITO CIUDAD



Tu grito, ciudad, existe
blanco, sorpresivo,
violento, del alma, la tierra.
Agrio, desenfadado hijo de los colores.
Salvación, ser interrumpido del silencio.
Presente, original,
callado, posible, siempre.
Ciudad, grito, alerta incesante,
vida, tiempo, experiencia,
manos de aceros brillosos.
Ciudad conozco la luz de tus luciérnagas
con olas de avizorantes verdes soleados.
Conozco el tano errante,
su reja de esfuerzos certeros.
Ciudad de guerreros inmigrantes
y un cardenal recreando sus pensamientos
en las ramas de un quebracho.
Ciudad floreciente,
mágica, entretejida, brote, color,
hijos, sueños, torcazas y corazón.
Sin suposiciones,
amo tus guazunchos, loros barranqueros,
perdices, arroyos, ceibos, dorados,
dulcemente eternizados en tus certezas.

 

 

AVELLANEDA

Vincha blanca y amarilla,
trigo y algodón, sorgo y girasol,
soja y maíz, manos y suaves ventanas del pan.
Tierra de leyendas verdes
acunando hijos filosos
para acariciar los montes,
perdiendo el sudor progresista
en los surcos ardientes.
El tiempo se desnuda sobrevolando un chajá,
con noticias de promesas cumplidas.
Las lágrimas de un colono,
de vez en cuando,
añoran el friuli,
quisieran abrazar ''la mamma",
pero la vida exige otra cosecha,
los hijos que fertilizan la tierra
y las auroras exigentes, productoras.
Tierra hermosa, tus ojos apasionados,
entraron un cardenal a nuestro corazón.
Nadie se retira de tus manos,
los anhelos y palomas se acurrucan
en lo alto de tus algarrobos.

 

 


EL AGRICULTOR

Sobre el surco las semillas agitaron la vida.
El agricultor acumula amaneceres,
acompañado de pájaros y soles,
canto y rocío.

Si este poema se trillara,
si caminara de bolsa en bolsa,
si las estaciones lo entendieran,
gringo, te abrazaría de sol a sol,
estallaría en tu risa,
secaría tu sudor,
me proveería de tus manos
y cantaría la blancura, el verdor,
los colores de las simientes soñadas.

Si tus palabras, gringo sembrador,
fueran una leyenda no lo diría,
porque tu soledad de noches y auroras
fabrica la saciedad del hombre,
acrecienta la silueta creadora y,
a veces, a tu alma le falta fuerzas
con tanta tierra por producir.

 


LOS GRINGOS



Vinieron a quedarse,
para siempre, sin orientación
o la ubicuidad de las permanentes colonias.
Son todos gringos,
o casi, bajo el sol de Santa Fe
que encalló sus manos como madre
y las trilladoras segando
las debilidades del cereal en el corazón.
Porque antesalas de montes derribados
recuerdan las lágrimas nostalgiosas,
el músculo brilloso,
la verdad vencida de los indígenas,
la emoción de la nueva tierra rubia
que descalzó su mirada
en un guazuncho vigilante.
Un tiempo fue la circunstancia.
Hoy el sentimiento raíz,
el alma anudada de hijos,
naranjales, fábricas
y un campanario agitando el cielo de nubes.
Los gringos curten arrugas, manos y corazón.
No se dan cuenta de sus canciones amarillas
esfumándose en un chamamé.
Ellos viven del olor de la tierra,
el sonido de los tractores
escribiendo en la corteza de los árboles
el fuego vivo de su sangre.

 

 

COSECHERO


El algodón salpicó su sangre blanca
entre las hojas verdes del surco.
Los colonos amasan una oración,
ruegan la cosecha suave, plena,
la pureza de una nube
que sólo el tiempo dirige a su capricho
para vivificar o destruir.
Y llega el cosechero, interminable,
personaje de las anécdotas
coloreando la monotonía de los campos,
y las arpilleras de los ranchos.
El fantasma de la harina se expande ,
en cada línea de su mirada
y ensaya el embarazo de la nieve,
la madurez de la tierra,
los colores del colibrí.
Descalzo bajo un algarrobo
guitarrea a una paloma
que aprisiona las ramas de la siesta.
Prosigue su labor y, al atardecer,
sonríe, sobrevuela las chacras en un silbido,
declara el sudor ferviente del verano.
Anochece. El negro de los surcos abraza su mujer
en el nervioso cosquilleo de un mate cocido,
"tiempo al tiempo", piensa,
nuevamente, mañana,
encaminará su destino por los surcos.

 

LA PLAZA

Visitante,
ponte cómodo, va a partir el cohete
entre los árboles de tu mirada,
con su gorra multicolor
y un tobogán bajando la tarde acuarela.
Recorre el silencio de la gramilla,
los niños pintados de verde,
las hamacas chillonas
hasta el barullo de unos gorriones
encaramados en sus trinos y saltos.
A quién buscas en sus cuatro costados,
luces, aguas, baldosas y rosales?


Arranco flores de un cantero,
te corono con la frescura de las sombras.
Aquí quedará parte de tu alma.
el regreso del trabajo por sus sendas,
el ocio, la plaza de los enamorados,
los mates desgranados bajo las tipas,
el duende interminable de Geromet,
padre de este oasis, que denuncia
en la policía, a carcajadas,
un posible atentado al busto de Nicolás Avellaneda.
Hablo en serio, aunque no lo pidas,
tengo un ramo de margaritas
y un montón de asientos cromáticos
en el bolsillo para que no olvides
nuestro corazón.

 

 

GIRASOL



Un girasol en cada lágrima negra
pone una medalla a la tierra amarilla.
Como si un tatané no soñara con los loros,
o un hornero abandonara su nido por un ladrillo.
Girasol importado del verano,
con andas y sillones verdes,
ojos amarillos,
orejas tapizadas de espuma blanca.
Su presencia y el sol,
hermanos mellizos,
don de las trilladoras hambrientas
y el éxito de los colores en el surco.
Me río de tí,
no importa que los maíces fabriquen
chinelas de chala,
que la voz de una mujer
esconda su amante entre tus granos.
No hay tristeza que valga en tu armonía,
romántico de las colonias,
hipnotizado galán del horizonte,
abandonado y generoso cardumen
que se entrega a las auroras
los hombres y pájaros cada año.

 


EL HACHERO

El músculo afiló el acero
contra la decisión de un tronco nervioso
y juega la vida y la muerte
en la valentía de los montes.
Por favor, no me maten,
gritaba un árbol escondido
detrás de su profesión de sombras,
amenazando el silencio de un quebracho.
Artillero de palabras, sé quienes hacen los héroes,
quienes esculpen los cuerpos sin ramas,
quienes se servirán a sí mismos.
A poco pasos de mi hacha 
un portazo de pájaros se va,
comienza la ceremonia de la muerte. 
El cielo se interpone a los golpes.
Las huellas de un guazuncho
se borraron con la caída de un guayibí.
El atardecer desfalleciente 
se aferra a los troncos sin manos. 
El sudor desciende las sendas. 
La batalla de un hachero terminó,
si no me equivoco de ramas, edades y tiempos. 
Despierto tranquilo, recién al amanecer
cuando las torcazas escapan libres, seguras 
robando las raíces inocentes.

 


DARWIN, DESDE LAS TOSCAS
A AVELLANEDA



Desde Las Toscas a Avellaneda,
la  F l00 trajo el camino
a la mejor velocidad que los neumáticos pueden,
a la mejor belleza de los girasoles
y un borde perfumado de lino.
O Las Garzas con casas olvidadas 
volando entre las mariposas 
con un agitar de pañuelos y maíces.
Los campos arden paralelos al sol
con sus humaredas de limpieza.
Como si la mirada 
no fuera más que un Ray ban de lujo.
Compartí contigo mujer un sandwich
que despidió el nylon
en una curva de tus labios.
Al llegar a los primeros eucaliptus del Timbó
no dije nada a la policía caminera, 
ellos entienden de carnets, 
no mucho, del amor pasajero,
que cruzando Bunge Born, hasta la Shell
se horrorizan por una invasión de vacas holandesas. 
Pobre Darwin, tanta paleontología
para que mi ciudad no entienda nada de fósiles
y la evolución apelmazada de sus moradores
en mis largas investigaciones sobre el amor.
Bajaste frente a la Pent, principesca,
con tu séquito de alguaciles y vestidos
olvidando un beso en las mejillas, 
cuando no estuvo presente en mi memoria,
doblando el semáforo que va hacia la cooperativa, 
si te llamabas Laura, Gabriela, etc.

 

 


PRUDENCIA



Madre,

A todas las madres que
están en el recuerdo.
nació el sol en tu alma,
una noche de noviembre.

Calzaste la serenidad del momento,
la piel de tus alegrías
la despedida de los pañuelos.

Sola, insuficiente en esta realidad,
pusiste el mejor vestido, el último,
para completar el recuerdo,
el viaje prolongado,
sorpresivo, esperado,
en las arrugas del tiempo.

Para tí, había calles, luces hermosas.
Nos besaste tranquila
con palabras, corazón, permanencia.

Tu voz calló
robando una estrella escondida
en cada una de nuestras lágrimas.

Imagino el poema recitando, ese día,
la ausencia del hogar,
el compañero solitario,
el tiempo cumplido, feliz,
sin pensar que te encontramos,
todos los días, con la fuerza del amor,
en el patio, las piezas, los pensamientos.

Como si aún no te hubieras marchado, madre.

 



LA PAREJA

El gringo está enamorado.
Todos lo comentan y observan,
callan al verlo pasar.
El gringo feliz vuelve de la chacra
los domingos para ver a su amada.
Ellos pasean por las calles del pueblo,
riendo, cantando.

El sol y los pájaros se alborotan
cuando se sientan y besan
sobre la gramilla de la plaza.
Todos callan,
no silencian el pensamiento.
Un murmullo de palabras
no puede detener el amor.

Un sábado se casaron.
Sus padres estaban ausentes.
Ella, negrita como las pepas del algodón,
él dorado como el trigo.
Solamente un perro callejero
corría jubiloso,
agitando su cola delante de ellos,
a la salida de la iglesia.

 

  ARMANDO BANDEO   CULTURA   CENTRO DE ESCRITORES