Juan Antón

 

 

Nació en Colmena  y se crió en Intiyaco: Hizo la escuela secundaria en la Escuela Normal de Reconquista. Se graduó como abogado luego en sus estudios universitarios. Colaborador de diarios como El Litoral  y La Capital. Entre otros premios recibió el MATEO BOOZ, de la Asociación Santafesina de Escritores en el año 1996. Publicó el libro "Cuentos de la Vida Difícil", con el cual ganó el premio EMILIO P. CORBIERE, de la Sociedad Argentina de Escritores, en el año 1976.

 

UN CUENTO DE AMOR

Se encontraba totalmente solo en una casa nueva, entre los muebles también nuevos. Pero había llegado a contador del banco donde trabajaba, y, la verdad, tuvo vergüenza de seguir viviendo en el altillo que durante veinte años le alquilara doña María. Por sueñe la casa fue construida en la finca aledaña y era la misma doña María que venía por la mañana a hacer la limpieza y abrir las ventanas para que entrara el sol. La casa nueva le sobraba por todos lados, a pesar de ser la más reducida de las que se ofrecían en los planes normalizados. Por ejemplo, le sobraba cocina, acostumbrado a encender el "Primus" en un rincón de su buhardilla; le sobraba dormitorio y ventanal, habituado a la camita de una plaza arrinconada contra el precario roperito comprado de segunda mano en lo de don Simón, y la mesita de luz que le regalara doña María; le sobraba el jardín del frente con los árboles del antiguo terreno que los constructores habían conservado, acostumbrado como estaba al rellano de la escalera que le sirviera de balcón en el altillo y donde se sentaba a tomar mate.


Habituado como estaba a moverse esquivando el ángulo de la mesa que le sirviera para comer, escribir, o planchar, cuidando de no voltear pava ni calentador, tanteando para encender las luces, el nuevo hábitat se le ocurría exageradamente holgado. Antes, en su reducto, había como un acomodamiento entre el cuarto y él. Se lo calzaba como si fuera un guante. En la oscuridad, sabía donde se encontraban las cosas, y muchas veces se desvistió y acostó sin encender la luz. Al llegar, en altas  horas de la noche, fuera invierno o verano, al trasponer su umbral, sentía una inefable sensación de acogimiento, como si
lo cubrieran con un poncho. Ahora, todo le parecía hostil e indomeñado. El olor a pintura, los muebles lustrosos, la cocina invicta, lo expulsaban.

Desacostumbrado a la utilización de tanto amoblamiento y enseres comprados por indicación de gente entendida, no sabía por donde comenzar la conquista. Abría los cajones del placard de la cocina, y se encontraba con multiplicidad de cuchillos, tenedores, cucharas, platos, docenas de vasos y tazas de todo tipo, abrelatas y batidores cuando a él siempre le sobró con una taza enlozada que hacía las veces de vaso y recipiente para cualquier uso. En el dormitorio le
habían acomodado además de su ropa, sábanas y frazadas, su única valija, y en la botinera sus zapatos que fueran eternos vigilantes de la cabecera de su cama.


El sábado se levantó temprano, preparó su mate, calentó el agua y salió al jardín manguera en mano mientras doña María hacía la limpieza. Regaba las plantas o daba vuelta la tierra alrededor de los árboles. Luego caminó hasta la vereda para contemplar por primera vez su casa. En verdad el arquitecto había aprovechado el paisaje para enclavar allí la vivienda y que ésta no pareciera una intrusa. El loteo de un antiguo parque familiar no había perjudicado a la arboleda que permanecía incólume y la casa armonizaba con la fronda. Las cercas linderas, estaban hechas de mojones bajos y largueros de palmas.


Todo estaba muy verde y la casita de dos aguas y techo de tejas parecía de cuento. Le agradó su casa y quiso quererla, pero sorpresivamente, le asaltó una sensación de rechazo.


Las tareas del jardín le demandaron casi hasta el mediodía y le quedaba el problema de almorzar. Durante la semana se resolvía el asunto en el comedor del banco, junto a sus compañeros, formando grata tertulia de sobremesa hasta el momento de reiniciar las tareas, pero los sábados y domingos se le complicaban las cosas, no por carencia de amigos sino por falta de ganas de invitar. Pensó que lo mejor es decirle a doña María que lo acompañara pero ella tenía sus hijos y nietos. Lo mejor entonces era hacerse un bife a la plancha. Cuando estaba en la buhardilla no tenía ese problema porque generalmente le invitaba doña Maña, y cubría la diferencia ayudando al menú de la ocasión con el postre, con un matambre, o con un pollo. Sería bueno que fuera doña María quien lo invitara hoy a su casa. Entonces sí se ordenaría perfectamente al mediodía, porque saldría hasta la rotisería del centro "para" comprar un matambre asado, se cruzaría hasta la panadería "para" comprar un kilo de masas, y "para" todo eso, sacaría su Fiat. 


-"Don Zenón, dice doña María, que lo invita a almorzar".
- "Decile a doña María que iré, gracias". 


Se sintió exageradamente feliz, de tener pretexto para salir en auto. Tomó una ducha, se puso su mejor camisa de voile, pantalón claro y zapatos sport. Tomó la avenida de circunvalación para demorar las compras y llegó casi al cerrar la rotisería y la panadería. De regreso a lo de doña María los chiquilines le ayudaron a bajar las cosas. Rodeando la mesa estaban ya los tres hijos con sus respectivas nueras. Por supuesto, esa era su Casa pero se sintió un solitario ante tanta gente acompañada.


Prolongó demasiado la sobremesa, y en un momento, con cualquier pretexto, subió hasta su antigua buhardilla. Al encontrarla completamente vacía, con sus rincones de baldosas más rojas que las gastadas del medio, con su techo de madera machimbreada, con la lamparita de 25 bujías que colgaba apagada como un ojo ciego, sintió una sensación de finitud, de transitoriedad, de muerte. Casi no podía creer que en ese lugar había pasado casi treinta años.


Se escabulló sin saludar a la familia, como lo hacía siempre, con excepción de doña María, y entró nuevamente a su casa. A pesar de que había tomado abundante vino quiso dormir una prolongada siesta y se ayudó con un whisky. Apenas se puso el traje de dormir y tocó la almohada comenzó a roncar tempestuosamente. 

 

Despertose casi a la entrada del sol, se afeitó y duchó. Vistiose correctamente. Iría a misa. Allí podría charlar con el padre Jorge, las señoritas de la ayuda, y los de las obras pías. No se le escapaba que la señorita Villega lo miraba con buenos ojos pero la relación siempre fue demasiado formal, muy fría. Algunas veces se imaginaba besándola para comprobar si despena a en él algún impulso erótico y no lo conseguía. Desde el punto de vista social, le hubiera convenido, porque el padre era coronel, y los hermanos todos militares, médicos, ingenieros. Digamos, lo mejor de la pequeña ciudad. No negaba que hubiera querido para sí una chica de pro pero también amándola, que le gustara. 


En eso no se mentía. El sabía cuando le iba a llegar el amor porque una vez lo sintió. Era muchacho, recién ingresaba al banco como auxiliar. La chica era hija del gerente, y también se había empleado en el banco. En cuanto la vio por primera vez, sintió como una lasitud que le oprimía el pecho, una cierta congoja, una inefable sensación de gozo y angustia al mismo tiempo, unas terribles ganas de ensanchar el pecho y suspirar. 


Luego escuchó, nítidamente, como si un coro le cantara una canción. Un coro de voces de hombres en tono bajo como murmurado. Una melodía que hubiera podido ser Candilejas, quizás porque era por los tiempos en que estuvo en boga. Lo cierto es que, en una ocasión se encontraron juntos en el comedor del banco y estaban solos. Le tomó de las manos, y sin decirle nada simplemente mirándola y acercándose a ella la besó largamente en los labios. se quedaron así, un rato, unidos en un beso. Los sorprendió arrobados el padre de la chica pero no le dijo palabra... Le hizo un chiste sobre la juventud, el
apasionamiento, y lo de más allá. Pero quince días después inopinadamente desaparecieron de la sucursal. Había pedido traslado a Buenos Aires.


Cuando la veía a la señorita Villega, que no era mal parecida, Zenón procuraba evocar las mismas sensaciones, pero era inútil. Después tuvo una relación larga con otra chica, muy formal, muy de martes, jueves, sábados y domingos. Pero la chica mudé. Y para sorpresa suya no la lamentó. No hubo un desgarramiento. Como si hubiera muerto una prima lejana a quien se estima.


Quedó solo y ahora tiene cincuenta años.


Cuando iba a subir al coche, escucha una frenada y su amigo que baja rápidamente del auto y detrás de él dos mujeres. Sin saludarle casi lo toma del brazo y lo empuja por el jardín la casa. En un momento se da vuelta para fijarle si cerró puerta del auto y advirtió que traían valijas. Una sensación desagrado y sorpresa lo invadió. La oscuridad no permitía rostro alguno. Al llegar a la puerta de entrada, Zenón preguntar algo, y Juan le hizo seña de silencio con el índice en la boca. En cuanto se encontró con los ojos de .una de ellas, esa que se parecía a Catherine Deneuve, con el traje aquel que usa para la publicidad del perfume, comenzó a sentir, como viniendo de lejos, el coro de voces rudas, que entonaban Candilejas o algo así. Pero Juan se desorbitaba hablando: 
-Hicieron una redada en los clubes nocturnos, y se llevaron a todas las muchachas de la noche. Demás está decir que éstas que traigo, también están en la cosa, pero como podés son de precio superior. Es necesario esconderlas por dos o días, hasta que pase la furia. son órdenes del jefe de nuevo. Te ruego que la tengas a ésta -le señaló a Catherine-, yo llevo a la otra. Espero rae sepas perdonar. se llama María como tu vecina. Es educada, no te va a molestar.


-No necesito tantas explicaciones, mi casa es la casa de mis amigos y de los amigos de mis amigos, pónganse cómodos.
-Nosotros nos vamos -dijo Juan- no es cuestión de que me Vean aquí y que yo ando en esta cosas, es por el banco sabes.
-¿En qué cosas andás?
-Bueno, estas cosas de la noche...
-Poro vos sos empleado de banco igual que yo.
-Y lo demás...


Salió su amigo y su chica. Esta vez él llevaba la valija. Entonces quedaron solos y para hacer algo. Zenón encendió todas las luces de la casa. Le dijo a Maña que no tuviera miedo, que en este barrio nunca pasaba nada, que hacía poco habían asfaltado la calle de su casa, y que, como podía apreciar, era escasa la luz y nadie se llegaba hasta ella.


Le llevó la valija al dormitorio -por supuesto el único de la casa- y la puso sobre la cómoda. Ella lo siguió en silencio mirando atentamente a todas panes; luego dijo:
-Qué hermosa casita...
-Sí. Es del plan normalizado, pero tengo un amigo arquitecto que le agregó esos detalles de buen gusto que- ves.


Al rato estaban los dos en el comedor bebiendo un copetín.
Todavía no se podía entablar esa comunicación directa, porque privaba la recomendación de Juan en cuanto al verdadero fin proteccional que la llevó a María a esa casa. se hizo necesario luego invitarla a cenar, a lo que ella aceptó porque hacía muchas horas que estaba sin comer. Le preguntó si se aventuraba a algún restorán céntrico, y respondió que no. Entonces, le dijo que lo esperara que iba a traer comida de una casa especial.


Salé en el coche hasta el restorán habitual, y compró pollo asado, ensalada rusa, y un tarro de peras al natural. Pero cuando regresó, una hora después, se encontró con una inconmensurabe sorpresa. María se había cambiado el vestido negro, se haba duchado, quedando sin una pizca de maquillaje. Los ojos claros sin rímel, y los labios naturales. El cabello largo y suelto labre la espalda, y en una robe delgada y traslúcida, que mostraban un formidable cuerpo de mujer. Andaba descalza por la  casa, porque decía que la descansaba, pero la verdad es que este detalle agregaba una pizca de sensualidad, a la ya total mujer que era María. Zenón apenas si pudo acomodar las cosas en la mesa, cuando de nuevo comenzaron los zumbidos de oído y las aprensiones. Para ponerse a tono, con el marco que quería dar al encuentro con María, también él se duchó, y se colocó piyama y pantuflas. Pero estaba desasosegado. María devoraba. El comía poco y en silencio, pero tratando de ser solícito sin caer en pesadez: Cuando terminaron, ella se ofreció para lavar los platos, y él le dijo que, a primera hora del domingo vendría la vecina que se ocupaba de esas cosas. Estuvieron sentados en el jardín de atrás en la oscuridad charlando. Hablaba exclusivamente él, por una sencilla razón: tenía miedo de que ella hablara, y que le contara cosas de su oficio. Quería mantenerla ahí en la frontera, ahora que había llegado como un regalo del cielo. Ella lo escuchaba, pero percibía su nerviosidad.


Cuando le dijo María que tenía ganas de dormir, que estaba rendida, le señaló su dormitorio, y la cama ya acomodada, con las sábanas abiertas.
-¿Y vos? - le preguntó.
- Yo me acuesto en el sofá.
- No seas pavo, la cama es de dos plazas, así que dormí cómodo, que yo no te voy a molestar. Estoy rendida.
- Bueno. 


Pasó al baño, se limpió los dientes. Observó que se perfumaba ligeramente, y se metió en la cama. Al rato, se sentía una leve respiración.

El se quedó un rato más, sin saber -qué hacer. Sacó el whisky del bargueño pero le pareció una cobardía tratar de darse coraje con el alcohol, así que terminó su vino, y luego trató de leer un poco en el living. No lo consiguió. Salió hasta la calle, así en piyama, y sintió el agradable viento templado, casi caliente de la noche de verano, y la luna ahora un poco alta en el horizonte.


No tenía coraje para ir a acostarse al lado de ella, pero tampoco quería pasar el papelón de hacerlo en otra parte. Cuando regresó de la calle, decidió que un whisky no era una concesión al alcoholismo, y se lo tomó parsimoniosamente, sentado en su sofá preferido, leyendo el diario de la tarde. Se distrajo un poco con las noticias, por el hábito cotidiano de esta lectura. Cuando terminó, miró su reloj, y entonces se dio cuenta que eran las tres de la mañana. Durado se fue hasta el dormitorio, y se acostó sobre las sábanas. Lo hizo en la oscuridad. Es decir, sólo alumbrado  por la claridad exterior, puesto que el dormitorio daba al patio trasero. Al querer acostarse sintió que María se incorporaba, lo abrazaba  fuertemente, y le incrustaba los labios en los suyos.


A la mañana siguiente se levantaron tarde. El la miraba ir y venir. Lavó los platos, y pasó el trapo al piso de la cocina ..cebó mates. Cuando la pava estuvo caliente, se fueron ambos al jardín trasero, él en su silla perezosa, y ella en una silla petisa También arriba, estaban como la noche anterior informalmente
te vestidos. Ella dijo que quería cocinar la salsa de los tallarines que él compraría en la panadería. Dejaron de tomar mate, él se vistió para salir, y mientras explicaba dónde quedaban las latas del tomate y demás elementos, ella se colocaba el delantal. Entonces la miró de nuevo, y sintió que la casa se transformaba; que había una aceptación total a los dos, y que todo se integraba. A la sensación de expulsión anterior, había ahora el reconocimiento e integración. Mirándola en la cocina, con ese delantal que decía "pan y vino", con la cara lavada y los ojos claro y ese perfil de publicidad de artículos de belleza, le parecía que estuviera viviendo un sueño, una mentira, una quimera. La atrajo nuevamente contra él, y la besó mucho, para cerciorarse  de que era verdad esa mujer en sus brazos. Ella le dijo:


-Apurate, que se hace tarde...-Nada más que para alejarlo cariñosamente.


En el auto, comenzaron las ideas a girar como en un remolino. Ahora se iban a enterar doña María, y a través  doña María la señorita Villega y a través de la señorita Villega, padre Jorge, y a través del cura, el gerente. Por supuesto, una muchacha de la noche. Zenón Pacheco, sabés, qué sorpresa, ese que parecía tan ceremonioso, el solterón que vivía como un monje, sí, se metió con una mujer del ambiente. Dicen que era copera en el Copacabana, no era del Cocapabana, era Ricitos de Oro, no señor, yo a esa chica la veía en el Molí Rojo. Debe ser esa que se parece a Catherine Deneuve. Se viste siempre de negro, y es bastante fina la tipa. A mí me gusta, te la tiraste alguna vez. No, yo no. Pero anduvo mucho tiempo con uno de los directores del banco Carlomagno; cuál, el gringo alto, medio viejón, que anda en ese auto negro con chofer uniformado. Sí, con ése.


Comieron magistralmente. Los tallarines de María estaban hecho con un tuco casero de primera, y con un poco de picadillo de carne que le pidió a su tocaya. Durmieron la siesta. Luego salieron a pasear en auto. El domingo fueron de pic nic a la orilla del río, y volvieron entrada la noche. Llegaría el lunes, y con ello, indudablemente, la decisión de María de .irse. A las seis de la mañana se levantó Zenón, y salió sin hacer ruido. Dejó sobre la mesa de luz dinero, y una esquela que indicaba que era para la comida. Llegó a las dos de la tarde, cansado como todo lunes. Y entonces encontró a María en el living con la valija preparada, y vestida con traje de dos piezas muy sobrio, lista para marcharse.


"-Te esperaba para despedirme."


El no dijo nada, quedó mirándola largamente y en silencio.
Ella extendió la mano, y ofreció una mejilla para el beso fraterno. El le tomó la mano, cálidamente, pero no la besó. Traspuso el umbral de la puerta del living y luego la del jardín y se alejó por la calle arbolada hasta la parada del colectivo. El cerró la puerta, y se hundió en el sillón. ¿Habría soñado? ¿Qué clase de cobarde era, que la dejó marchar, qué clase de solterón era, sin capacidad de reacción que iba a quedar viviendo una apariencia mojigata para darles contentos a la Villega, o a mujeres como esas, que en definitiva nunca le importaron? Pero no tenía ánimos de salir hasta la parada y traerla de un brazo arrastrándola, no tenía coraje.


A resignarse a vivir permanentemente solo, esperando ansiosamente que lo invitase doña María el sábado para poder desgranar las horas de los días vacíos. Ya no el hogar presentido en el delantal del domingo, ya no más pan y vino.


En ese momento se abre la puerta y entra nuevamente María.
"Hola, perdoná, me olvidé mi cartera sobre la mesa de luz.


El soltó un alarido. Se abalanzó y la estrechó entre sus brazos  hasta estrujarla. La llevó consigo a la rastra hasta el dormitorio,
y arrojó la valija en el placard. Cuando ella sacaba la casaquita la volvió a abrazar. Ella le dijo :
"Ya sé, me quedo, me quedo, ponete cómodo, que ya preparo la mesa.

-Eso del regreso sorpresivo de María, es lo que imaginó Zernón, sentado en un sillón del living con un vaso de whisky y en la mano, mientras miraba fijamente, a través de los sopores de una borrachera padre, el picaporte de la puerta cerrada, que da a la calle.

 

LITERATURA