LILIANA VERONICA SULLIVAN
LILIANA VERONICA SULLIVAN
Nació en enero de 1952 en Capital Federal. Reside en ltuzaingo (Bs.As.) Escribió desde los l0 años y recibió un Primer Premio en 1964. Varios de sus trabajos, publicados por Ediciones Nubla, han sido difundidos por radio AM 910, '"La Red".
LA SEÑORA DE FERNANDEZ
... Debería ser la Sra, de Fernández.
La Sra, de Fernández, sentada en medio de un ambiente tranquilo, limpio y brillante, frente a una mesa que larga destellos de cera liquida, teje pacientemente un fino pullover, mirando una complicada telenovela que no se sabe ni con quién, ni cuando, ni cómo terminará.
En breve se preparará una taza de te con edulcorante ( para prevención de la salud) y cambiará de canal, posiblemente para continuar con otra inacabable telenovela donde la protagonista siempre es victima, y el galán es un sinvergüenza engreído y agrandado; al fin y al cabo (piensa) "todos los hombres son iguales..." .
Es la tarde, así que calculo que, la Sra. de Fernández, se levanta por la mañana, ni muy temprano, ni muy tarde, se higieniza de punta a punta en el reluciente baño y antes de salir seca las canillas y pasa una toallita a los azulejos, después de haber fregado el inodoro y el bidé con la escobilla. Al fin, prolijamente vestida, con un equipo deportivo o un pantalón náutico (digno sport para simular desastres físicos), se dirige a la cocina, se prepara un desayuno rápido con cereales y jugo de naranja y lo toma mientras realiza una meticulosa lista para las compras, cuidando de no confundir los alimentos verdaderamente sanos y los verdaderamente destructivos. La Sra, de Fernández sabe que éste es un detalle imprescindible para una vida larga y saludable, tiene sus cuarenta-y-largos años y cada vez se le hace más difícil controlar su colesterol, el aumento de fibras en su intestino y la mala circulación.
Ordena todo, y con mucho fastidio, sale a la calle, otra no le queda. Su vacía cordialidad con sus vecinos es incomparable, decir ""Buenos días" es un exceso, ella no nació para escuchar los problemas de esas charlatanas amas de casa que parece que no tienen nada que hacer. La Sra, de Fernández escucha los comentarios del carnicero sobre política, de lo mal que está el país, de que cada vez hay más desocupados y más pibes en la calle, y sin una palabra paga su compra y se retira, porque si hay algo que no le importa es hablar temas tan lejos de ella misma. Pasa por un puesto de flores y como lo único que ' le gustan son las rosas y ninguna tiene un color que le agrade, sigue de largo; a la Sra. de Fernández no le importa que tengan perfume si no se ven perfectas y bellas. De regreso, una vez reiterado el mismo camino, la misma cantidad de pasos por las mismas baldosas; con la diaria rutina de no desviarse, de no salirse de cauce (porque no le interesa), ni de quicio (porque nada la obliga), La Sra. de Fernández vuelve a su caja de vidrio, perdón... a su casa. Entra, cierra la puerta, echa un vistazo para ver si todo está como lo dejó: En Orden (aunque es imposible que algo se moviera porque nadie entra ni sale a esa hora). Acomoda la bolsa de compras y vuelve a repasar el comedor, los dormitorios, la cocina, el baño, el living, el patio, el hall, el césped y hasta el techo, para que cuando llegue la chica de la limpieza vuelva a repasar... el comedor, los dormitorios, la cocina, el baño, el living, el patio, el hall, el césped y ... hasta el techo.
Todos los días La Sra. de Fernández (y después la chica) pulen los ceniceros de bronce; el Sr. Fernández sabe que no debe usarlos porque son hermosas antigüedades, tampoco puede lanzar los cigarrillos por la ventana porque la vereda ya debe estar lustrada. El Sr. Fernández se resigna, no fuma, no bebe, no habla, no toca nada, pero... nada de nada. Mejor así, ella podría molestarse. ¿Para qué tendrá la Sra. de Fernández los ceniceros de bronce? si no existen visitas que los ensucien, que con sus ruidos molestos contaminen el aire, ni niños traviesos e indomables que dejen sus huellas digitales en el espectacular brillo que casi grita "ESTO NO SE TOCA".
La Sra. de Fernández va a las reuniones de damas, a la peluquería de vez en cuando, y a la misa el fin de semana; su vida es muy metódica, nada la deja sin respuestas, y no tiene preguntas que hacerse.
Porque... La Sra. de Fernández es ASI, y no existen motivos para que sea diferente.
Los hijos están pulcramente vestidos, limpios como la mesa destellante, sus estudios organizados y en próspera marcha; no tiene porqué preocuparse, ni de qué, todo está bien, según lo que se ve, claro... Ni pensar en abrazarlos, podría despeinarlos o arruinar su ropa, un besito tipo '"chuic" suficiente para una llegada o una despedida. Es tácito, lógico e inamovible que no son necesarias eufóricas demostraciones de afecto para saber que ""una Madre ama a sus hijos". Ellos son igual a Ella: serios y respetuosos, discretos y alineados de arriba a abajo y en todas sus manifestaciones, ¡bien que le llevó tiempo sembrarles esa semilla!, pero en fin, también está escrito por ahí que "una Madre debe sacrificarse por sus hijos".
Por las noches, después de cenar, La Sra. de Fernández, levanta la mesa, vuelve a lavar la vajilla, vuelve a ordenarlo todo, vuelve a higienizarse de punta a punta, se encrema la cara, se sumerje en su camisón blanco y con apresto suave; se acuesta temprano y mientras ojea una cara revista de idilios de la farándula (en la Tele a esa hora se acabaron todas las telenovelas ), espera que se acueste su marido y sin una palabra vuelve a apagar la luz otra noche más. Todo se cumplió, como un rito eterno y respetable; y parece ser que se acabó; pero NO, porque...
... Así, a oscuras y sin ver absolutamente nada, calculo que La Sra. de Fernández reposa boca arriba, por si acaso su marido tiene alguna "necesidad" especial, no se mueve, ni roza, porque con un poco de sueñe. El puede quedarse dormido. Para
La Sra. de Fernández no debe ser fácil cumplir con sus "obligaciones" de esposa, se desordena todo, la ropa de cama se arruga y se ensucia, hay olor a perfumes y transpiración. Todo se mueve, todo se revuelve; y con los ojos abiertos, el tiempo se le debe hacer demasiado largo para que todo termine. Ni hablar de un solo movimiento brusco de su parte, ya bastante le cuesta acomodar, disimuladamente y a cada rato, con la punta de los dedos, las sábanas y la almohada que se empecina en deslizarse de su exacta posición, y el problema más grave es... ese punto nuevo del tejido que no puede comprender, ¡justo, justo cuando ya está llegando a las sisas!.
Asi..., a oscuras y sin ver absolutamente nada, calculo que La Sra. de Fernández se dirá: "Bueno, mañana será otro día". Cerrará los ojos, soñará con puertas doradas cerradas por donde no entra el polvo, con mágicas agujas de tejer que inventan puntos increíbles y fantásticos; y al mismo tiempo roncará armoniosamente con un ritmo medido y sin defectos, delicadamente, correctamente, como las campanitas de la puerta de entrada, ¡como se debe roncar! ; y dormida aguardará pacientemente la llegada de un príncipe con aliento a dentífrico, con dentadura postiza pero sin caries, que la despierte con un beso, como a la Bella Durmiente...
... Yo tendría que ser La Sra. de Fernández.
Tejer y mirar telenovelas en un clima pacifico, limpio y brillante con olor a desinfectante de ambientes, sin aroma a tabaco y jazmines. Dejar de devorarme a Kevin Costner en "'El Guardaespaldas " con los ojos. No permitir que mi mirada se escape por la ventana detrás de una figura masculina bien constituida; adulto, preferentemente canoso, de andar firme, vestido con elegante sport, y con un embriagador perfume a talco y jabón que queda suspendido un ratito en el denso aire de mi jardín de tierra húmeda, que me hace cerrar los ojos y afinar mi olfato hasta las últimas consecuencias.
Escuchar más noticieros, en lugar de oír a Serrat, Alberto Cortés, o las Oberturas de Chopin al piano. Dejar el cigarrillo, el insalubre mate hirviente y dulce, el café cargado, la cerveza y la compañía de quienes vienen a compartirlo.
Levantarme y acostarme más temprano; suspender mis madrugadas de poemas y de escritos inagotables; tapar mis oídos a tantas palabras de desaliento; cerrar mi conciencia a tanto dolor humano; enmudecer mi boca a tanta injusticia desparramada.
Yo debería dejar de cubrir a mi osito de peluche por si tiene frío, o de enojarme cuando los chicos maltratan a '"Harry" (mi Pie-Grande de paño y lana) para molestarme porque les causa gracia; es más, La Sra. de Fernández jamás tendría muñecos..., juntan tierra.
Debería abandonar CARITAS y sus carenciados, con mis broncas y mi impotencia de ser insuficiente para tanta pobreza, tanto hambre, tanta desocupación.
Debería dejar de rebolear mis manos en plegados de Origami, tratando de conquistar a los chicos del Colegio, en un taller donde vuelan palomas, mariposas, avioncitos, se arraslran caracoles y saltan ranitas y grillos de papel.
Yo debería dejar de pensar, de hacerme preguntas que no tienen respuesta, que me perturban, que me alteran, que inevitablemente me hacen volver a Dios, aunque no vaya a misa, aunque no me confiese y no comulgue, simplemente porque lo necesito, porque me hace falta que perdone toda mi imperfección.
Tendría que no ver tanto pibe de la calle, tanta falta de Amor; no acariciar a mis hijos, ni hacerles masajes, ni cosquillas, porque retrasan su Madurez; ni absorverlos horas y horas en una conversación donde esperando enseñarles, adquiero la dulce
experiencia de Aprender. No debería adoptar hijos que andan sueltos por ahí con toda la carga del mundo: frente a una Sociedad que no termina de castigarlos o de apañarlos demasiado, una Sociedad aturdida que les quita mucho o les da
exageradamente, pensando solamente en tapar el agujero de su propia culpa. No debería Amar a mis hijos adoptivos igual que a los míos, ni protegerlos más que a Ellos. Pero "esta manera mía" de ser Así, me exige que tenga suficientes motivos para intentar ser diferente.
"Esta manera mía" de Amar no está bien; de ser infiel con un amante como El Mar, con quien mi cuerpo se esfuma y mi espíritu goza sin competencias; de llenarme el alma con apasionamientos que me confunden, con sentimientos que se encienden y se apagan, que se entrecruzan o se estrellan, dejándome con un rompecabezas de mi ser que cada tanto debo volver a armar cuidadosamente.
No, no está bien acostarme y sentir el cuerpo caliente de mi Hombre a mi lado, tentándome, mostrándole mis ganas y mi total satisfacción de poseerlo y ser su dueña; para después tener la necesidad de entregarme totalmente sabiéndolo parte de mi, dentro de mí.., suave.., lento... amando. Levantarme, darme una ducha, volver a la cama y comenzar de nuevo...; dormirme, roncar descuidadamente, y cuando entran las primeras luces del amanecer, comenzar de nuevo... Beberme la noche como -de una fuente donde brota el Agua de la Vida.
No, no está bien, que a la mañana siguiente despierte preguntándome qué me falta cuando en realidad todo lo sentí y todo lo tuve... con un dolor en el centro de mi columna, a la altura de mi cintura, que me recuerda mi artrosis, mis queridos 43 años, y... lo dulcemente bien que la pasé.
Yo no debería usar calzas, ni pantalones elastizados ajustados, ni los cuellos de mis camisas levantados hacia arriba como si volaran, ni mis blusas semi-transparentes abotanadas hasta el exacto botón dónde comienzan a insinuarse mis..., ni sandalias con pulsera, ni botitas con taco, ni polleras con vuelo o con (ajos, ni los puños desabrochados, ni ese mechón rebelde que a propósito dejo caer en la frente, ni colonia para bebés, ni...
No debería usar todas esas cosas que me hacen caminar y sentirme segura, como si todo lo pudiera, todo estuviera a mi alcance y nada me fuera imposible; pero algo debe andar mal, porque siempre hay quien me baja el cuello de mi camisa, cierra un botón más de mi blusa, abrocha mis puños, y acomoda mi mechón para despejar mi frente, como si todo fuera un descuido mío, como si me quisieran armar, hacer de mí una eslructura acorde con las reglas básicas. No debería negarme a esto, a que anulen mis esquemas; debería dejar que hagan de mi lo que debo Ser.
Yo debería dejar de comportarme como Robín Hood con sus afanes de Justicia, luchando por lo que no tiene sentido porque nunca tendrá fin, defendiendo y jugándome por personas, cosas y principios que no tienen nada que ver con el Mundo Real.
Debo sacarme la capa de Superman, un triste disfraz que me lastima cuando comprendo que no tengo poderes, ni suficiente valor para tenerlos. Debo dejar de sentirme Peter Pan con sus vuelos interminables y su alma infantil, creyéndome que si dejo de soñar, de creer que todo es posible, de confiar en mí misma, desaparecerá el País del Nunca-Jamás y el Capitán Hook...
Yo tendría que ser: La Sra. de Fernández, la Bella Durmienle, en cuyo palacio todo duerme y todos duermen...
Hasta que llega el Príncipe Valiente, la besa y todo despierla, y Ella despierta...: Y nada la altera, nada la perturba, nada la hace pensar, nada la conmueve, nada la deja sin respueslas, ni tiene preguntas que hacerse. Porque... La Sra. de Fernández es Así, y; no existen motivos para que sea diferente.
... Yo debería ser..., porque Yo sí tengo suficientes motivos para intentarlo.
En un cuento de nunca acabar, como en "La Historia Sin Fin", lo intento de nuevo, una y otra vez; casi lo consigo, hasta que vuelvo al Mar. El me llama, me atrae, me atrapa, y confesándole mi fracaso le repito:-"Yo tendría que ser La Sra. de
Fernández". Y El, Mi Mar, sin hablar, me responde: "Estás conmigo. No es La Sra. de Fernández quien está aquí; no es La Sra. de Fernández quien me ama...".
Sin más, entro en El, me abraza con sus aguas, acaricia mi corazón con su canto dulce y sereno, y desmenuza mi alma (contenida tanto tiempo) rociándola con el placer de hacerme sentir la presencia de Dios; de descubrir un comprensivo Amor por Mí misma; como soy, o como no debería Ser... La Sra. de Fernández, a esta hora, Así a oscuras y sin ver absolutamente nada, calculo que debe estar acostada boca arriba...
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