EL FRACASO
He aquí otro venero inagotable de abatimiento: el fracaso. También él es un producto mental. Veámoslo.
Tú tenías un proyecto, y calculabas que el plan alcanzaría un techo de cien puntos, digámoslo así; y te adheriste a esos cien puntos. Pero, al culminar la tarea, el proyecto alcanzó sólo cuarenta y cinco puntos. Fue, pues, un resultado negativo; pero, en realidad, no fue negativo, sino solamente inferior a tus previsiones.
Entre frustrado y herido por el amor propio, tu cora zón comienza ahora a resistir mentalmente, a rechazar cordialmente aquel resultado, inferior a lo esperado. Y es entonces cuando ese resultado negativo se conviene en fracaso.
¿Dónde estuvo el error? ¿En haber apuntado demasiado alto, ilusionándote con alcanzar los cien puntos? No, ciertamente, sino en haberte adherido a esos cien puntos. Entre tu persona y los cien puntos se estableció, pues, una vinculación apropiadora.
Forjaste en sueños una imagen dorada, te identificaste con ella casi en una especie de simbiosis, y ahora la construcción de tu mente se derrumba, haciéndose trizas. Desilusión quiere decir que una ilusión se deshace y esfuma. Te hiciste una ilusión a la que te abrazaste con toda tu alma, y al deshacerse la ilusión se produjo en ti una especie de desgarramiento, el despertar amargo de quien estaba abrazado a una sombra.
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El fracaso es, pues, un concepto subjetivo y relativo.
Nace y vive en la mente cuando y en la medida en que rechazas d resultado. Y, a partir de ese momento, el fracaso comienza a presionarte, o, al menos, tú así lo sientes. En la medida en que sientes esa presión, tú la resistes con toda el alma: presión y resistencia son siempre acciones correlativas. En la medida en que la resistas, la presión del fracaso es aceleradamente más opresiva.
Y así, encerrado en ese círculo vicioso, mortífero y fatal, el hombre puede llegar a ser víctima de profundas perturbaciones de personalidad, !Despierta, pues!, y advierte que no es el fracaso el que te tiene atrapado a ti, sino que eres tú y sólo tú el que está dándose de cabeza, con tus resistencias mentales, contra aquel resultado negativo. Es una locura.
Aquello que, inicialmente, no fue más que un resultado imprevisible y parcial, a fuerza de darle vueltas en la cabeza y resistirlo en el corazón, lo has ido convirtiendo en un espectro monstruoso que te atemoriza y oprime. El problema está en ti.
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¿Qué hacer, pues? Mirando a tu futuro, es necesario distinguir dos cosas: el . esfuerzo y el resultado. El esfuerzo depende de ti; el resultado, no.
En lo que depende de ti, debes lanzarte al combate con todas las armas y todos los medios a tu alcance: la experiencia de la vida, la colaboración de los demás, el sentido común, la ley de la proporcionalidad, el idealismo, el entusiasmo, la discreción... En un campo de batalla, el estratega no puede descuidar ningún detalle; de una pequeña imprevisión puede depender una derrota.
De igual manera, en cada proyecto de tu vida, luego de proponerte una meta alta, razonablemente alta, debes poner en acción, con sagacidad y tesón, todos los medios de que dispongas para alcanzar esa meta. Debe haber, pues, una pasión.
Pero también debe haber paz. Como hemos dicho, el "pecado" consiste en establecer una atadura adhesiva y afectiva entre tu corazón y el resultado de aquel proyecto, lo que equivaldría a apropiarse un resultado imaginario y supuesta
Corres un riesgo, que consiste -reiteramos- no en que el supuesto resultado sea brillante, sino en habértelo apropiado antes de que se produjera; se trataba, pues, además, de una ilusión. A causa de esta apropiación, si el resultado es inferior a lo imaginado, vas a tener la impresión de que ha habido un robo, de que se te ha hurtado algo que ya considerabas como propio en tu imaginación. El mal estaba en la apropiación.
Y cuando una propiedad la sentimos amenazada, surge el temor, que no es otra cosa sino la liberación de energías defensivo-agresivas, desencadenadas para defender la propiedad amenazada. En nuestro caso, a este temor lo llamamos preocupación.
Y la preocupación por los resultados va ensombreciendo la vida y quemando gran parte de las energías psíquicas.
No es posible dormir bien cuando uno se siente atormentado por el aguijón del ¿qué será? Quien está agobiado por alguna preocupación tampoco se alimenta debidamente; y las tensiones impiden, asimismo, el buen funcionamiento del sistema digestivo, y especialmente de los intestinos. Cualquier persona que se encuentre en esta situación irá descendiendo cada vez más por la pendiente de la inseguridad, y acabará siendo dominada por toda clase de complejos. La preocupación por los resultados es, pues, la raíz de innumerables daños.
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¿Qué hacer, pues? Una vez agotados todos los recursos y que se acabó el combate y todo está consumado, el sentido común y la sabiduría más elemental de la vida nos confirman que es insensatez perder el tiempo en lamentaciones, dándose de cabeza contra el muro indestructible de un hecho consumado. Relega los resultados al rincón del olvido y quédate en paz; una paz que brotará justamente cuando te hayas desasido de los resultados.
En último término, ¿ de qué o de quién dependen los resultados? De una cadena absolutamente imponderable de causalidades, que, ciertamente, se halla muy lejos de mi alcance: cuántas veces mi libertad y la de los demás están notablemente condicionadas, al menos en ciertas zonas de nuestra personalidad; también influyen los estados de ánimo, los factores climáticos o biológicos, la rivalidad de los demás, o simplemente otras eventualidades imprevisibles.
Si los resultados no dependen de ti, es locura pasar días y noches alucinado por la obsesión del fracaso. ¡Basta de humillarse! ¿Avergonzarse? De nada. Y no permitas que los complejos llamen a tu puerta. Suelta las ataduras que te ligaban emocional y adhesivamente a los resultados, y quédate en paz con la satisfacción de haber hecho lo que estaba en tus manos, aceptando la realidad tal como es; ocupado, sí; pero nunca pre ocupado.
He aquí, pues, el secreto para el combate de la vida: engarzar en un mismo haz estas dos dispares energías: pasión y paz.
Del sufrimiento a la paz
Ignacio Larrañaga