EL HOTEL DE INMIGRANTES

 

 

El Hotel de Inmigrantes

 Monumento Histórico  Un proyecto valioso   Testimonios literarios   En el periodismo   En Internet   Las voces

En este trabajo me refiero al proyecto de creación del Museo de la Inmigración, en el Antiguo Hotel de Inmigrantes de Puerto Madero, y presento testimonios tomados de libros, diarios y otras fuentes, a fin de demostrar la reiterada presencia de la institución en la literatura argentina (desde 1880 hasta nuestros días), en el periodismo y en el recuerdo de quienes se hospedaron allí.

En su ensayo Cómo fue la Argentina 1516-1972, el historiador Exequiel César Ortega sostiene que "La inmigración jugó importante papel ya a mediados de esta etapa del ’80  al ’30. En ciudad y campaña, en oficios diversos que abarcaron la agricultura y la naciente industria; e incluso se dieron lugares como ejemplos de cuánto podía una colonización bien planeada...". Comenta qué sucedió con los inmigrantes llegados a nuestra tierra: "El medio nuestro los asimiló bien pronto y sus descendientes inmediatos se sintieron integrantes ‘de la tierra’. A menudo ascendieron de Status, integraron profesiones, comercio e industria; impulsaron los nuevos partidos políticos mayoritarios".

El gobierno de esa época "En lo social favorecería cada vez más la inmigración, sobre todo la europea en general, perdidas bastante las esperanzas de la anglosajona y francesa en particular. Inmigración que cubriese las necesidades crecientes de mano de obra ciudadana y sobre todo rural, mediante la colonización y la ocupación de dependencia o el arrendamiento y la mediería".

A criterio de Ortega, el régimen se caracterizaba por complementos que radicaban en los aspectos culturales; se refiere a la "Universalidad y amplitud de conocimientos y contenidos de cultura generales, universales; huida de la religiosidad excesiva; aspectos prácticos y utilitarios; enseñanza difundida de tipo enciclopedista-informativa, apta para todos, incluso sin chocar a los diferentes credos y formas de la inmigración".

Hubo "paz, pan y trabajo" para quienes llegaron a la Argentina: "se dio una limitada o encauzada movilidad social, con grupos mayoritarios en condiciones de locación de servicios, incluyéndose la gran inmigración y descendientes inmediatos, salvo una minoría de entre ellos, que proporcionó estratos de clase media comercial, profesional y propietaria".

En cuanto a la composición de la sociedad, señala: "La mayoría empero pertenecía a los grandes estratos derivados de niveles humildes ‘criollos’ (a los que pronto habrán de sumarse los provenientes de inmigraciones interiores provincianas), o derivados de inmigración creciente, de poco antes, los ‘hijos de gringos’, con ocupaciones manuales en su casi totalidad, salvo las excepciones ya aludidas de comerciantes, estancieros y profesionales, ‘hijos de gringos con plata’" (1).

Muchos extranjeros, al llegar a nuestro país, se alojaron en los Hoteles de Inmigrantes. Estos fueron varios, a lo largo del tiempo: En Buenos Aires, los provisorios -el de la calle Corrientes, el de Cerrito, los de Palermo, Caballito y San Fernando, el de la Rotonda y el de la Boca- y el definitivo, en Puerto Madero; en el interior, el de Tucumán y los entrerrianos de Villa Domínguez y Basavilbaso, entre otros.. Para saber sobre ellos contamos, fundamentalmente, con dos libros, el de Jorge Ochoa de Eguileor y Edmundo Valdés, Donde durmieron nuestros abuelos. Los Hoteles de Inmigrantes de la Ciudad de Buenos Aires (2) y el de Graciela Swiderski y Jorge Luis Farjat, Los antiguos Hoteles de Inmigrantes (3).

Monumento Histórico

La revista Todo es Historia, que dirige Félix Luna, dedicó una entrega (4) a los inmigrantes, en coincidencia con la muestra de Casa FOA en el Hotel de Puerto Madero. En dicha revista se recuerda que, en 1898, "se creó la Dirección Nacional de Inmigración, construyéndose y habilitándose el complejo edilicio formado por el definitivo Hotel de Inmigrantes, el Hospital, el desembarcadero y la infraestructura de lo que es hoy la Dirección Nacional de Migraciones". Esa Dirección, "con todas sus oficinas y dependencias anexas, funciona actualmente en el amplio complejo edilicio que simultáneamente con el Hotel de Inmigrantes, se construyera a comienzos de este siglo, más precisamente en la Av. Antártida Argentina 1355, en terrenos otrora ganados al río, donde, desde 1911 funcionan las oficinas dedicadas a la inmigración, espacios inertes, acompañantes inmóviles de toda la historia migratoria de la Argentina de los últimos 80 años".

Magdalena Insausti es la autora del libro Argentina, un país de inmigrantes (5). Escribió asimismo "Hotel de Inmigrantes Un proyecto colosal para la gran Argentina", incluido en esta entrega de la revista de Luna. Allí nos dice: "Como pocos lugares en nuestro país, el conjunto de edificios denominados Hotel de Inmigrantes, expresa el testimonio tangible de la historia argentina del siglo XX. Su construcción se relaciona con los avatares políticos de principios de siglo; la escrupulosa economía de la inmigración que se trasluce en la administración del Hotel; las estrategias migratorias que se cumplieron hasta en la revisión de los equipajes; las colonias en el interior y el traslado de los inmigrantes; la filosofía política que subyace en los escritos de Juan Alsina, Juan P. Ramos y otros. Los múltiples destinos del hotel se vinculan asimismo a las exigencias o paradojas de nuestra historia. Así, fue sede del Regimiento 1° de Infantería de Marina, oficinas de Y.P.F., hogar escuela de la Fundación Eva Perón, o escuela de inmigrantes" (6).

En el sitio "Monumentos de la Ciudad de Buenos Aires", también se proporciona información sobre el Hotel: "A fines del siglo XIX el progreso de la Argentina era acompañado por el crecimiento de la inmigración. El Estado requería respuestas prácticas para ordenar el impacto inmigratorio. La política de balance entre la asistencia social al inmigrante y los intereses y control del Estado, tuvo como emblema al ‘Hotel de Inmigrantes’, concebido como una unidad funcional, administrativa, social, económica que ordenaría y regularía la llegada y distribución de los inmigrantes".

En ese mismo texto se recuerda la historia del complejo edilicio: "Las obras del Hotel se adjudicaron en 1905 a los constructores Udina y Mosca, de origen italiano. (...) En enero de 1911, el complejo fue inaugurado por el Presidente Sáenz Peña. El edificio del Hotel, replanteado por el arquitecto Juan Kronfuss, se terminó en 1912" Y albergó a miles de inmigrantes, hasta que "El declive de la inmigración desde principios de los ’50 señaló el fin de la historia del hotel" (7).

Un proyecto valioso

Refiriéndose al Hotel de Puerto Madero, Laura S. Casanovas afirmó hace unos años que "se dio el nombre de Hotel de Inmigrantes al complejo edilicio que debía contribuir a un mejor control administrativo por parte del Estado, a otorgar asistencia social al inmigrante y a operar como ícono propagandístico en los folletos que se distribuían en el Viejo Continente". "El proyecto –agrega Casanovas- comprendía una serie de construcciones o pabellones dispuestos alrededor de una plaza central. A lo largo de la costa, el desembarcadero; sobre el frente, la dirección y oficinas de trabajo; a continuación, los lavaderos, y cerrando el perímetro, el edificio de los dormitorios y el comedor. Fue este último el que por sus diferencias con el resto, tanto por el diseño como por el volumen, adquirió con el tiempo el nombre del conjunto: Hotel de Inmigrantes, como se lo denomina en la actualidad".

La autora nos hablaba de un día en este establecimiento, cuya construcción finalizó en 1912: "La rutina estructuraba la vida del hotel. Las celadoras despertaban temprano en la mañana a los inmigrantes. Luego del desayuno, las mujeres lavaban la ropa en los lavaderos y cuidaban a los niños, mientras los hombres tramitaban su colocación en las oficinas de trabajo. El servicio de comedor se ordenaba en dos turnos de hasta mil personas cada uno. Los niños recibían a las tres de la tarde la merienda y a partir de las siete quedaban abiertos los dormitorios. Además, se enseñaba el uso de maquinarias agrícolas para los hombres, de labores domésticas para las mujeres" (8).

En El diario íntimo de un país, Hugo E. Ratier se refiere a la institución, que albergaba y contenía a los recién llegados: "Para un campesino europeo –dice- el desembarco en esta Babel del Plata podía resultar traumático. La emigración significó un paso más en el irreversible camino de la urbanización, que se inicia en el puerto de salida. Allí establecen los primitivos lazos de solidaridad entre aquellos que van a emprender la aventura transatlántica. Como en el tiempo de los esclavos negros, haber llegado en el mismo barco creaba vínculos. Ya en tierra, el Estado argentino ofrecía alojamiento en el Hotel de Inmigrantes, salvo a aquellos que venían contratados por empresas. Luego vendría la inserción en el trabajo" (9).

El Hotel tenía un reglamento, que debían acatar quienes deseaban hospedarse en él (10).

La historiadora Nélida Boulgourdjian-Toufeksian afirma en Los armenios en Buenos Aires que "El Hotel de Inmigrantes no estaba abierto a los pueblos asiáticos. Sin embargo, en la Lista de Pasajeros de 1923 se detectó que los armenios fueron interrogados acerca de su interés en ingresar en él y que un escaso número aceptó. Más allá de ser o no admitidos, la existencia de redes formales e informales facilitó la ubicación de los inmigrantes y limitó el ingreso en el Hotel de Inmigrantes" (11). No obstante, los adolescentes argentinos de sangre armenia escuchan de sus abuelos extranjeros "historias de conquistas y de luchas por preservar la cultura de todo un pueblo. Y de barcos llegados al puerto de Buenos Aires repletos de polacos, griegos, árabes y armenios que se hospedaban, muchos de ellos, en el Hotel de Inmigrantes" (12).

Casanovas nos daba una buena noticia: "Afortunadamente, el proyecto de transformarlo en museo está en marcha. (...) El proyecto, que reviste una enorme trascendencia cultural, no es nuevo". Recuerda cómo surgió la idea: "Todo comenzó en 1983, cuando a instancias de las colectividades de inmigrantes de nuestro país, el Ministerio del Interior emitió una resolución por la cual encomendó a la Dirección Nacional de Migraciones realizar un estudio de factibilidad de creación de un museo, que reviviera las circunstancias del hecho histórico de la inmigración en la Argentina. Dos años después, una segunda resolución creó, en el ámbito de la Dirección Nacional de Migraciones, un área responsable del Museo, Archivo y Biblioteca de la Inmigración. En 1990, mediante un decreto, se declaró Monumento Histórico Nacional al edificio del ex Hotel de Inmigrantes y el año último (1997) el Ministerio del Interior desarrolló el programa Complejo Museo del Inmigrante, con dependencia funcional de la Dirección de Migraciones. Serán sede del museo el hotel y las dos plazoletas aledañas. Los edificios restantes continuarán funcionando como dependencias de la Dirección Nacional de Migraciones" (13). Ese programa está dirigido por el ya mencionado profesor Jorge Ochoa de Eguileor y la arquitecta Graciela Seró Mantero.

Hubo quien se manifestó en oposición a esta iniciativa. Escribió Horacio Di Stéfano en 1999: "Parado hoy entre silencios añosos y trozos de postales de la Buenos Aires poco recordada, el maravilloso cuerpo del Hotel de Inmigrantes parece no inmutarse por el paso del tiempo, aunque su interior, vacío y abandonado, conserve ecos imperceptibles y leyendas que mezclan esperanzas, fantasmas, muertes y angustia. Da vértigo mirar su fachada desgastada, rodeada por la sosegada paz de los espacios verdes que lo separan de las inmediaciones de la estación Retiro, e imaginar que albergaba un mundo de personas pululando ruidosamente, donde hoy hay olores viejos. Sus inmutables paredes vieron reemplazar el blanco de color original por un amarillo que lastima los recuerdos de sus horas, pero no es esto únicamente lo que se ve frente a la imponente figura de sus pabellones, y su historia tampoco estuvo a salvo de los maltratos a los que nos han acostumbrado desde siempre. De sólo pensar que el proyecto de hacerlo Museo, tal cual se ha planteado por las autoridades de la Dirección Nacional de Migraciones, lo acerca más al Shopping o a una pintada de labios y resaltado de pestañas, da ganas de dejarlo ahí, quieto, con sus secretos enquistados en la ignorancia" (14).

En octubre de 2001 se inauguró la primera etapa del proyecto. Los nietos de quienes vivieron en este hotel sus primeros días americanos pueden conocer, al fin, las paredes entre las que se hablaba de tantos sueños e ilusiones.

Testimonios literarios

En algunos libros hemos encontrado testimonios acerca de la existencia de esta institución. Ellos, de diversa índole, nos hablan de la presencia del Hotel de Inmigrantes y de su importancia en la comunidad.

Aparece en páginas de Antonio Argerich. A este escritor, acérrimo enemigo de la inmigración, que vivió entre 1855 y 1940, Luis Soler Cañás lo recuerda como "el olvidado precursor de la novela naturalista en la Argentina" (15). Escribió ¿Inocentes o culpables?, obra en la que plantea el dilema del determinismo y el libre albedrío. De ella se dijo que "no es más que una torpe historia de un inmigrante italiano, con la que se propone probar cuántos daños puede acarrear a la sociedad argentina la inmigración de gentes de razas inferiores" (16).

En esta novela, publicada por primera vez en 1884, alude al establecimiento que albergaba a los extranjeros que no tenían trabajo al desembarcar. Afirma Argerich: "Al salir del Hotel de los Inmigrantes se juntó con una manada de compañeros que seguían la vía pública por la mitad de la calle. Había hecho relación con estos sus paisanos y todos á la vez buscaban trabajo" (17). Se refiere agresivamente a quienes de allí salían, asemejándolos a animales, recurso que también utiliza Cambaceres (18) al describir a los inmigrantes.

Alberto Gerchunoff menciona el Hotel en su "Autobiografía", "escrita en París en 1914 y publicada por primera vez en 1952" (19). En ese texto recuerda que "Del Hotel de Inmigrantes, de Buenos Aires, nos llevaron a Moisés Ville en la provincia de Santa Fe. Es la primera de las colonias fundadas por el Barón Hirsch". Habían llegado al Hotel provenientes de Tulchin, Rusia, "Una ciudad sórdida y triste, sin alumbrado ni aceras, cuyo lujo arquitectónico se reducía al palacio semiderruído de los condes de Bazá y a un edificio llamado La Buena, sitio de paseos dominicales".

Los personajes de La logia del umbral (20), de Ricardo Feierstein describen al Hotel como un edificio "enorme, vetusto, dividido en muchas habitaciones. Con largas mesas y bancos laterales". Se refieren a los inmigrantes como "cientos y cientos de bocas hambrientas. (...) sin idioma, cansados, confundidos" y recuerdan que allí les dieron "pan y carne, en platos de lata. (...) Y algunos religiosos (...) no querían comer. Decían que la carne era treif, impura. Que no era para nosotros, judíos de fe". "Pero bien que extrañamos esos almuerzos cuando fuimos hacia el campo –agrega otro. Días y días casi sin masticar. Los niños enfermaban...".

Al Hotel llegaron, en 1906, judíos provenientes de Ucrania. Relata Maria Arcuschin: "Si nuestros viajeros hubiesen tenido la posibilidad de alejarse de los muros grises del Hotel de Inmigrantes, habrían podido apreciar varios notables progresos que señalaban el fin de la aldea colonial con el crecimiento de una futura ciudad" (21). Enrique y Fabio Rotstein, ucranios asimismo, señalan que los inmigrantes que llegaban a la Argentina, "desde 1896 a 1914, no pagaban impuestos de entrada al país (como era el caso en Estados Unidos ) y se les ofrecía estadía gratuita en el Hotel de Inmigrantes, orientación ocupacional y transporte gratuito a su destino final" (22).

En el cuento de Luis León "Chacarita, Vísperas de Pésaj", otro judío, esta vez un sefaradí proveniente de Esmirna, recuerda con disgusto su paso por el hotel: "Cuarenta días en el vapor no fueron menos que cuarenta años en el desierto, y al llegar, ese hotel. Parecido a la timaraná de Chesmé, igual a ese manicomio donde murió Doudou, su madre que nunca lo abandonaba, y comenzó a dejarlo un día, de a poco, en su cerebro, poco a poco hasta olvidar quién era su único hijo, y otro día se fue entre esas paredes ajenas. Esas inmensas salas llenas de camas, donde cada uno hablaba de lo suyo y sin que nadie los entienda" (23).

El recuerdo de ese lugar es una pesadilla para el hombre: "Así llegó la oscuridad, invitándolos a dormir, y a soñar, cuando apenas había bajado el sol. Sueños pesados, adentro la timaraná, en las salas del Hotel de Inmigrantes, con peleas en idiomas desconocidos, con camas altas casi inalcanzables y trozos de matzá pisoteados, molidos por los gruesos zapatones de inmigrantes que iban y venían sin verlos".

Estas palabras nos traen a la memoria aquello que expresa sobre el Hotel Jorge Páez en su libro El conventillo (24): "Como consecuencia de este fenómeno de crecimiento, en una ciudad apenas preparada para un cambio de tal magnitud, emergiendo trabajosamente de la sueñera remansada del período anterior, nació el conventillo, cuya antesala sórdida y atestada fue el célebre Hotel de Inmigrantes".

También se hospedó en el Hotel el abuelo Gedalia Rimetka, de El libro de los recuerdos, de Ana María Shua. El inmigrante y sus "hermanos de barco" "Llegaron después a Buenos Aires, mucho más aceptablemente América. Comparable a Varsovia, Buenos Aires. Una ciudad. Durmió en el hotel de inmigrantes. Amigos lo esperaban. Hacía frío, no como en Polonia pero mucho más que ahora. Otro frío era el frío de los inmigrantes. Adentro de la ropa se ponían papeles de diario para calentarse. Los papeles de diario calientan bien, así, así, debajo de la camiseta papeles, diarios enteros" (25).

Un pionero holandés menciona en sus memorias al Hotel : "En mayo de 1889, el vapor Leerdam trajo a los primeros inmigrantes holandeses a la Argentina. En este barco llegó, a los 10 años, Diego Zijlstra, quien en su libro, Cual ovejas sin pastor, recuerda su llegada: ‘Desde el vapor hasta la costa tuvimos que navegar en lancha y carro unos diez kilómetros soplando un viento de invierno que nos penetraba hasta la médula de los huesos. Ya estábamos en la tercera semana de junio... Verano en el hemisferio Norte. Pero invierno aquí... Engarrotados de frío y medio hambrientos pisamos por fin tierra argentina. Desde Buenos Aires, y previo paso por el Hotel de Inmigrantes, un grupo llegó en tren hasta Tres Arroyos, mientras que otros se instalaron en Cascallares, en la llamada Colonia del Castillo‘ " (26).

Unos años antes de la llegada de Zijlstra, una joven irlandesa se presenta, en Frontera sur, para un puesto de maestra. Durante la entrevista se desmaya; es que –como explica en su trabajoso castellano- había comido por última vez en el barco, ya que no había parado en el Hotel de Inmigrantes (27).

La rutina diaria de la institución es evocada en el relato Stéfano, de María Teresa Andruetto (28). En esa obra, la autora narra: "El hotel está a pocos pasos de la dársena; tiene largos comedores y un sinfín de habitaciones. Les ha tocado un dormitorio oscuro y húmedo. En la puerta, un cartel dice: Se trata de un sacrificio que dura poco. (...) Los dormitorios de las mujeres están a la izquierda, pasando los patios. Por la tarde, después de comer y limpiar, después de averiguar en la Oficina de Trabajo el modo de conseguir algo, los hombres se encuentran con sus mujeres. Un momento nomás, para contarles si han conseguido algo. Después se entretienen jugando a la mura, a los dados o a las bochas".

El angel del capitán. Biografía del capitán croata Miro Kovacic (29), es el título de uno de los libros de Chuny Anzorreguy. Al final del mismo, relata el narrador: "Fuimos a vivir al Hotel de Inmigrantes. Dejamos allí nuestros petates. Unos bolsos, un baúl..., y salimos a caminar. Como en Trieste. Pero la sensación era diferente. Caminábamos con alas en los pies".

Elena Duplancic explica el por qué de la presencia de exiliados como Kovacic: "Argentina abrió la inmigración en forma menos restrictiva. De modo que la gran mayoría de los exiliados croatas de la segunda guerra mundial se dirigieron a Buenos Aires. Allí eran recibidos en el famoso Hotel de Inmigrantes en la zona del puerto y pronto lograban insertarse en la sociedad huésped". No eran como muchos de sus compatriotas, ni venían por las mismas razones: "Este grupo de exiliados se caracterizó por ser, en general, de una preparación intelectual y profesional que pronto los distinguió de los descendientes de inmigrantes más antiguos ya asentados en la Argentina a comienzos de siglo, por razones económicas. Las razones de su exilio los reunieron en actividades relacionadas con lo religioso, lo político y lo cultural" (30).

María del Carmen García es autora de los "cuentos de gringos" que se encuentran reunidos en el volumen titulado Cuentos de criollos y de gringos (31). En uno de los textos allí reunidos, la autora presenta a unos asturianos que "Se acomodaron en una pieza de pensión en La Boca, paso obligado para todo humilde recién llegado, después del Hotel de Inmigrantes y antes de alcanzar el soñado terrenito propio".

Patricio Pron, escritor santafesino, seleccionó para integrar una antología (32) un cuento en el que menciona un hotel anterior al que conocemos. El protagonista de "La espera" "era porteño. Había nacido allá por 1908 en La Boca, en el Hotel de Inmigrantes, un día de lluvias frías. Sus padres, llegados hacia días de Cataluña, le habían transmitido casi sin saberlo esa sensación de ya no pertenecer a ninguna parte, ni a Cataluña ni a Buenos Aires". El edificio al que Pron se refiere ha sido adquirido por la Fundación Andreani para la construcción de su nueva sede.

En el periodismo

Historiadores y memoriosos evocan dicha institución en el periodismo gráfico. En 1998, el Buenos Aires Herald llegó a sus primeros 122 años, y los conmemoró publicando "The Argentine Mosaic. Who we are and how we got here", un suplemento dedicado a la historia de las colectividades que habitan el país. En el trabajo referido a los irlandeses, Michael John Geraghty relata un lamentable suceso en el que se menciona el Hotel. En 1889 arribó el SS City of Dresden, con alrededor de dos mil pasajeros. "The episode was a total fiasco. When the ship docked, the Hotel de Inmigrantes was full and the parched, starving passengers were forced to sleep in the open". Estos inmigrantes fueron finalmente destinados a Naposta, cerca de Bahía Blanca, desde donde en 1891 quinientos veinte colonos regresaron a Buenos Aires, "broken in spirit, uterly destituted". Los adultos quedaron librados a su suerte; los niños fueron enviados al Irish Girl’s Orphanage y a la primera Fahy School (33).

El diario La Nación incluye un adelanto de un libro de Uki Goñi, en el que se relata lo siguiente: precisamente en 1998, el investigador se presenta en el Hotel de Inmigrantes para consultar "expedientes individuales donde se registraban exactamente las rutas de escape que habían seguido los fugitivos más perversos de todo el siglo XX". Así evoca Goñi el encuentro con "la persona letrada de Migraciones que había redactado la respuesta de Franco": "Salimos, pues, al extenso parque situado frente al Hotel de Inmigrantes, junto a los viejos árboles bajo los que muchos criminales nazis agradecidos debieron de dar sus primeros pasos en la Argentina. ‘Esos expedientes resultaban extremadamente embarazosos. Fueron destruidos hace dos años. Eso es todo lo que puedo decirle. Obviamente, no podíamos ponerlo por escrito en una carta oficial. Estoy seguro de que lo comprenderán’. La pálida sombra del viejo hotel se extendía detrás de nosotros como una gigantesca ballena varada. Otros funcionarios de Migraciones confirmaron la quema, añadiendo más detalles. Los expedientes individuales que contenían el voluminoso papeleo de la admisión de Eichmann, Mengele, Priebke y otros se habían guardado en una caja fuerte para documentos secretos hasta 1996, cuando todos fueron destruidos. Se encendió una hoguera de noche, detrás del antiguo hotel, en el borde del muelle. Todo desapareció. La tapadera peronista había perdurado hasta el mismo final del siglo" (34)

En el Hotel se habría hospedado también un renombrado antropómetra. Lo afirma Diego Heller (35): "El había nacido en Lessina, una ciudad del imperio austrohúngaro. (...) se llamaba Juan Vucetich, y en el otoño de 1884 desembarcaba sus sueños de recién venido en el Hotel de los Inmigrantes". Tenía claros sus objetivos: "Vucetich había desembarcado con dos ideas: hacerse la América y no volver a cargar un barril más en la vida".

El alcaide mayor retirado Horacio Benegas recordó que "A principios de siglo, los primeros guardias eran gallegos o yugoslavos, traídos a la Argentina para trabajar en las cárceles. Muchos llegaban al puerto de Buenos Aires y seguían viaje al penal de Ushuaia; otros paraban en el Hotel de los Inmigrantes y eran destinados a unidades de acá" (36). En el Hotel se reclutaba a los europeos "no bien bajaban del barco" (37).

En 1999, La Prensa editó un suplemento para celebrar su 130° aniversario. En él se recuerdan los hechos fundamentales que tuvieron lugar durante las décadas que van de 1869 al año mencionado. Entre estos hechos, se encuentra al arribo masivo de inmigrantes a nuestro país y su alojamiento en el Hotel de Puerto Madero. Escribe Sergio Limiroski: "Luego de pisar tierra y registrar su apellido –por lo general mal escrito- en la aduana, aquellas familias, de rostros duros de hambre y cansancio, eran alojadas en un viejo edificio de Retiro, que en 1911 se transformó en Hotel de Inmigrantes. Muchos de estos niños de las familias, hoy convertidos en abuelos, recuerdan al viejo hotel –que funcionó hasta 1952- con aquellos largos tablones donde se comía, los tarros de metal con que se tomaba la leche, las camas marineras donde se dormía, mientras esperaban que sus padres consiguieran el trabajo que les permitiera quedarse" (38).

Susana Aguad, escritora, recordó al Hotel en su texto "Al bajar del barco". En esas líneas rememora los primeros instantes americanos de su abuelo, nacido en Italia, que emigró a los diecisiete años. Escribe Aguad: "El sol es tan fuerte como en Oleggio, donde se festeja este mismo día el comienzo del verano, mientras que aquí, en el confín del mundo, hace un frío polar. Cuando suben los agentes del Commissariato dell’Emigrazione ya están todos alineados frente al desembarcadero. A la derecha de la oficina de registro se levanta el edificio blanco del Hotel de Inmigrantes. Podrán alojarse gratuitamente durante cinco días y con sus tarjetas numeradas, entrar y salir libremente. Se disipa la angustia de una travesía de dos meses que les quitó fuerza y salud. Sin embargo, a algunos se les llenan los ojos de lágrimas cuando miran por última vez al ‘Génova’ con sus dos banderas trenzando azules y verdes" (39).

En una nota sobre el libro que la fotógrafa María Zorzon publicará sobre sus antepasados friulanos, se narra un episodio vinculado al hotel, relatado por Juan Faccioli, uno de los "integrantes de aquella primera migración que dejaron testimonios escritos": "Según Faccioli, al llegar al Hotel de Inmigrantes se enteraron de que estaban destinados al Territorio Nacional del Chaco, donde les darían tierras que estaban habitadas por aborígenes: algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes, pero luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida volvieron y aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí, a una colonia que se formaría del otro lado del arroyo El Rey" (40).

El folleto informativo del museo histórico Juan Szychowski, de la ciudad de Apóstoles, Misiones, incluye una referencia a la institución. Hablando de un contingente de polacos que desembarcó en nuestro país, dice el autor: "Luego de permanecer algún tiempo en el legendario ‘Hotel de Inmigrantes’ arribaron al puerto de Posadas, y desde ahí marcharon a pie durante varios días hasta la recién fundada Colonia de Apóstoles, recorriendo los 80 km que los separaban de su destino tras los carros que transportaban sus pocas pertenencias" (41).

Internet

Los sitios de Internet también se refieren a la institución. En el sitio "Mafiosos Luján" leemos: "A fines de 1910 llegan a la Argentina siete sicilianos que declaran ser cultivadores de olivo. En sus documentos no se registran antecedentes delictivos. Años después los apellidos de estos inmigrantes aparecerán en la crónica policial como mafiosos. Estos siete italianos que el 12 de diciembre de 1910 se registran en el Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires son: José Albarracín, Giuseppe Ambrosetti, Pepe Anchoristi, Luisiano Garccio, Benito Ferrarotti, Felipo Dainotto y Juan Galiffi. Este último llegó a ser el capo máximo de la maffia en Argentina, siendo apodado ‘Chicho grande’, y fue padre de la célebre Agatha Galiffi" (42).

En 1879, fue en el Hotel donde se llevó a cabo el etnocidio mapuche que denuncia Ernesto Cayulao, biógrafo de Don Aukanaw (43). Luis Zapiola recuerda a los kollas de "El Malón de la Paz", que se hospedaron décadas después en el Hotel. "Entraron a la Capital Federal por Liniers el 3 de agosto de 1946, con rumbo a Plaza de Mayo. Fueron recibidos por el Director de ‘Protección al Aborigen’ y alojados en el ‘Hotel de Inmigrantes’, todo un símbolo de lo que el Estado Argentino entendía eran estos indígenas" (44).

Las voces

Otras fuentes se suman a la literatura y el periodismo para evocar a los Hoteles. Por ejemplo, la carta que envía al periódico El Obrero, en 1891, José Wanza, un inmigrante establecido a su pesar en Tucumán, quien expresa: "En B. Ayres no he hallado ocupación y en el Hotel de Inmigrantes, una inmunda cueva sucia, los empleados nos trataron como si hubiésemos sido esclavos. Nos amenazaron de echarnos a la calle si no aceptábamos su oferta de ir como jornaleros para el trabajo en plantaciones a Tucumán. Prometían que se nos daría habitación, manutención y $20 al mes de salario. Ellos se empeñaron en hacernos creer que $20 equivalen a 100 francos, y cuando yo les dije que eso no era cierto, que $20 no valían más hoy en día que apenas 25 francos, me insultaron, me decían Gringo de m... y otras abominaciones por el estilo, y que si no me callara me iban hacer llevar preso por la policía". En el Hotel de Inmigrantes tucumano no le va mucho mejor: "Al fin llegamos al hotel y pudimos tirarnos sobre el suelo. Nos dieron pan por toda comida. A nadie permitían salir de la puerta de calle. Estábamos presos y bien presos" (45).

A la Patagonia, "en una travesía marcada por olas de veinte metros", viajó el asturiano Nicanor Fernández Montes, luego de un tiempo en el Hotel de Inmigrantes (46).

En un mensaje al diario La Prensa, José Arias expresó sus vivencias en el hotel de Puerto Madero: "Quiero dejar aquí constancia del trato y de la atención que las autoridades tenían con los inmigrantes. Nos daban comidas sanas y abundantes; para dormir, camas limpias y cómodas; en mi caso han pasado sesenta y ocho años, yo entonces tenía trece, pero nunca podré olvidar mi paso por el Hotel de Inmigrantes. Y como si esto fuera poco las autoridades de inmigración le sacaban el pasaje a destino y se lo pagaban, y hasta lo acompañaban hasta las estaciones, por lo menos en mi caso" (47).

Días después, Marta B. de Pellegrini envía al matutino una carta motivada por el mensaje de Arias. En ella escribe: "Llegar a un lugar donde todo era desconocido, la tierra, el idioma, la gente, predisponía en nosotros a aumentar la incertidumbre, hasta que fuimos llevados al Hotel de Inmigrantes. Era una especie de oasis, donde nos agruparon según la nacionalidad y, ya con el ánimo calmado, empezamos a mirar la realidad de esta suerte de tierra prometida. Nos mantuvimos durante dos semanas en las que el hoy llamado ‘viejo hotel’ sirvió de nexo entre lo trágico y conocido, que había quedado atrás, y lo nuevo y desconocido que teníamos por delante. No creo que haya en el mundo otro refugio semejante para recibir y albergar a los inmigrantes" (48).

En el Hotel de Puerto Madero, un panel reproducía las palabras del polaco Pablo Nowak (49). Este hombre, llegado a la Argentina en 1949 recuerda los magníficos asados que se hacían al mediodía y agradece las que califica como sus primeras buenas comidas en toda la vida. En otro panel se destaca aquello que escribió Teresa Joan en el libro de visitas: (50). Relatado por el profesor Ochoa, conocemos el testimonio de una húngara (51).

En septiembre de 2000, se inauguró Casa FOA en el Hotel de Inmigrantes. El estudio de Laura Ocampo y Fabián Tanferna, que tuvo a su cargo la ambientación de uno de los dormitorios, "antes que una reconstrucción histórica, prefirió hacer un homenaje a todos aquellos que vinieron con el coraje de iniciar una nueva vida" (52). Para ello, contaron con la colaboración de algunos de los inmigrantes que se hospedaron en el Hotel, quienes narran sus historias en sendas grabaciones. Son estos hombres y mujeres los húngaros Antonieta Rubido Zichy de Eicket, Américo de Gosztonyi, Esteban Bergner y Eugenio Weisz; Ana Wasinger de Schaab, nieta de ruso alemanes, y el español José Pereira Barros.

Dora Schwarsztein es la Directora del Programa de Historia Oral de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En su tesis doctoral, titulada Entre Franco y Perón (53), presenta el testimonio de una española que llegó al Hotel. Dice la mujer: "Nos metieron en el Hotel de Inmigrantes. Salas muy limpias, pero, claro, una tristeza enorme. Nos agolpamos todas las mujeres españolas por un lado. Yo recuerdo las señoras más mayores que había, todas estaban tristes. Allí por primera vez vi un mate"

En el sitio www.monografias.com se puede consultar el ingente trabajo realizado por los profesores y alumnos del Instituto Schönthal, de la ciudad de Buenos Aires. El mismo se titula Bajaron de los barcos. Historia de la inmigración en la Argentina. En la sección referida a Alemania se ofrece el testimonio brindado por Renate Schotellius en una entrevista que se le realizó. Allí, la pionera de la danza argentina, emigrada en 1936 a los catorce años, menciona el Hotel de Inmigrantes de Puerto Madero: "Yo viajaría treinta y ocho días en barco y llegaría un día determinado, que mi tío sabía cuál era. El problema fue que el barco se atrasó tres días y, al llegar era carnaval. Me sentí muy asustada, porque pensaba que mi tío me dejaría allí y tendría que ir a los hoteles para inmigrantes. Finalmente llegó sin ningún problema, le habían avisado" (54).

Juan Carlos Marina tenía diecinueve años cuando presenció, el 17 de diciembre de 1939, el hundimiento del Graf Spee, acorazado alemán "destinado a hundir buques que llevaban alimentos de acá para Europa", que se encontraba en el Río de la Plata. Marina relató sus recuerdos de aquella jornada memorable; en su relato se refirió al Hotel de Inmigrantes de Puerto Madero: "a las ocho de la noche de ese día lo hundió el mismo comandante, la misma tripulación. Un capitán, que después vivió en La Falda, Córdoba, fue el encargado de ponerle tres cargas de dinamita. Sacaron la pólvora de los cartuchos de las balas, formaron tres paquetes explosivos y los pusieron uno en la popa, otro en las máquinas y otro en la proa. Después el comandante hizo bajar a toda la tripulación a los remolcadores y desde una lancha fue el que accionó la percusión de los explosivos. Todos se salvaron y fueron al Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires".

Es en ese establecimiento donde el comandante toma una trágica decisión: "de acuerdo a las órdenes de Hitler tenía que salir a presentar batalla. Pero eso era un suicidio. Fue tan impresionante que después de hundirlo, el comandante se pegó un tiro en el Hotel de Inmigrantes" (55).

La transmisión oral tiene gran importancia en esta clase de evocaciones. En mi familia, como en tantas otras, el Hotel es recordado con gratitud. Uno de mis abuelos se hospedó en 1905 en el Hotel de Inmigrantes de La Boca. Su muerte temprana me privó de este testimonio que hubiera sido para mí el más preciado.

Los testimonios que transcribo también son historia. Cuando el Hotel abre sus puertas a las nuevas generaciones, descendientes de aquellos que tuvieron tanto valor y tanta nostalgia, nos permiten conocer a la institución, cuya transformación en museo nos llena de orgullo, pues a muchos, nos habla de nuestra sangre, y a todos, de nuestro pasado como nación.

NOTAS

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citado por Soler Cañás

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Folleto escrito por Ocampo-Tanferna, para Casa FOA 2000.

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Colegio Schönthal: "Bajaron de los barcos. Historia de la inmigración en la Argentina", en https://www.monografias.com/

Urús, Mariana: "En el combate del Graf Spee el mar estaba calmo", en El Tiempo, Azul, 3 de marzo de 2002.

Trabajo enviado por

María González Rouco   a  https://www.monografias.com/

Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional Matriculada

mgonzalezrouco@yahoo.com.ar

(Publicado parcialmente en La Nueva Provincia, Bahía Blanca, en 1999)

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