EL INDIO PELIGRO LATENTE

 

 

 

LA HISTORIA DE RECONQUISTA


EL INDIO, PELIGRO LATENTE

 

 

EL INDIO, PELIGRO LATENTE

Desde los primeros días de su fundación en Cayastá, y luego en su actual asiento, la ciudad de Santa Fe sufrió el temible azote del aborigen; problema que, hendiendo el tiempo, preocupó hondamente tanto a los gobernantes como a los sufridos pobladores.

Disminuida, al correr de los años, la furia arrolladora del salvaje, no dejó de constituir por eso una amenaza constante, un peligro latente -asaltos, depredaciones, robos y muertes- para las estancias y poblados aledaños que iban emergiendo en la impresionante soledad de sus campiñas.

La frontera de la provincia con el Chaco que a comienzos del siglo XI X llegaba hasta "El Rey''-arroyo a cuya margen derecha tenía su asiento la reducción de abipones denominada "San Jerónimo del Rey" -no se extendía en 1855 sino a diez leguas al norte de la ciudad, distancia a que
se hallaban las poblaciones aborígenes de San Pedro y Santa Rosa (antigua San Javier)   que ese año se dividió en dos, regresando una parte de sus pobladores a su primitivo emplazamiento sanjavierino.

Y fue también en 1855 que el Convento de San Carlos (San Lorenzo) recibió el refuerzo de diecinueve franciscanos italianos quienes, apenas llegados, se hicieron cargo de las citadas reducciones como así también de la de abipones que hemos mencionado, la que en nueva ubicación también a diez leguas de distancia pero al oeste de la capital de la provincia conservaba el nombre de "San Jerónimo", aunque no "del Rey" sino "del Sauce".

Y bien útil fue el desvelo de estos abnegados frailes, apostólicos en el quehacer de adoctrinar a los reducidos, porque en 1856 la situación tomaba un nuevo aspecto: a la vida nacional y provincial se incorporaba  animoso el inmigrante.


SE INCORPORABA ANIMOSO EL INMIGRANTE

Fundóse ese año Esperanza, la primera colonia argentina, y luego surgían en 1858 San Jerónimo y San Carlos; emporios que fueron en aumento, en un desbordar de aquellas, salpicando de savia extranjera, en colmenas promisorias, una feraz extensión de la provincia.

Fue entonces cuando un cariz distinto adquirió la situación: el enfrentamiento de dos razas. El indio, que considerándose dueño y señor indiscutido de estas tierras vio en el extranjero, agrupándose en florecientes colonias, a un instruso usurpador que osaba arrebatarle su dominio.


Y éste, que con nobles atavismos y rectas intenciones arribó a nuestras hospitalarias playas, taraceó el suelo con la reja del arado trazó los dameros de esmeralda en prenda de futuro bienestar, consideró al aborigen , como a un peligro constante de su estabilidad y de la tranquilidad de su existencia; amenaza siempre latente para sus vidas y haciendas.

Y ambos se miraron recelosos, precavidos, arma al brazo. Fenómeno éste que se prolongó a través de los años a lo largo del prodigioso litoral norte santafesino, al irse paulatinamente cubriéndose de animosas poblaciones con sufridos y heróicos habitantes.

Pero debemos anotar que no eran los reducidos, que respetaban al gobierno y a sus doctrineros, los que -salvo muy raras excepciones- constituían un peligro. Este radicaba en los muchos indios que en estado salvaje erraban al norte del Salado. Eran mocobíes en su mayoría siempre casi totalidad de
dispuestos al robo y al malón. Eran los indios montaraces que merodeaban al norte de Santa Fe.

INDIOS MONTARACES QUE MERODEABAN AL NORTE DE SANTA FE

En el. archivo del Convento de San Lorenzo existe una carta dirigida  ''don Urbano de lriondo al Prefecto de Misiones Fray Antonio Rossi, fechada el 13 de enero de 1864. Hablando de los indios montaraces que merodeaban al Norte de la Provincia de Santa Fe le expresa que: "después de haber consultado con D. Domingo Crespo y con D. Esteban Rams, que conocían bien a aquellos indios, por haberlos tratado en sus viajes de exploración del Río Salado, podía asegurarle que, en total serían unos dos mil quinientos a tres mil indios, entre grandes y chicos. Y añade: "Todos
éstos indios han pertenecido a los pueblos de San Javier, San Jerónimo del Rey, San Pedro el Viejo e Ispín, que hasta el año 1811 permanecieron fieles y sumisos a sus "Curas". Después que se sublevaron fueron reducidos, tal cual se hallan hoy quedando en el monte y errantes los que he dicho, -siendo los más Ispineros, los que, en mi concepto, se reducirían fácilmente, con solo que el gobierno les inspirase confianza; y gastaría en ellos menos de lo que gasta en expediciones, sin frutos contra ellos".

Con este panorama iban transcurriendo los años sin mayores alternativas. Y particularizando con los abipones de San Jerónimo del Sauce diremos que, con su juventud sirviendo como fiel escolta de sucesivos gobernadores y la indiada bajo la dirección del misionero, constituían un pacifico reducto autóctono frente a las prósperas y laboriosas colonias del oeste.

Pero parecía dispuesto que el choque desatador del odio y la violencia debía producirse en esa zona en 1869, protagonizado por los indios "sauceros" y los habitantes de  la Colonia San Carlos, en que se pobló el ambiente de incertidumbre e intranquilidad con un cruento como insólito suceso.



UN CRUENTO COMO INSOLITO SUCESO .


Un incidente ocurrido entre colonos de San Carlos e indígenas pobladores de San Jerónimo del Sauce, sembró por ambas partes estupor e indignación. Fue la chispa que provocó el incendio el feroz asesinato de la casi totalidad de la familia Lefébre -de la nombrada población de San Carlos- perpetrado por un perverso criminal que se ocultó en los bosques de las cercanías de San Jerónimo del Sauce.

Nada tenían que ver los abipones "sauceros" con quien en esas espesuras cual fiera sedienta permaneció al acecho. Pero. . . quién haría comprender en medio de la ofuscación. a los justamente indignados y airados colonos que reaccionaron con furia de turbión, que esos indígenas, con la flor de la mozada militarizada -los fieles "Lanceros del Sauce"- eran ajenos al insólito e indignante crimen.. .?
El luctuoso suceso ocurrió el 15 de octubre de 1869 y al día siguiente la reacción de la gente "sancarlina" no se hizo esperar. Una expedición punitiva se organizó contra El Sauce y quiso la Providencia que la desgracia fuera menor ya que los indios estaban de cacería, lejos del poblado, Tan sólo se encontraban en él mujeres y el coronel indígena jefe del cantón, don Nicolás Denis quien enarbolando la lanza salió de la capilla para afrontar la terrible situación. .
Sobre él se descargó la furia de los colonos y cayó acribillado por innúmeros balazos de los Wétterlis como si toda la fuerza del castigo, concentrada en incontable plomo lo golpeara. También una mujer de apellido Araujo pagó con su vida la tormenta que no había desatado. Décadas atrás, cuando visitamos "San Jerónimo del Sauce" acompañados por el sacerdote R, P, Karlen, de San Jerónimo Norte, para adentrarnos en su pasado mediante el testimonio de sobrevivientes, conocimos una puerta que fue de la capilla y que muestra numerosos impactos de esa tarde luctuosa.

Y al retornar los abipones y hallar muerto a su querido jefe, con el cuerpo destrozado -una piltrafa- decidieron el asalto sobre San Carlos, temeraria acción que a duras penas pudieron impedir con su fuerza moral hombres de prestigio y la noticia de tropas armadas que, con el gobernador de la provincia, habían partido desde Santa Fe para sofocar cualquier intento.
Pero quedó desbordante el odio, que solo el tiempo suavizarla y haría desaparecer ante la probada inocencia de los "Sauceros".
Los colonos se consideraban sin garantías y en ese clima incierto, en esa tensa situación tuvo lugar una memorable visita presidencial.