LAS MISIONES

 

 


La epopeya española en tierras de América tuvo  dos principales protagonistas: el soldado y el misionero, y  ambos guiados por propósitos comunes como lo fue la conquista y el afianzamiento del dominio hispánico y la difusión de la palabra evangélica con  el adoctrinamiento en  la religión católica de los  aborígenes de todas las regiones.

Del cumplimiento y el éxito de estas finalidades resultó la extraordinaria empresa colonizadora  que dio  un nuevo mundo civilizado bajo los principios del cristianismo e impreso con el sello característico de la hidalguía española.

Junto a las expediciones militares se hallaba el misionero dispuesto a  afrontar molestias y peligros sin par para satisfacer el anhelo sublime  de conquistar por la bondad y el sacrificio las almas de aquellos seres de cultura primitiva y de tan distinta idiosincrasia  confiados a su misión paternal.

Refiriéndose a este tema nos  dice Mons. Alumni: “La predicación del Evangelio en América fue obra de titanes, pero en ninguna región de ella  como en el Chaco significó una tarea verdaderamente abrumadora para  la cual se requirieron hombres de temple excepcional y almas verdaderamente apostólicas dadas  las especiales circunstancias en que debieron actuar y las dificultades que se oponían a la penetración del Evangelio” (l).

Los religiosos franciscanos, mercedarios, dominicos y jesuitas , junto a sacerdotes seculares, fueron quienes sobrellevaron las contingencias de una obra civilizadora que habría de ofrecer un cúmulo de realizaciones positivas en bien de las comunidades indígenas.

 

Dr. Cervera

 

Según un dato transcripto por el Dr. Cervera respecto a los principales de la tripulación de Gaboto, figura como clérigo Francisco García, quizá el primero que surcando el Paraná pasó por estas regiones.

Dada la religiosidad que residía en el espíritu de la mayoría de los colonizadores, de lo que da prueba irrefutable la denominación de las fundaciones, es de creer que en todas las expediciones no faltaron los capellanes para asistencia espiritual de los exploradores y para impartir doctrina cristiana a los núcleos indígenas.

En la expedición de Ortiz de Zárate (1572), junto con varias familias vinieron el P. Juan Villalta y 21 religiosos franciscanos, entre ellos Fr. Luis Bolaños, autor de un catecismo y diccionario en lengua guaraní y fundador de varios pueblos de indios reducidos, entre ellos ltatí.

Si a todos los misioneros les resultó difícil el aprendizaje de los idiomas y dialectos vernáculos, puede deducirse la tarea ímproba de crear un tratado  lingüístico a partir de las inflexiones fonéticas de los naturales. Sin embargo esos esfuerzos se verían recompensados por la más fácil comprensión  de los catecúmenos, de por sí reacios a aceptar las modalidades v costumbres de los blancos.

No en pocas ocasiones el afán apostólico y el cumplimiento de los deberes inherentes a su condición expuso a los misioneros frente a hechos que condujeron al sacrificio de sus vidas. Tal el caso de la muerte de Garay y sus compañeros: entre ellos murió también un franciscano.

Con todas las peripecias que debieron sufrir, la obra de los apóstoles de la Fe llegó a concentrarse con la creación de reducciones, misiones en pueblos indígenas donde al mismo tiempo que se inculcaban los principios de la religión católica, se formaban verdaderos centros de civilización con el amor al trabajo, la enseñanza de la moral y el más amplio sentido del respeto y la pacificación de indomables impulsos.

La obra de las reducciones efectuada en los primeros tiempos por los mismos colonizadores, con el correr de los años y gracias al crecimiento del número de religiosos, fueron llevadas adelante mediante acuerdos mutuos de quienes perseguían idénticos ideales. "En las primeras reducciones, de franciscanos fueron los religiosos qué a los indios adoctrinaron".

Para alcanzar las paces cuando eran frecuentes las incursiones de los indígenas bravíos, se enviaban a los misioneros franciscanos junto con indios amigos para ofrecer a los caciques las ventajas de las reducciones.

A medida que se consolidaba el dominio español y acrecía entre los aborígenes el número de neófitos, se hizo necesaria la organización y dirección de las actividades misioneras. Guiado por esta intención el Papa Paulo III creó el 1° de junio de 1547 el Obispado del Río de la Plata siendo Fr. Pedro  de la Torre el primer prelado que ejerció aquí, elevándose a catedral la iglesia de Asunción (Paraguay).

Un factor determinante para el avance evangelizador en estos dominios de España fue el ingreso de numerosos miembros de la Compañía de Jesús que fundaron y dieron vida a las "misiones jesuíticas" entre los indígenas de  gran parte de nuestro país, Paraguay y zona limítrofe con el Brasil.

Esas misiones fueron iniciadas en 1585 en el territorio argentino por los  PP. Francisco Angulo y Alonso Barzana, apenas llegados al país.

Donde dedicaron mayores empeños los _jesuitas por civilizar a los indígenas  fue en nuestra actual provincia de Misiones, cuyos restos de las antiguas reducciones son testimonios elocuentes de la desaparecida grandeza y siempre dignas de respetuosa admiración.

Los pueblos fundados en Brasil, sobre el río Uruguay no pudieron tener un  desarrollo normal por las invasiones destructoras de los "bandeirantes" paulistas cuyo objeto era el rapto violento de indios para venderlos como esclavos. Sobre este tema nos dice el P. Furlong que "en sólo cuatro años, 1627-1631, destruyeron nueve pueblos misioneros y llevaron en cautividad  60.000 indios. Los demás pueblos, en su impotencia de resistir a tan terribles  invasores, portadores como eran de armas de fuego, fueron trasladados"(2). Más tarde los indígenas fueron autorizados y adiestrados con armas similares  para enfrentar a aquellos desalmados.

Con todo que encontraron docilidad en el espíritu y en la voluntad de los  naturales de aquellas regiones, no podemos menospreciar la obra titánica de aquellos abnegados varones, que como tantos de otras órdenes religiosas, vinieron de Europa abandonando patria y familia, riqueza, comodidades y títulos muchos de ellos, para seguir los impulsos íntimos de una acendrada  vocación, en aras de la difusión de la doctrina cristina y la enseñanza de ciencias y artes para elevar el nivel cultural de seres primitivos.

Fundaron, pues, los jesuitas 48 pueblos en el tiempo de cuarenta y dos  años, creando un dominio civilizador de sólidos fundamentos cristianos.

"Si por civilización entendemos el predominio del espíritu sobre la materia, el amor a lo noble y grande sobre las tendencias bajas y viles, la vida tranquila, laboriosa y familiar, la mezcla de placer y abnegación, de sport y  de trabajo, de paz interna y de sociabilidad sin envidias, rencores, persecuciones y odios, no cabe la menor duda que pocas veces ha contemplado la historia una civilización tan genuina y duradera como la que desde 1610 hasta  1768 existió en los pueblos de guaraníes"(3).

El éxito de la obra misional, aparte de las bondades de las tierras con  grandes recursos naturales y lo benéfico del clima, se ha debido a la aptitud  de adaptación de los religiosos a la idiosincrasia de los indígenas, a la manera uniforme de procedimientos y al elevado espíritu de sacrificio.

Los pueblos misioneros se regían por autoridades surgidas de los indígenas, según las normas de los centros coloniales, siempre con el asesoramiento de los instructores. Cada indio ocupaba una parcela de tierra para trabajarla como propiedad privada, donde cultivaba maíz, trigo, mandioca, batatas, legumbres y frutales.

En cada pueblo existía junto con la escuela una biblioteca y en los diversos talleres se enseñaban oficios de suma utilidad. Cabe señalar que allí existieron las primeras prensas tipográficas del Río de la Plata (1700) y los indígenas fueron buenos impresores, como fundidores de campanas y fabricantes de instrumentos musicales, inclusive un órgano. Toda la obra generosa de la Compañía de Jesús en nuestras tierras ha merecido, por sus vastas proporciones, la designación de cultura jesuítica-guaraní.

Agreguemos que la organización de los pueblos jesuíticos llegó a contar con una fuerza armada que fue custodia de los centros misionales como así de guardia para proteger la soberanía de los dominios de la corona, heredados luego por las Provincias Unidas del Río de la Plata.

Los indígenas, instruidos y educados en la religión cristiana, dejaban de ser peligrosos para el orden y eran fieles servidores de las disposiciones que regían el bienestar de los pueblos. Por eso las reducciones progresaban y sus actividades eran reconocidas por gobernadores civiles y militares, como el caso de Hernandarias, a cuya iniciativa se reunió una junta eclesiástica para analizar las relaciones con los reducidos. Entre las medidas adoptadas figuraba la difusión del catecismo en idioma guaraní de Fr. Luis Bolaños y el trato directo de los sacerdotes con los indígenas sin intervención de los encomenderos. Además se aprobaron varias ordenanzas que beneficiaban a los indios: "salubridad en viviendas y sitios de trabajo, obligación del adoctrinamiento cristiano, prohibición del trabajo de mujeres, menores de quince años y mayores de sesenta, descanso hebdomadario, prohibición del juego, bebidas alcohólicas y escándalos, imponiendo castigos a los encomenderos que los consintieran sin reprimirlos; derecho al vestido y alimentos convenientes y pago del salario según la zona y exigencias de la comarca"(4).

Por el trato benévolo con que los conquistadores obraban en un primer momento con los indígenas, junto con la paciente labor del misionero, debe deducirse que no existían intenciones de exterminio sin piedad a pesar de las rebeldías a veces violentas que ejercitaban quienes carecían de normas de convivencia pacífica. Además, como nos especifica el Dr. José Ma. Rosa "en la conversión de los indios al cristianismo hubo, no puede negarse y en nada perjudica la voluntad misionera de sacerdotes y reyes un propósito de política nacional: se los incorporaba espiritualmente a España al hacerlo cristiano. La enseñanza de la "doctrina" era el arma excelente para la pacificación” (5).

De las numerosas misiones fundadas por los jesuitas en nuestras tierras cerradas por bosques impenetrables y ríos caudalosos, no podemos dejar de mencionar a Yapeyú, cuna de nuestro prócer máximo, el Gral. Don José de San Martín, erigida por el P. Roque González de la Santa Cruz,(*) el sacerdote oriundo de Asunción, que poco después recibiera la muerte de los indios tapes, por cuyo martirio mereció el honor de los altares.

TODA ESA INMENSA OBRA DE LAS REDUCCIONES JUSUITICAS CAYO EN LADECADENCIA A RAIZ DE LA DESAFORTUNADA LEY DEL REY CARLOS III. DEL 2 DE ABRIL DE 1767. QUE DISPUSO LA EXPULSION DE LOS RELIGIOSOS JESUITAS DE TODOS LOS DOMINIOS ESPAÑOLES.

Expulsión de los Jesuítas 

 

Sin intentar abrir juicio sobre la irreparable medida adoptada, puede afirmarse que a la amargura sufrida por los abnegados religiosos se agregó el asombro, la angustia y la sensación de desamparo de los pobladores, que en más de un centenar de miles de individuos, ocupaban las florecientes reducciones. Y no faltaron los gestos de justificado disgusto traducidos en intentos de rebeldía.

"¿Qué fue de los indios? Muchas cayeron en la degradación, debido sobre todo a la introducción en sus pueblos del alcohol antes prohibido y retrogradaron a la vida selvática. Muchos en cambio se incorporaron a la vida civilizada. Queda un testimonio de Azara que revela el resultado civilizador de la obra de los jesuitas. Afirma que los indios desertaron de los pueblos y andan libres, mezclados con los españoles, viviendo de su trabajo. A esta deserción - agrega - se debe el haber poblado las campañas de Montevideo y la mayor parte de los adelantamientos que se admiran en la agricultura, comercio y número de ganados mansos” (6).

Para cerrar este capítulo, rendimos homenaje a esos mensajeros de la Fe que con su paciente quehacer en favor de los infieles, crearon conciencia de civilización cristiana en gran parte de la población autóctona  del país, cuyas proyecciones alcanzan a nuestros días en que aún se conoce el guaraní y los descendientes de criollos y mestizos mantienen el sentimiento de respeto a las creencias y símbolos religiosos como herencia íntima de aquellas reducciones de hace más de doscientos años.

No podemos resistir el deseo de recordar a quienes fueron artífices de tan grande obra. Siendo interminable la nómina de los heroicos paladines de la Fe de diversas congregaciones, creemos merecedores de mención a aquellos que se relacionan con los albores de nuestra existencia. Así tenernos al P. Juan Pastor, S.J., que de Santiago del Estero al Chaco fue el primer misionero que tuvo contacto con los abipones en 1641. Los PP. Cardiel, Dobrizhoffer, Klein, Brignel y otros jesuitas; los mercedarios, que citaremos más adelante, y más tarde los franciscanos Miguel Carrascosa y otros, y los más recientes, en época de la inmigración, los PP. Cichi, Trippini, Rossi y sus sucesores.

 


(*) Este misionero -asesinado en 1628, junto con dos compañeros mártires- fue canonizado por el Papa Juan Pablo II enoportunidad de su visita a ASUNCION DEL PARAGUAY, el 17 de mayo de 1988. El corazón de este santo, que le fuera arrancado por los indios, se coinserva incorrupto en la capilla de los mártires de la iglesia de Cristo Rey, en el centro de su ciudad natal.


Extraído del libro "LA COLONIA NACIONAL PTE.AVELLANEDA Y SU TIEMPO" lra. Parte, del Doctor Manuel I. Cracogna 
 

BIBLIOGRAFIA CITADA POR EL DR. CRACOGNA:

(1) JOSE ALUMNI. El Chaco, p. 176

(2) GUILLERMO FURLONG, S.J.. Las Misiones Jesuiticas. La Gloria de Yaoeyú. Publicación del Instituto Nacional Sanmartiriano. 1978

(3) GUILLERMO FURLONG - IDEM

(4) JOSE MARIA ROSA . Historia Argentina. T.I. CAP VI. p.206

(5) JOSE MARIA ROSA. IDEM. p.298

(6) ERNESTO PALACIO. Historia de la Argentina. T.I. p. 126

 

 

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