PRIMEROS TIEMPOS I
LOS PRIMEROS TIEMPOS
PARTE I
Extraído del libro "LA COLONIA NACIONAL PTE. AVELLANEDA Y SU TIEMPO" lra. Parte, del Doctor Manuel I. Cracogna
Cumplida la última fase de la fundación de la colonia, como lo fue la radicación de los inmigrantes, quedaba por realizarse la tarea de ordenar y organizar las actividades conducentes a la consolidación del establecimiento colonial, llevado a cabo mediante precipitadas disposiciones oficiales que no siempre satisfacían los anhelos de los primeros pobladores.
Agregado a ello, la gestión de los improvisados dirigentes de la colonia, proclives a la rapacidad antes que al ejercicio honesto de su misión, debía sin duda, despertar desazón y amargura en quienes llegaron confiados en un porvenir venturoso bajo el amparo de la generosidad argentina.
El primer año, 1879, constituyó una época de dura prueba y de decisiva determinación para más del centenar de familias afincadas en esta tierra. Los oficiales y los escritos -que nos dejó el inmigrante don Jorge Cracogna - testigo de los hechos que transmite, con el valor de su coincidencia, aguzan la imaginación para tener una idea aproximada de los días que fueron el principio de nuestra realidad.
En los momentos de la llegada de la primera tanda, es probable que los inmigrantes, conocidas las tierras, observados los bosques y prados, la vecindad del arroyo, etc., hayan vislumbrado días felices y forjado gratas ilusiones para su futuro en este nuevo mundo, esforzándose por amenguar su nostalgia y minimizando sus contrariedades. Por ello no vacilaron en suscribir la declaración que dimos a conocer en otro capítulo, sugerida quizá - reiteramos- el interés oficial en que se desvirtuara el concepto desfavorable que sobre esta región existía en los medios ligados a la colonización del país.
Así se ubicaron las familias en los ranchos del fortín, soportando las incomodidades propias de un traslado presuroso, ocupando la comarca que fuera habitada por malogrados antecesores. Sobre esto, nuestro cronista nos dice: “Nosotros encontramos acá varios vestigios de pobladores desaparecidos, ruinas de ranchos, pozos hundidos, etc. y dicen que pocos años antes de nuestra venida habían sido expulsados por los indios varios extranjeros que se habían atrevido a entrar en esta colonia para explotar las maderas. Eran la mayor parte italianos".
Los primeros en llegar gozaron del privilegio de recibir los bueyes para el trabajo de la tierra, como así también la vaca, el arado, caballo, un fusil, mosquitero, etc. Para las otras tandas las entregas fueron demoradas.
El valor de estos anticipos dados por el gobierno nacional, incluyendo además de los gastos de viaje y racionamiento, debían ser abonados, según la ley, en cinco cuotas, con pagarés firmados por los adjudicatarios, quedando el terreno como hipotecado hasta concluir el pago, pudiendo entonces tener derecho al título de propiedad.
El agrimensor Carlos Perolo, aparte de la tarea de su especialidad, ejercía también, provisoriamente, la supervisión de la colonia con las atribuciones de comisario, por lo que representaba al gobierno nacional, como autoridad superior militar y política, con empleados y trabajadores soldados a sus órdenes según lo prescripto por la Ley. Debía velar por el orden público y tenía a su cargo la distribución de lotes y la colocación de colonos. Realmente eran amplias sus prerrogativas.
A la llegada de los inmigrantes, en esta región existían sólo cuatro pobladores. Un francés, de apellido Sospedra, con su amplia casa en la concesión D del lote 201, la más antigua de Avellaneda, perteneciente hoy a la familia Roeschlin, que fuera construida en tiempos del empresario Batir; el español, don Julián Suárez con su rancho cerca del viejo fortín, en el lote 202, a un centenar de metros al NE de la vivienda de Héctor Cian; un alemán D. Pedro Bruhn, al oeste de la colonia “con unas vaquitas”, que más tarde se trasladó a Las Garzas, cuando se dieron tierras en esa colonia. Y un criollo, un tal Elías, que vivía en el lote 183, cerca de Nardín.
Dentro del incesante trajín de la organización de la colonia, los pobladores asistieron jubilosos al advenimiento de la primera criatura nacida de inmigrantes. El colono Antonio Nardín, oriundo de Cormons, recibió de su esposa María Sgobín (asistida en Reconquista), su sexto hijo. Fue 14 de febrero de 1879. Ocho días después era bautizado con el nombre de José por Pr. Bernardo Trippini, con el padrinazgo de José lsaía, representado por el maestro Angel Cárcano y Francisco Palacio.
A pesar de las vicisitudes, el estado sanitario era satisfactorio. El brusco cambio de clima, desde el crudo invierno del NE de Italia al bochornoso verano de esta parte de América, fue soportado con ejemplar estoicismo afrontando los avatares de una existencia distinta en tan disímil ambiente.
La terapéutica de las dolencias comunes se practicaba en base a los tratamientos empíricos de los "entendidos" y, en casos serios se recurría al médico militar, el doctor Julio Lozón, residente en Reconquista. Casi siempre los más afectados eran los niños con sus fiebres y disentería.
No había transcurrido un mes desde la llegada a lo que llamaban Ausonia cuando la nueva comunidad compartió la pena de la familia de Santiago Ros y Santa Bojatti (Buyatti) que tuvo la desgracia de perder a un niño de cuatro años de nombre Juan Bautista, fallecido el 15 de febrero e inhumado en el cementerio de la Reducción de Reconquista. Puede considerarse a este párvulo como la primera defunción de un habitante de colonia Avellaneda.
A mediados del mes de febrero, el arroyo El Rey mostraba una de sus periódicas crecientes a causa de las lluvias. Había llegado un nuevo contingente
De inmigrantes que debieron hacinarse en las viviendas ranchos del fortín rodeado por el foso lleno de agua. Allí, el día 26, en medio de la promiscuidad llegó al mundo una niña, hija del colono Francisco Giuliani y Margarita Pessati, - originarios del trentino-, y a la que impusieron el nombre de María.
Días después se produjo el deceso de una criatura de ocho meses, ya bautizada con el nombre de Agustín, hijo del matrimonio de Luis Cappeletti y Teresa Facchini, también enterrado en Reconquista, con el oficio de práctica de Fr. Bernardo Trippini. Fue el 5 de marzo de 1879 .
No hace falta mucho esfuerzo mental para imaginar el espíritu de fortaleza de aquellas abnegadas esposas que en trance de ser madres en breve tiempo no vacilaron en arrostrar el peligro y los temores del largo viaje para acompañar a sus maridos y sus hijos en la aventura de lograr su bienestar.
Un serio problema se le presentó al agrimensor Perolo al ejecutar la mensura, disponiendo los lotes de cien hectáreas, conforme a la ley. Los colonos se opusieron tenazmente a recibir tanta tierra porque observaron que debían vivir muy alejados y se sentirían indefensos en la gran distancia.
De nada valieron los argumentos y consejos hasta de las mismas autoridades para hacerlos desistir de su actitud. Según se dijo, con intervención del Coronel Obligado, el agrimensor debió volver a medir la colonia, esta vez con lotes de 144 hectáreas, divididos en cuatro concesiones de 36 Ha cada una.
Aún así para algunos colonos era demasiado terreno; les parecía una exageración comparando con las reducidas parcelas que disponían o trabajaban en su país. Esa mensura quedó inconclusa, pues fue otro profesional quien trazó el plano respectivo más tarde.
Según lo establecido por la Ley 817, las primeras cien familias tenían derecho a recibir gratis la tierra. Las demás debían adquirirla a razón de dos pesos la hectárea.
En gesto de solidaridad y ayuda, todas las familias contribuyeron, mancomunadas, para cumplir con la obligación que correspondía a los que llegaron últimos a la colonia.
Las concesiones gratuitas eran ofrecidas a colonos a medida que llegaban, conforme a su aceptación y la aprobación del agrimensor. Por esta razón, los que arribaron en enero eligieron las tierras vecinas a lo que sería el pueblo. Los inmigrantes de los grupos siguientes debieron ubicarse cada vez más lejos, como se puede comprobar por el catastro y el plano oficial de la mensura que hemos reproducido y ampliado, como se verá más adelante.
Aparte de la parcela obtenida en gratuidad, según las adjudicaciones de tierras rurales registradas en el catastro oficial, algunos colonos, reconociendo la conveniencia, se decidieron, a comprar otras concesiones, que se transferían por setenta y dos pesos, pagaderos en diez anualidades (Art.86 de la Ley 817), con la sola exigencia de la firma de un pagaré .
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