SAN JERÓNIMO DEL REY

 

 

 


La ciudad de Santa Fe sufría el frecuente azote de las incursiones indígenas, de manera especial de los abipones, que se mantenían recelosos de la voluntad de integrarse al nuevo régimen de vida. Debía ser permanente la preocupación por la defensa ya que los ataques a las estancias aledañas y aún a los mismos arrabales del núcleo urbano no daban descanso.

El teniente de Gobernador Echagüe y Andía alcanzó a obtener unos años de tranquilidad mediante una guerra ofensiva contra los indios bravíos del Chaco. La relativa paz convenida con los vencidos dio su fruto con la sumisión de los mocovíes, más dispuestos a aceptar el sistema de las reducciones.

El P. Antonio Machini,del Colegio de la Inmaculada de Santa Fe, tomó la iniciativa para formar reducciones con los mocovíes y los abipones "levantando así un muro de contención entre la civilización y la barbarie". El buen trato que se daba a los indios sumisos residentes en la ciudad como personal de servicio los más, favoreció como ventajoso el deseo de reducirse.

Con la eficaz colaboración del rector del Colegio, el P. Miguel de Cea, y contando con la voluntad del cacique Ariacaiquín por abrazar la religión cristiana, quedó concretada la fundación de la reducción de San Francisco Javier, sobre el río Quiloazas, que desde entonces se llamó San Javier. Corría el año 1743.

Cabe al P. Francisco Burgés el mérito de haber en octutbre de este año, señalábase dicho paraje para pueblo a 70 leguas de Santa Fe al Norte, con cantidades de montes, pastos, aguadas y demás, señalándole dos leguas de frente de Sud a Norte sobre el Arroyo, una de esta parte y la otra sobre la parte contraria, comprendiendo la misma distancia en las islas de sus cercanías, y cuatro leguas de fondo de Este a Oeste. A las 8 de la mañana, se les dió a los indios posesión corporal del terreno, arrancando yerbas, cortando ramas de árboles, etc. y el 18 de octubre se dice haber edificado allí una capilla plantando en la puerta el "Arbol de la cruz", aposento para los padres con puerta y llaves, y casa para familias de los recién convertidos, todo de madera fuerte, cubierto de paja por falta de otro material, colocando en la capilla flor patrón titular a San Gerónimo, y dándosele al pueblo el nombre también de San Gerónimo, donde quedaron 61 familias con 193 personas, esperando se reúnan dos caciques más con sus familias, y que estas conduzcan a otras más de Nación Vilela; para la manutención del pueblo se dejaron sementeras hechas, 1489 cabezas de ganado vacuno, 1420 ovejas que se conducirán y 424 que quedan, dos carros, 16 bueyes, 25 hachas y un altar portátil, por falta de ornamentos, dado todo por los vecinos de Santa Fe "

Así quedó establecida la primera misión de lo jesuitas entre los indios abipones a orillas del arroyo El Rey y su jurisdicción dependía parte de los actuales municipios de Avellaneda y Reconquista, ubicándose el centro de la reducción, posteriormente, camo hemos mencionado, en la manzana delimitada por las calles Paticicio Diez; 9 de Julio, Mitre y 25 de Mayo de la última ciudad (predio al que se ha asignado la denominación de "manzana histórica" Organizada esta misión estable en tierra santafesina.

El pleno desarrollo de esta reducción, que demostraba lo acertado de su instalación, resultó ejemplo beneficioso para que otras parcialidades indígenas se avinieran a aceptar las disciplinas ingerentes a su conocimiento.

Así fue como los abipones pudieron alternar con los mocovíes comquistados en San Javier y fueron comprobando la conveniencia de entregarse a la organización misionera. En esta tarea de convencimiento tuvo un papel preponderante el P. Cardiel, que aprovechaba las ocasiones propicias para conunicar a los caciques abipones las ventajas de vivir en un pueblo propio con sus familias, usando dulzura, paciencia y regalos para congraciarse con ellos.

Pasaron algunos años y las palabras persuasivas de los misioneros dieron sus frutos. Fue el cacique Reguequeinquí quien manifestó sus deseos de formar pueblo como lo tenían los mocovíes, e inclusive indicaba el lugar de su preferencia para establecer el poblado.

Las circunstancias eran favorables para realizar el ambicioso proyecto y en ello se hallaron dispuestos los superiores de la Compañía de Jesús. En Córdoba, el P. Diego de Orbegozo interesó y comprometió la ayuda del Cabildo para la erección de la nueva población "y convertir la nación de los Abipones, que es la que incesantemente hostiliza estas fronteras", exprcialmente ésta con la que se dirigió al Gobernador de Buenos Aires, Afidonaegui, pidiéndole su intervención ante el Cabildo santafesino para lograr el apoyo generoso para la empresa civilizadora.

Al llegar a Santa Fe para hacerse cargo de la direccion del Colegio, encontró favorable acogida para su proyecto y contó con el decidido apoyo del Teniente de Gobernador Francisco de Vera y Mujica. Mientras tanto los abipones gozaban de libertad en la ciudad y de la especial consideración de los vecinos para captarse sus simpatías.

Con este clima de concordia pudo concertarse un trato amistoso entre los dirigentes de ciudades y algunos caciques. De la exitosa asamblea surgió la "Paz de Añapiré" que posibilitaba la erección de una reducción abipona.

El P. Orbegozo organizó una expedición hacia el norte santafesino y recorridas 80 leguas se encontró con los caudillos abipones entre ellos Niripuri y su sobrino Ichoalay, con quienes convino formar pueblo en el terreno donde se hallaban. Con tan buenas perspectivas, regresó a Santa Fe y comenzó los preparativos fundacionales con el acopio de recursos y la designación de los miembros de la comitiva.

El conjunto de pioneros, encabezados por el de Teniente Gobernador Vera y Mujica y el P. Orbegozo, transitaron la distancia de Santa Fe hasta El Rey llevados por el propósito de establecer una avanzada de la Fe y el trabajo en el Chaco.

"En esta ocasión quiso el señor Gobernador, y esa era también la voluntad de los jesuitas, que los mismos indios escogieran el punto que les pareciera más adecuado para el establecimiento del pueblo. Ellos no anduvieron en dudas sobre esto e indicaron la orilla norte del arroyo o Río del Rey, que está a 70 leguas al norte de Santa Fe y que era el punto central de toda aquella región que los Abipones consideraban su territorio". El lugar elegido se ubica actualmente en la concesión C del lote 202, en la prolongación une la calle 21 al este, sobre la costa del arroyo.

La astucia y la desconfianza de los indígenas les señaló este lugar de manera de interponer una barrera natural contra los españoles. Pero, algo más de una década después, se trasladaron a la orilla opuesta por ser terreno mas adecuado y a cubierto de las periódicas crecientes.

Mediante la ceremonia tradicional, la reducción quedó fundada y se le impuso el nombre de San Gerónimo del Rey, como homenaje al patrono de ese nombre. Del acta respectiva, donde se señalan los preliminares, el hecho de la funidación y un infornie posterior, extractamos lo fundamental que dice así: "El 8 de julio de 1748, el teniente de gobernador maestre de campo Francisco Antonio de Vera y Mujica, estando de paz los indios abipones, en vista de la conveniencia que tienen en reducirse como los mocovíes, salió de Santa Fe, acompañado del padre Diego de Orbegoso rector del colegio de jesuitas, llegando a donde se hallaban reunidos cinco caciques abipones, llamados Rereguaqui, Alayquín, Luebachín, Luebachichi e Ichoalay con 60 indios y sus familias, pidiendo doctrinarse, con aprobación del Gobierno del Dean y Cabildo en sede vacante de Buenos Aires". Nombróse para doctrineros, a los padres José Cardiel y Francisco Navalón, elegidos por el padre provincial Manuel Guerini, y en paraje del Arroyo que llaman del Rey.

Los trescientos primeros pobladores los constituyeron los abipones Rukakés; cuyos caciques eran Nerginini e Ichoalay. Más adelante se juntaron con ellos los indios abipones Yaaukanigas, cuyos jefes eran Naaré y Kachirikin, pero su agregación sólo fue temporaria hasta que se les fundara al pueblo de San Fernando, frente a Corrientes. Más tarde se sometieron otros caciques.

Según el P. Dobrizhoffer la sumisión de los indígenas obedecía a las ventajas que podían obtener bajo el amparo de los jesuitas. No comprendían o no les interesaba mayormente la educación espiritual. La tendencia guerrera los dominaba. Mons. Alumni nos recuerda que "cuando se fundó San Jerónimo, una de las condiciones que pusieron los indios a los misioneros fue la de poder entrar a la iglesia con sus armas, pues decían que un abipón no puede nunca separarse de ellas.

El P. Cardiel estuvo unos pocos meses en San Jerónimo, siendo reemplazado por el P. Brigfiel, que había estado once años entre los guaraníes. El acompañó al P. Navalón en la dif'ícil tarea de civilizar a los abipones, quedando bajo su responsabilidad la dirección de la misión el P. Cardiel, religioso erudito, nos ha quedado un mapa donde se aprecia el énclave de la primitiva reducción jesuítica del norte de Santa Fe.

Prosperó San Jerónimo y los misioneros debieron hacer esfuerzos para adaptar a los indígenas a las tareas agropecuarias, de imperiosa necesidad para el abastecimiento de la populosa misión. "Las cosechas y otros productos, después de utilizados y reservados los necesarios para la reducción, eran enviados a Santa Fe, a la Procuradoría de Misiones donde un padre (Procurador) luego de pagar tributo al Rey los negociaba y enviaba allí. Tientos, telas y otros materiales necesarios para los reducidos. El envío se hacía de dos maneras: por tierra, costeando el río; por agua, partiendo desde el "puerto de los abipones" en la desembocadura de "El Rey", donde está la actual estación fluvial reconquístense"

Desde Santa Fe se apoyaba el sostenimiento de esta misión y las que se fundaron en 1750 en concepción, camino de Santiago del Estero y San Fernando, en la actual Resistencia donde colaboró activamente el cacique Ichoalay. con estas poblaciones se fue avanzando con la civilización hacia el tenebroso y temible chaco, que siguió por mucho tiempo siendo morada y reducto imbatible de indígenas bravíos.

Cabe agregar que no faltaron hechos de rebeldía en las reducciones por parte de algunos indígenas que huían, guiados por sus caciques, para volver a sus correrías y depredaciones. Allí debían intervenir los Misioneros para instarlos a la sumisión, o la participación de la fuerza para dominarlos. No siempre se lograban éxitos. Al contrario, hubo casos en que desertores atacaron las reducciones para robarlas.

San Jerónimo y San Fernando fueron los poblados más perseguidos poros indios montaraces y se debió organizar expediciones, tanto de Santa Fe como de Santiago del Estero y Tucumán, para reprimir los excesos de violencias de los naturales codiciosos.

Las reducciones desarrollaban sus actividades entre tropiezos y dificultades, pero avanzaban en cumplimiento de sus finalidades hasta que se produjo la expulsión de los jesuitas. "El 13 de mayo de 1767, se leyó en Santa Fe el real despacho fechado en El Pardo el 27 de febrero, para que se extrañaran los jesuitas del dominio real, así sacerdotes como coadjutores y legos que hayan hecho la primera profesión y novicios que quisieran hacerlo, y se ocurran las temporalidades de la Compañía"

Los obras que se han experimentado hasta aquí, entre las Naciones Mocovíes y Abipones, siendo los primeros los que componen las dos Reducciones de San Javier y San Pedro, y los segundos la de San Gerónimo con el auxilio de los de la de Sn. Fernando de Corrientes, y la de Santiago del Estero".

En cinco puntos quedó suscripto el tratado, firmado por el capitán Melchor de Echagüe y Andía, los curas presentes y Bartolomé Calderón por los indios que no sabían firmar. De todos los arreglos se informaba al virrey Vértiz.

En 1779, después de la visita que realizó a los pueblos indígenas el obispo de Buenos Aires, Mons. Sebastián Malvar y Pinto, quedó concertado en Santa Fe, un nuevo acuerdo entre abipones y mocovíes cuyas capitulaciones de trece artículos fueron enviadas a Vértiz por el teniente de gobernador Echagüe y Andía, que firmó junto con el obispo, funcionarios y los religiosos Fr. José Córdoba y Fr. Apolinario Llana en nombre de los caciques.

Las paces suscriptas resultaron promesas que no se respetaron. Discrepando con el cacique corregidor D. Dámaso, e imposibilitado de detener los ímpetus de su gente, siempre al acecho de los mocovíes, en defensa de su Vida, el P. Córdoba pidió su relevo de San Jerónimo. Falleció en San Javier, en1793 .

 En 1781, los abipones de San Jerónimo con toda su furia atacaron la reducción de San Javier trabándose en lucha, de resultas de la cual murió el cacique Benavides con 36 indios más. Era permanente este estado de guerra que repercutía negativamente en la integridad material de los pueblos, malográndose así ingentes esfuerzos. Los indígenas no abandonaban sus agrestes costumbres con toda su cristianización y se hallaban desapegados al trabajo de la tierra y a la conservación de ganados y viviendas. La instrucción religiosa y los buenos hábitos se iban despreciando para volver a su vida primitiva. Eran, en suma, los signos inequívocos de la decadencia.

El Dr. Cervera menciona que en 1785, según una comunicación del cura Fray Blas Brito, la población total de San Jerónimo era de 603 personas, siendo la mayoría de edad avanzada (42 tenían más de 70 años).

 Ver apéndice del Dr. Cervera, con lista de los indígenas y su explicación .

Años después, el cura Lorenzo Casco se quejaba de no poder reducir más los indígenas - que vivían desordenadamente, sin trabajar, haraganes y descontentos - y comentaba hallarse sin recursos para conformarlos.

Con todos esos inconvenientes, se trataba de mantener la integridad de la misión y en este trámite intervino activamente el gobernador Gastañaduy que reclamaba apoyo y alimentos para cubrir sus necesidades.

En mérito a la conformidad dada por el Superior de los mercedarios, el virrey Melo encomendó a los PP. Misioneros franciscanos la atención espiritual de la misión norteña "a los fines del mejor servicio de Dios y del Rey y que por este medio se verá redimido el mismo pueblo de San Gerónimo de la falta que en tan dilatado tiempo ha padecido de la palabra divina... Buenos Aires, catorce de Noviembre de mil setecientos noventa y cinco.

Así los franciscanos tomaron a su cargo las primeras misiones en el Chaco. “... el primer misionero mandado a la reducción de San Jerónimo fue el P. Fr. Ramón Miguel, quien, acompañado por el Hermano Fr. Francisco del Arco, tomó posesión de esta reducción el 7 de febrero del año 1798”.

Luego del P. Miguel estuvieron en San Jerónimo los franciscanos Juan Antonio Jorge, Martín Gorostidi, Juan Ignacio Ayspuru, Pedro García, Pablo Julián Carrascosa, Francisco Arellano, Pascual Serrano y otros.

Se conoce un informe sobre el estado de la reducción redactado en 1806 donde indica que la población total es de 1061 cristianos y l0 infieles. El único sacerdote de la misión señala que "el pueblo más cercano hacia Santa Fe dista cerca de treinta leguas; hay tres arroyos de por medio que se ponen a nado sobre un cuarto de leguas; y es menester pasarlos o en cuero o a la cola de un caballo...".

Del informe citado se puede deducir la situación de casi total aislamiento de esta reducción, que se mantenía gracias a los suministros que proveía la ciudad de Santa Fe, al ser ínfimos los recursos propios.

Poco a poco resultaron estériles los esfuerzos para sostener el poblado.

Los encuentros belicosos entre las parcialidades indígenas y la preocupación por las luchas de la independencia, provocaron dificultades sin solución y el olvido para la reducción.

En este estado de cosas, los tobas atacaron con toda violencia a la reducción en 1818, salvándose unos pocos vecinos que alcanzaron a huir a San Javier y a Corrientes. "Los demás vecinos, chicos y grandes, fueron todos pasados a cuchillo por los asaltantes, que continuaron con sus correrías".

Así quedó despoblada y abandonada una misión civilizadora del norte de Santa Fe, región que volvió a ser dominio absoluto de los aborígenes, hasta la reconquista por las fuerzas nacionales, con lo que los aguerridos abipones llegaron a confundirse en las nuevas poblaciones, dejando para la historia las características de su cultura y el recuerdo del espíritu indómito de su  raza.

 

Extraído del libro "LA COLONIA NACIONAL PTE.AVELLANEDA Y SU TIEMPO" lra. Parte, del Doctor Manuel I. Cracogna

 

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