Por Rogelio Alaniz
PUBLICADO EN EL DIARIO EL LITORAL DE SANTA FE EL 13/01/2007
Hoy es una pobre mujer, creo que lo fue siempre, pero esa pobre mujer llegó a ser presidenta de los argentinos. Hoy despierta compasión, tal vez lástima, pero en otros tiempos inspiró miedo. Los escritores han reflexionado en diversos tonos alrededor de la perversidad de la "pobre gente" cuando llega al poder y lo único que aflora es el resentimiento, la ignorancia y la mediocridad.
Mi amiga y profesora, Angelita Romera Vera, me comentaba con algo de ironía y algo de dolor, lo que representaba para ella y para todas las mujeres que habían luchado con pasión y coraje a favor de los derechos de la mujer, que justamente una mujer como Isabel haya sido presidenta de la Nación. La historia tiene sus astucias, pero esas astucias a veces son crueles y patéticas; la historia teje con su trama un rostro, pero ese rostro -en el caso que nos ocupa- es una caricatura, un espantajo.
Algunos de sus biógrafos la califican de prostituta. Tal vez lo haya sido. La versión canónica de que en Panamá (no en Viena) se desempeñaba como bailarina de danzas clásicas es difícil de creer, sobre todo cuando el jefe del ballet era un cubano cuyos exclusivos antecedentes artísticos eran los de rufián de prostíbulos en el Caribe.
La prostitución puede ser un oficio indigno pero conozco prostitutas dignas. Isabel no lo era. Cuando ya se desempeñaba como presidenta de la Nación, un edecán militar ingresó a su despacho y se paralizó ante el espectáculo que se ofrecía a sus ojos: López Rega le estaba pegando a Isabel. El honor y la ley, en esos casos, ordenan intervenir. Un hombre que se precie de tal no puede aceptar que otro golpee a una mujer delante de sus ojos, y un militar no debe consentir que alguien ultraje la investidura de la presidenta.
El edecán interviene, no le cuesta mucho reducir al payaso que la está golpeando, pero en lugar de recibir el reconocimiento o el agradecimiento de la mujer ofendida, lo que recibe es un insulto y una sanción por haberse metido donde nadie lo había llamado. Esa escena, ese episodio, la conducta de una mujer que aceptaba que su rufián le pegara y que disfrutaba o se sometía a la paliza dice más de la verdadera vocación de Isabel que cualquier consideración política o sociológica.
Según el juez Baltazar Garzón, Isabel es inimputable o algo parecido. Cuando le preguntaron por las Tres A, respondió diciendo que era gente que mataba; cuando le preguntaron por los Montoneros, dijo que eran unos muchachos que cantaban. Después volvió a reivindicar su condición de mujer ignorante. La aclaración en este caso no era necesaria, pero esa mujer ignorante, esa pobre mujer, como ella misma se define, alentó y representó lo peor del peronismo, ejerció el poder como una déspota histérica y se rodeó de sicarios, psicópatas y criminales.
Cada vez que tuvo que explicar por qué había llegado a la presidencia de la Nación, dijo que estaba en ese lugar por designios inescrutables de Dios. Su tocaya, Isabel la Católica, que realmente era una reina, hubiera sido más discreta para referirse al origen del poder. Ni la reina de Inglaterra ni la de Holanda se atreverían hoy a dar una respuesta tan monárquica. Pero la reina de los peronistas de entonces sí lo hizo.
Su reivindicación de la monarquía no se contradecía con su vocación servil. Cuando dejó el poder por unos días y se fue a Ascochinga (Córdoba) con las esposas de los comandantes en jefe, esas mujeres, que no eran precisamente un dechado de virtud republicana, se sintieron sorprendidas y hasta molestas por la insistencia de la presidenta en comportarse no como una primera dama sino como un trapo de piso. Amable hasta la untuosidad, obsecuente hasta el hartazgo, la presidenta de los argentinos se comportaba como una sirvienta y les servía el té, les tejía mañanitas y se ofrecía a cocinar y limpiar los pisos.
Después estuvo detenida, no porque fuera peligrosa o algo parecido, sino porque los señores suelen tratar así a sus mucamos y alcahuetes, y cuando recuperó la libertad, la única declaración que hizo fue que había sido tratada muy bien y que ella, en agradecimiento, se había dedicado a pintar las habitaciones donde estaba detenida: "Se las dejé hecha una pinturita", dijo agradecida.
Esta mujer, que en un país serio no estaría en condiciones de administrar un prostíbulo barato, fue presidenta de los argentinos. Habría que decir que en 1982 no intentó repetir la hazaña porque comprendió que no estaba en condiciones de dar ese paso. El dato merece recordarse porque si por los peronistas hubiera sido ella habría sido la candidata.
Menem, Iglesias, Ruckauf, Luder, los principales burócratas sindicales peregrinaban a Madrid para pedirle que los bendijera. En la Argentina, la consigna oficial del peronismo era: "Isabel es Perón". En la provincia de Santa Cruz, una mujer defendía en las asambleas peronistas esa candidatura. Esa mujer se llamaba Cristina, y dejo para la curiosidad de los lectores completar su apellido de soltera y de casada.
La única que no creyó en esa consigna o en su destino fue ella misma, pero lo sucedido demuestra que Isabel no fue una paracaidista, un elemento ajeno a la cultura peronista, y que, por el contrario, a su manera y en las condiciones históricas en las que le tocó desempeñarse, fue representativa, no de todo el peronismo, pero sí de amplias franjas.
Isabel llegó donde llegó gracias al apoyo de Juan Domingo Perón. Lo mismo podría decirse de López Rega. Algunos historiadores sostienen que Perón no tenía otra alternativa que designar a su mujer como compañera de fórmula. En realidad había otras alternativas, pero Perón eligió la peor o la que más condecía con su estilo de conducción y con su concepción cortesana del poder.
En su último discurso público, Perón sostuvo que su único heredero era el pueblo. El humor de Perón no tenía límites, por más que a veces podía tornarse macabro. El heredero concreto de Perón no fue esa abstracción llamada pueblo, fueron Isabel y López Rega, dos invenciones del líder nacidas en Puerta de Hierro y que ejercieron las máximas investiduras políticas mientras los militantes de la resistencia, los que efectivamente habían dado la vida por Perón, eran perseguidos y asesinados.
Isabel es un invento de Perón y creo que sería injusto negarle ese logro. No llegó al poder por casualidad. Desde hacía por lo menos diez años Perón la estaba preparando para hacer lo que hizo. Tampoco López Rega estuvo donde estuvo de rebote. Las Tres A no fueron la súbita inspiración de un psicópata, fue el producto de un plan minucioso tramado en Puerta de Hierro y que empezó a ponerse en práctica al otro día del retorno del general.
En la Argentina, Perón fue responsable de logros más trascendentes que la invención de Isabel y López Rega, pero, aunque sea obvio decirlo, hay que decirlo: Isabel y López Rega también pertenecen a su cosecha. Sólo un ingenuo, un alienado, un operador de la mala fe o un tonto pueden creer que Perón estaba entornado por Isabel y Lopecito, o no sabía lo que hacían las Tres A, o ignoraba que en los despachos del Ministerio de Bienestar Social o en las habitaciones de la Quinta de Olivos se elaboraban listas de quienes serían víctimas de los sicarios.
Se dice que las Tres A dependían de las Fuerzas Armadas. Ese argumento se suele utilizar para liberar a Perón y al peronismo de entonces de sus responsabilidades. A las Tres A las crearon Perón, Isabel y López Rega, pero el máximo responsable fue Perón. Los militares son responsables del terrorismo de Estado, de la represión ilegal y del asalto a las instituciones. Desde el punto de vista histórico, este tema está claro y nadie o muy pocos lo discuten. Lo que parece no quedar claro o lo que a algunos no les interesa que se aclare es la responsabilidad de Perón y el peronismo en el terrorismo de Estado.
Morales Solá asegura que el presidente Kirchner está decidido a investigar este fragmento de la historia argentina y que lo tiene sin cuidado que el nombre de Perón aparezca comprometido. Si así fuera, en buena hora. La verdad histórica no puede estar sometida al cálculo de las estrategias políticas.