LIBERTAD ¿PARA QUIÉN?

 

 

LIBERTAD, ¿PARA QUIÉNES?

 

 

A partir de 1810, la ruptura con España iniciada en algunas ciudades y regiones americanas se fue convirtiendo rápidamente en una guerra por la independencia dentro de un proceso revolucionario continental que tuvo matices comunes y diferentes según los lugares de que se trate.

 

 

En todas partes, en líneas generales, luego de una efímera convocatoria a las etnias originarias a sumarse a la lucha contra los españoles, por lo demás reducida a muy escasos lugares del continente, apelando a los principios de igualdad y fraternidad entre criollos e indígenas, y de la abolición de los servicios personales de los indios (encomienda, mita y yanaconazgo), éstos, y también los negros, pasaron a constituir en todas partes el grueso de los ejércitos en combate. Unos quedaron en las filas españolas, otros en las de las nuevas naciones americanas.

 

 

Pero los indígenas nunca ocuparon los grados elevados de la oficialidad de esos ejércitos ni tampoco recibieron, una vez terminada la guerra contra España, ningún reconocimiento oficial de los gobiernos nacionales ni pensiones ni ayudas de ninguna clase, las que por otra parte también les fueron negadas a los blancos pobres. La sociedad civil blanca tampoco los tuvo en cuenta. La nacionalidad en ciernes en las nuevas unidades políticas no los consideró, de hecho, como compatriotas.

 

 

Simultáneamente con las luchas en el frente externo, los desencuentros dentro de la sociedad blanca dominante de las nuevas naciones vieron a los indígenas nuevamente encalidad de soldados forzosamente reclutados y en ambos bandos en lucha. Una vez más fueron "carne de cañón" de los ejércitos en pugna. Cuando éstos eran licenciados los que habían sobrevivido se convertían en parias para la sociedad blanca.

 

 

Similar suerte corrieron los blancos pobres y los mestizos en esa etapa. Y también los negros en aquellos países donde habían llegado a tener una fuerte presencia poblacional, tanto respecto de los blancos como en ciertos lugares respecto de los mulatos.

 

 

Salvo este último ejemplo, no aplicable a nuestro país por la escasa cantidad de esclavos existentes en el virreinato del Río de la Plata, el proceso descripto anteriormente se reflejó íntegramente entre nosotros.

 

 

Una vez concluida la guerra contra España -a excepción de Cuba-, y mientras subsistían las guerras civiles en casi todas partes, entre nosotros los pueblos indígenas situados en las pampas bonaerenses sin dueños, pobladas de vacas y caballos cimarrones, y que habían permanecido al margen de la sociedad blanca, prácticamente sin contactos con ella o bien con esporádicos contactos cargados de violencia, comenzaron a redoblar sus asaltos a las estancias para robar ganado y mujeres. Muchos de esos robos implicaban el traslado de las reses a Chile para ser vendidas a blancos del hermano país.

 

 

En la provincia de Buenos Aires, el estanciero Juan Manuel de Rosas los contuvo con una política de acuerdos, otorgamiento de cargos y sueldos a los caciques y entrega de rebaños para que se establecieran en sitios fijos, incluso en sus propias tierras, con la misión de servir de contención a su vez a otras tribus empeñadas en el robo y posterior ventade ganado de las estancias. Estrategia similar a la llevada a cabo por Roma en las marcas del Rin con los pueblos que ellos llamaron bárbaros, los que con el transcurso del tiempo se romanizaron al punto de que hasta llegaron a tener emperadores de ese origen. Así fue como durante veinte años prácticamente no hubo malones en la línea sur bonaerense.

 

 

Pero luego del derrocamiento de Rosas -instigado por Gran Bretaña- los malones indígenas contra las estancias bonaerenses comenzaron a producirse con mayor frecuencia y magnitud. Entonces, las autoridades porteñas aplicaron contra ellos políticas totalmente distintas a la de aquél, centradas en su aniquilamiento.

 

 

Desde entonces se difundió en Argentina, la menos indígena, la más blanca de estas tierras hispanoamericanas, una concepción según la cual los restos de las culturas nativas representaban una rémora para el progreso por considerarlas integradas por salvajes incapaces de funcionar en la civilización, lo cual significaba por entonces civilización blanca. En consecuencia, se incrementaron las acciones de guerra y exterminio masivo, seguidas de desplazamientos, relocalizaciones y apropiación de las tierras que hasta entonces habían ocupado.

 

 

Los nativos se habían convertido en un "problema" para la sociedad dominante, "moderna" y "progresista", situada en Buenos Aires. Paradójicamente, en la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX muchas tribus indígenas enfrentadas con el ejército regular tenían en sus tolderías mástil, bandera y un trompa con su clarín, rechazaban los regalos de banderas chilenas efectuados por el gobierno trasandino y se identificaban expresamente como argentinos. Ellos se sentían argentinos y querían ser considerados como tales, y en definitiva eso era lo que eran aunque no hubieran pretendido serlo. Pero la oligarquía no los quería, prefería segregarlos, y promovía su aniquilamiento.

 

 

El vocero más caracterizado y apasionado de esta ideología y de su correlato político militar fue Sarmiento, quien desde mucho antes y hasta bien entrado en años dejara huellas imborrables de su pensamiento en el libro, en el periodismo y en la correspondencia epistolar, consistente en aniquilar a los indígenas en todas partes del mundo.

 

 

La razón para el desprecio y la exclusión oligárquica fue la condición por ella atribuida a los "salvajes" nativos (así como también a los "bárbaros" gauchos) de ser incapaces de razonamiento, de convivencia civilizada, y sobre todo de progreso. En esos años, el desprecio, la exclusión social, la persecución y el asesinato se fundaba en prejuicios de origen racial, aun cuando detrás de ellos siempre estuvo el interés económico por desposeerlos y/o explotarlos. En cambio, para sus descendientes que llegaron al siglo XX, incluidos los inmigrantes indígenas de los países limítrofes, el racismo explícito e implícito de los blancos se reforzó con la explotación económica, el mismo tipo de explotación que le correspondió a los blancos pobres -ya fueran criollos de piel blanca y origen lejanamente español como los descendientes de los gauchos- y a los mestizos del noroeste, del noreste o de la Patagonia, muchos de los cuales con el transcurso del tiempo pasaron a ser vistos como blancos por la pérdida gradual de los rasgos predominantes de sus biotipos autóctonos.

 

 

Ese proceso de aniquilamiento fue emprendido desde el Estado mismo, especialmente entre la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, por eliminación física de los indígenas a cargo del ejército nacional y de los terratenientes (blancos criollos o europeos), a pesar de contar entre sus milicos y sus peonadas con mestizos y hasta con indios mansos. De modo que en un mismo combate morían no sólo los indígenas contra los que se llevaba la guerra, sino también los "bárbaros" criollos, los mestizos y los indios "salvajes" que revistaban en sus propias filas.

 

 

La misma "solución final" para el problema racial de los pueblos salvajes fue aplicada por la oligarquía argentina con los negros cuando ya no existía más la esclavitud legal, al enviarlos a morir en la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay, entre 1865 y 1871, donde se llevó a cabo el genocidio de guaraníes, mestizos y blancos.

 

 

Simultáneamente, los restos del criollaje blanco y mestizo que había poblado las provincias del interior y especialmente las zonas de frontera con el indio en la zona central del país, y que no había sucumbido al genocidio desatado por los porteños con posterioridad a la batalla de Pavón (y aun antes) fue diezmado en la lucha territorial contra los indígenas, concluida en el sur en 1885 en el Chubut, y en el norte en la guerra del Chaco argentino y en las matanzas de Jujuy en 1900.

 

 

Para entonces, la oligarquía ya había tenido a los tres más grandes racistas y genocidas del siglo XIX: Mitre, Sarmiento y Roca, todos Presidentes y Generales de la Nacióndevenidos en Próceres después de muertos: los tres "próceres" más importantes de la oligarquía, su verdadero núcleo duro.

 

 

En el norte argentino hacía ya muchas décadas que los indígenas eran utilizados como semi esclavos en los ingenios azucareros, en los algodonales y en las explotaciones forestales, propiedad de renombrados miembros de la oligarquía, unificándose en estos casos el racismo y la explotación económica sobre la base de las condiciones de desigualdad social que conformaban la sociedad global instituida por el Estado oligárquico. Del mismo modo, luego de la terminación del "problema del indio" los restos de las etnias supérstites del sur argentino corrieron la misma suerte en su condición de peones de estancias, pero en el sur del sur, algunos aventureros europeos emprendieron a fines de siglo una nueva cruzada particular de exterminio indígena pagando un óbolo a sus sicarios por cada indio muerto contra entrega de un par de orejas; pero como desconfiaban de éstos al verse andar por allí muchos indios desorejados subieron la recompensa a cambio de un pecho de mujer india, con lo cual se aseguraban de que murieran desangradas y al mismo tiempo que disminuyeran los futuros nacimientos...

 

 

Un libro de lectura de la escuela primaria decía allá por la década de 1920, dando cuenta de los resultados del proceso de liquidación del indígena ocurrido en la segunda mitad del siglo XIX, "... en nuestro país, afortunadamente ya no queda ni un salvaje...", lo cual no era exactamente cierto, pero sí lo era que para ese momento había muchísimos menos indígenas que antes. Seguramente que en muchas aulas de esa época, y en todo el país, había alumnos indígenas, mestizados o no, que tenían algún antepasado masacrado por el ejército o por los patrones, pero ahora se vestían como los blancos y hablaban en español. Para ellos quedarían los peores trabajos de la sociedad, los más sacrificados y al mismo tiempo los menos remunerados, la pérdida de tierras comunitarias a manos de propietarios blancos, la marginalidad social, la pobreza, la falta de salud, de educación, de justicia y de justicia social. Pero aunque tuvieran apellidos y rasgos indígenas, para entonces la oligarquía debió aceptar que ya fueran irremediablemente argentinos.

 

 

Desde entonces, la sociedad blanca dominante de origen lejanamente castizo, que ya no era totalmente blanca, y para nada castiza, no ha tenido tanto prácticas explícitas de discriminación racial como de discriminación económico social ejercida contra las personas por su condición de pobres, o por su status social. En todo caso, su racismo permanecía oculto pero afloraba de vez en cuando por otras vías.

 

 

La mezcla de los grupos indígenas con el torrente étnico blanco, aun en condiciones de notoria desigualdad social, comenzada en tiempos de los españoles, se había extendido en la etapa independiente, al punto de oscurecer en ciertas zonas de Argentina la tez de los pobladores de origen español.

 

 

También el mestizaje ha sido también otra vía para la constante pérdida de muchos elementos de las culturas y las identidades indígenas, pero éste no ha sido un fenómeno exclusivo de éstas: lo mismo ocurrió con los restos de la cultura gaucha y con las colectividades inmigrantes europeas de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Pero la diferencia con éstos es que, durante cinco siglos a los indígenas primero se los violentó, se los dominó y se los desestructuró psicológica y culturalmente para degradarlos después por medio de una tremenda explotación económica que todavía continúa.

 

 

Actualmente, y en líneas generales, los indígenas no mestizados pero integrados en la sociedad dominante corren la misma suerte que el sector más pobre de los pobres no indígenas: la miseria y la marginalidad social ya es consustancial a sus condiciones culturales de existencia. En cambio, la situación de las pequeñas comunidades indígenas que actualmente sobreviven en el norte argentino es dramática. Formalmente integrados a la sociedad en igualdad de condiciones que cualquier otro argentino, como señala laConstitución Nacional, es decir, tan sólo a nivel declarativo, son sobreexplotados económicamente en los ingenios y obrajes igual que hace cien años, son perjudicados de mil maneras, agraviados y manipulados con fines electorales, sin solución de continuidad desde el momento en que fueron vencidos y sometidos por los blancos, a fines del siglo XIX, siendo la tendencia irreversible la de su desaparición física y cultural. En estos casos sobrevive la discriminación de tipo racial reforzada por la económica y social.

 

 

Haciendo una síntesis anticipadamente, pues razones de espacio nos impiden desarrollar en profundidad la historia de las relaciones entre la sociedad blanca dominante y los grupos indígenas, y abstrayéndonos de las características diferenciales según tiempos y lugares, vemos que las mismas han recorrido todas las modalidades que fuera dado imaginar: seudo igualdad declarativa a comienzos de la dominación española y a comienzos de la etapa independiente, aniquilación masiva en tiempos de la Conquista española,abandono e indiferencia por su suerte en la primera mitad del siglo XIX, exclusión de la identidad dominante (española primero, argentina después), racismo explícito,segregación, otra vez aniquilación, desplazamientos geográficos, esclavitudservidumbre, sobreexplotación laboral, discriminación de todo tipo, desigualdad social, seudointegración integración subordinada , deculturación, marginación, racismo implícito, paternalismo, manipulación política, etc, etc. Todas ellas modalidades del ejercicio de la dominación, la expoliación y la explotación de la sociedad blanca dominante sobre los grupos étnicos autóctonos.

 

 

En la actualidad, la desigualdad y la injusticia social que están a la base del sistema afectan a los pueblos indígenas en todos los ámbitos de la vida social: en lo político, lo económico, lo social, lo cultural, y en la exclusión de género, mucho más gravemente que al resto de la sociedad.

 

Trabajo de:

 

Prof. Carlos R. Schulmaister

Inst. de Form. Doc. Continua de Villa Regina (Río Negro),

Fecha de realización: año 2004. Fecha de envío a monografías.com: 3 de feb. de 2005.

El autor es Prof. en Historia, Mr. en gestión y políticas culturales en el Mercosur, historiador oral, ensayista y educador.

El autor autoriza expresamente la cita de fragmentos de este trabajo con fines de investigación –no comerciales- a condición de que se cite la fuente. Y desea entablarcomunicaciones por este medio con otros interesados en esta temática.

[Categoría: Historia, Política y Estudio Social ]

 

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