EL GOLPE CONTRA ILLIA
El movimiento militar que derrocó al presidente Illia el 28 de junio de 1966 se diferenció de los anteriores golpes porque representó al conjunto de las Fuerzas Armadas y porque se propuso como objetivo reformar a la sociedad y no se fijó plazos. Pero se daban similitudes con otros pronunciamientos. Como en el 43, se quería evitar el crecimiento de la izquierda, ejemplificada ahora en la revolución comunista cubana. Y como siempre, la coincidencia en derrocar al gobierno civil no implicaba unanimidad en cuanto al proyecto futuro.
Según el Estatuto de la “Revolución Argentina”, el presidente de la Nación no tenía carácter provisional. Los interventores en provincias fueron considerados gobernadores; los jueces y otros altos funcionarios debían jurar por el Estatuto y después por la Constitución. En esto ningún golpe había ido tan lejos. Se designó una nueva Corte Suprema de Justicia. El Poder Legislativo quedó absorbido por el ejecutivo. Los partidos políticos fueron disueltos y perdieron sus bienes. El régimen pensaba en términos de largo plazo antes de volver a convocar a la ciudadanía. Habría primero un tiempo económico, luego uno social y por último vendría la política.
De acuerdo con la proclama revolucionaria, la transformación nacional era un imperativo que no podía demorarse, para lo cual debían eliminarse “la Falacia” de una legalidad formal, viciada de electoralismo, y las causas que precipitaban al país en la anarquía y lo ponían al borde de la desintegración. Pero las Fuerzas Armadas no gobernarían directamente para evita un desgaste similar al de 1962. Por consiguiente, los tres comandantes en jefe que integraban la Junta militar designaron presidente al general Onganía quien se encontraba en situación de retiro.
Como jefe del sector azul. Onganía había asegurado que el Ejército garantizaría el sistema democrático. Pero según la doctrina de la seguridad nacional –que él mismo había explicado en West Point la intervención de las Fuerzas Armadas se justificaba si un acontecimiento extraordinario ponía en peligro la paz y las instituciones. Por eso el jefe del Ejército (Pistarini) denunció en vísperas del golpe el supuesto vacía de poder de que adolecía el presidente Illía.
El nuevo gobierno mereció el elogio de un espectro muy amplio. “La nueva política económica consistirá en la promoción de la empresa privada”, vaticinó el semanario Económic Survey, que expresaba a los grupos económicos más poderosos. Los grandes diarios lo apoyaron también. Consideró que el país necesita una revolución, no un golpe”, dijo el cardenal Caggiano, primado de la Argentina; Alende (UCR) y Frondizi (MID) estaban conformes; “Los objetivos de la Revolución militar concuerda con el movimiento”, declaró Perón en Madrid, José Alonso (62 Organizaciones de Pie junto a Perón) comentó: “Se abre la posibilidad de una administración compartida entre las fuerzas reales, obreros, empresarios y militares”; Vandor, vestido de saco y corbata, firmó en la Casa Rosada el convenio de los metalúrgicos; y Joe Baxter, líder del ala izquierda de la organización derechista Tacuara, dijo alborozado: “¡Lo que está ocurriendo en la Argentina es estupendo! ¡Finalmente empiezan a darse las condiciones para la revolución!”.
Casi en soledad, el Consejo Superior de la UBA lamentó la interrupción de las instituciones republicanas e invitó a los estudiantes a defender la autonomía. Por su parte las encuestas de opinión mostraban una alta adhesión al gobierno militar. Según una de esas muestras, en el Gran Buenos Aires había un 66% de aceptación y sólo 6% de contra.
El presidente golpista, Juan Carlos Onganía (1914-1996) conocía mejor las guarniciones del interior que los estados mayores. Este general de 54 años, "tropero" como se llama en la jerga militar a los que tienen mando de tropa, compartía las aspiraciones aristocratizantes del arma de caballería. Con un gran sentido de la autoridad e imbuido de su misión redentora, reservado y cuidadoso en su forma de vestir, se mostraba siempre tenso, en guardia y apegado a las formas. Hablaba en tono monocorde'.
Mientras actuó como comandante en jefe y tutor militar del gobierno civil (1962-1965) hizo pocas declaraciones públicas, se ocupó de ordenar el Ejército y se desprendió de los competidores moles tos, como el prestigioso general Carlos Rosas a quien se =acusaba de simpatizar con el régimen del general egipcio Nasser.
Era católico práctico y estaba vinculado a la orden del Opus Del, influyente en la España franquista, y a los Cursillos de Cristiandad que reclutaban a familias de clase alta y media,` Estos gru pos y otros más contribuyeron en la preparación del proyecto revolucionario, lo mismo que el Ateneo de la República organizado por Mario Amadeo.
Onganía era un nacionalista modernizado que admiraba a los Estados Unidos. El corresponsal en Buenos Aires de una publicación francesa progresista afirmó que el dictador argentino "es un fascista consciente, organizado y formado", amigo del Pentágono norteamericano, de los "gorilas" de Brasil y discípulo de un famoso coronel francés que actuó en la guerra de la liberación de Argelia.
Porque desde la aplicación del plan represivo Conintes, en los años sesenta, había intercambio de información y adiestramiento entre militares argentinos y militares franceses especializados en la guerra antisubversiva. El general Osiris Villegas, jefe del Consejo Nacional de Seguridad en 1966, era uno de los pioneros de la nueva teoría de la "guerra revolucionaria".
Según dicha teoría, había que prepararse para una expansión del comunismo en las naciones periféricas mediante la "subversión", más que para una confrontación militar directa entre el Este y el Oeste. Con miras a esta confrontación, los oficiales argentinos empezaron a entrenarse en academias norteamericanas y en la escuela de las Américas (Panamá)".
La nueva dictadura no encontró un clima de deterioro social o de violencia que justificara acciones represivas. Por tal razón sus acciones apuntaron a "moralizar": la policía iluminó mejor los locales nocturnos porteños y vigiló a las parejas de enamorados demasiado cariñosas; la revista Tía Vicenta, del humorista Landrú, fue clausurada por hacerle una caricatura al presidente; la ópera Bomarzo, compuesta por el maestro Alberto Ginastera sobre libreto de Manuel Mujica Lainez, que se había estrenado en Washington, mereció la censura por sus escenas de "violencia y alucinación".
En ese clima de ideas autoritario, se decidió el "Operativo Tucumán", destinado a solucionar globalmente el problema de la industria azucarera de esa provincia pobre y densamente poblada, donde la agitación gremial y la toma de ingenios eran ya una constante. Tucumán resultaba el escenario humano y geográfico más apto para la instalación de "focos" guerrilleros.
Con el propósito de terminar con el problema estructural de la superproducción de caña, se cerraron catorce ingenios cuya maquinaria, por otra parte, era obsoleta. El ministro de Economía anunció un Plan de Transformación que daba facilidades impositivas a las industrias que quisieran instalarse a fin de diversificar la economía provincial. Algunas de estas fábricas prosperaron, otras fueron efímeras. Pero la situación del cañero independiente no mejoró y el éxodo de la población se intensificó. En el censo de 1970 Tucumán tenía 230.000 habitantes menos que en 1965".
copiado de https://www.odonnell-historia.com.ar/reciente/illiahoy.htm
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